Esperé yo a Jehová, esperó mi alma; En su palabra he esperado. Mi alma espera a Jehová Más que los centinelas a la mañana, Más que los vigilantes a la mañana. Salmos 130:5-6
La vida está marcada por temporadas de espera, momentos en los que anhelamos que algo largamente esperado finalmente ocurra. Soñamos, nos preparamos y aguardamos, imaginando el día en que nuestras oraciones sean respondidas. Cuando ese momento llega, la alegría nos inunda y los problemas cotidianos parecen pequeños ante la plenitud de lo esperado.
Pero hay temporadas en las que la espera se siente interminable. La curación, la provisión o la paz que hemos pedido pueden tardar en llegar, y nuestro corazón se cansa de orar y esperar. Es fácil sentirse abatido, pensar que todo ha terminado, pero Dios nunca se retrasa ni olvida.
Él nunca prometió un camino libre de sufrimiento, pero sí aseguró el final de todo dolor. Su Palabra nos recuerda que en Su tiempo perfecto enjugará toda lágrima y transformará nuestro sufrimiento en gozo eterno. Ese día es seguro y vendrá. Mientras tanto, aprendamos a esperar al Señor con la paciencia y la vigilancia de quienes aguardan el amanecer, confiando en que Su luz siempre llega.
Señor, gracias por la esperanza del día en que toda tristeza y dolor serán reemplazados por gozo eterno. Fortaléceme cuando la espera se haga pesada y prolongada. Ayúdame a confiar en Tus promesas y a esperar con fe, manteniendo mi mirada fija en Ti. Que Tu paz llene mi corazón mientras aguardo con esperanza, confiando en que cada lágrima será enjugada y cada sufrimiento transformado por Tu amor. En el nombre de Jesús, Amén.