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  • Capítulo 2: Tu corazón antes que tus ojos

    Oración inicial
    Señor, sondea hoy mi corazón. Si hay en mí algún deseo que ocupe el lugar que te pertenece, revélamelo. Enséñame a amarte por encima de todo, más que lo que pueda recibir, más que cualquier milagro. Que te desee a Ti y no solo tu respuesta. En el Nombre de Jesús, Amén.

    Pasaje bíblico
    «¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!» (Marcos 10:47).

    Reflexión
    El grito de Bartimeo no fue «¡Cúrame!», sino «Ten misericordia de mí». Él no buscaba únicamente un milagro, sino algo más profundo: la presencia, la compasión y el toque del Cristo vivo. Incluso antes de recibir la vista, Bartimeo ya creía. Lo llamó «Hijo de David», un título mesiánico que mostraba que reconocía en Jesús al Enviado de Dios. Aunque ciego, veía quién era Jesús realmente.

    Ese es el verdadero milagro: cuando el corazón ve antes que los ojos. Cuando la fe nos lleva a declarar quién es Dios aun sin haber recibido nada. Hoy, muchos buscan tanto la curación que terminan olvidando a Dios mismo. Sin darse cuenta, convierten el milagro en un ídolo. La oración se centra en el dolor, el corazón en la respuesta, y la adoración en la petición.

    Pero Dios no concede nada que ocupe el lugar que solo a Él le corresponde. Él sabe quién lo busca por amor y quién lo busca por interés. Él conoce quién lo seguirá después del milagro y quién lo olvidará al obtener lo que quería. La sanidad es real y la promesa es viva, pero llega después de un corazón transformado. Bartimeo escuchó, creyó, declaró, y solo entonces fue sanado.

    La pregunta clave hoy es: ¿qué es lo que realmente deseo? ¿El milagro o al Dios que obra milagros?

    Principio espiritual
    Ama más a Dios que a los milagros.

    Versículo final
    «Jesús respondió: De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis.» (Juan 6:26)

    Preguntas para reflexionar

    1. ¿Busco más la respuesta de Dios o su presencia?
    2. ¿Mi fe está basada en el amor a Cristo o en el deseo de ser sanado?
    3. ¿Estoy dispuesto a ser transformado por dentro antes de ser restaurado por fuera?
  • Capítulo 1: Ten misericordia de mí

    Oración inicial
    Señor, hoy abro mi corazón. Quiero escucharte y conocerte como Bartimeo te conoció. Dame ojos espirituales para ver tu obra, incluso cuando todo parece oscuro. Revélame quién eres y llévame por el camino de la sanidad. En el Nombre de Jesús, Amén.

    Pasaje bíblico
    «¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!» (Marcos 10:47).

    Reflexión
    Bartimeo es el único ciego de la Biblia cuyo nombre aparece registrado. Y su nombre significa algo sorprendente: honorable, valioso. Sin embargo, este hombre valioso a los ojos de Dios estaba al borde del camino, marginado, mendigando. Invisible para el mundo, pero visto por el cielo.

    Muchas veces confundimos el silencio de Dios con abandono. Oramos con fe, pero no pasa nada, y nos preguntamos: «¿Me habrá escuchado? ¿Le importo?». Poco a poco, una mentira comienza a instalarse: que no somos lo suficientemente importantes para Dios. Fingimos que no duele, intentamos espiritualizar el silencio con frases como «Dios tiene sus motivos» o «tal vez esto no sea tan importante». Y aunque es cierto que Dios tiene sus tiempos, detrás de esas palabras puede esconderse un sentimiento más profundo: la idea de que nuestro dolor no vale tanto para Él.

    Así se forma una herida silenciosa, un dolor que no sangra pero hiere el alma, llevándonos a pensar que Dios sana a otros, pero no a mí. Esta es una de las mentiras más crueles que el enemigo siembra en el corazón herido: la de que nuestro sufrimiento es invisible incluso para Dios.

    Pero hoy el Espíritu Santo quiere arrancar esa mentira. Tú no estás olvidado. El hecho de que aún no hayas sido sanado no disminuye tu valor delante del Padre. Bartimeo era ciego y marginado, pero el cielo conocía su nombre. Y lo mismo sucede contigo.

    Al igual que Bartimeo, abre tus ojos espirituales y permite que el Espíritu Santo te muestre quién es Jesús. Esa revelación siempre será el primer paso hacia la sanidad.

    Principio espiritual
    Nuestra situación terrenal no define nuestro valor en el cielo.

    Versículo final
    «¿Acaso una mujer puede olvidar al hijo que amamanta, de modo que no se compadezca del hijo de su vientre? Pero aunque ella llegara a olvidarlo, yo, sin embargo, no te olvidaré». (Isaías 49:15)

    Preguntas para reflexionar

    1. ¿Creo que Dios todavía sana hoy?
    2. ¿He confundido el silencio con el abandono?
    3. ¿Sé realmente quién es mi Dios?
  • Capítulo 0: ¿Cómo usar éste devocional?

    Este devocional ha sido escrito para ser vivido con calma, profundidad y entrega. No es un manual ni un ritual mecánico, sino un viaje de sanación interior. Y como todo viaje, requiere constancia, valentía y apertura de corazón.

    Elige el momento del día que más favorezca tu concentración y comunión con Dios. Algunos prefieren la mañana, otros encuentran su mejor momento en la noche. Lo importante es que sea un tiempo intencional, apartado, sin prisas ni distracciones.

    Cada día encontrarás una estructura diseñada para guiar tu corazón:

    1. Oración inicial: para abrir tu espíritu e invitar la presencia de Dios. 
    2. Pasaje bíblico: porque la Palabra es la base de toda verdadera sanidad. 
    3. Reflexión: una invitación a comprender y confrontar la verdad. 
    4. Principio espiritual: una enseñanza clara y práctica para guardar en el corazón. 
    5. Versículo final: que refuerza la enseñanza con fundamento bíblico sólido. 
    6. Preguntas reflexivas: para ayudarte a aplicar lo leído a tu vida diaria. 

    Es recomendable anotar tus respuestas, pensamientos, oraciones y sentimientos. Así podrás percibir, con el paso del tiempo, la transformación que el Espíritu Santo va obrando en ti.

    A través de esta palabra, puedes esperar:

    • Ser confrontado con la verdad, pero siempre con amor. 
    • Ser llamado a vivir por fe, aun en medio de la dificultad. 
    • Ser animado a persistir, aunque no veas resultados inmediatos. 
    • Ser acogido por Dios, tal como eres hoy. 
    • Ser sanado en lo profundo, incluso en áreas olvidadas. 

    Recuerda: la sanidad de Dios no siempre es instantánea, pero siempre comienza con un paso de fe. Si estás leyendo estas palabras, ese paso ya ha comenzado. Prepárate, porque descubrirás que la curación más preciosa no es la que ocurre a tu alrededor, sino la que ocurre dentro de ti.

     

  • Capítulo 10: No te desanimes

    Y envió Moisés a llamar a Datán y Abiram, hijos de Eliab; mas ellos respondieron: No iremos allá. ¿Es poco que nos hayas hecho venir de una tierra que destila leche y miel, para hacernos morir en el desierto, sino que también te enseñorees de nosotros imperiosamente? Ni tampoco nos has metido tú en tierra que fluya leche y miel, ni nos has dado heredades de tierras y viñas. ¿Sacarás los ojos de estos hombres? No subiremos. Números 16:12-14

    Todos atravesamos momentos en los que parece no existir salida. En esas horas oscuras, la derrota parece inevitable y la sensación de abandono nos golpea con fuerza. Es entonces cuando más difícil resulta confiar en que Dios se interesa por nosotros. Sin embargo, la Palabra nos recuerda que aun en el valle de sombra de muerte, el Señor está a nuestro lado para sostenernos, alentarnos y librarnos (Salmo 23:4).

    Creer significa confiar contra toda evidencia (Hebreos 11:1). No se requiere fe cuando todo marcha bien, cuando el dinero alcanza, la salud abunda, los amigos nos rodean y los logros son reconocidos. La verdadera fe se demuestra cuando los colores se apagan, la luz parece desvanecerse y la fuerza interior se debilita.

    En los tiempos de abundancia, doblémonos de rodillas para dar gracias a Dios por sus bondades. En los tiempos de escasez y dolor, recordemos que seguimos vivos por su amor, un amor eterno que jamás cambia. Las circunstancias se transforman, pero Él permanece fiel.

    Y si nuestra fe flaquea, volvamos a sus promesas. Leámoslas en la Biblia, repitámoslas en voz alta, memoricémoslas y sostengámonos en ellas. Así, con confianza renovada, podremos esperar: Dios actuará.

    Padre eterno, gracias porque no me abandonas ni en mis horas más oscuras. Enséñame a confiar en Ti cuando todo a mi alrededor parece perdido. Que tu Palabra sea mi refugio, tu fidelidad mi certeza y tu amor mi sostén inquebrantable. Dame paciencia para esperar tu obrar y gratitud para reconocerte en toda circunstancia. En el Nombre de Jesús, Amén.

  • Capítulo 9: Cuando parece no haber más solución

    Y aun con todo esto, estando ellos en tierra de sus enemigos, yo no los desecharé, ni los abominaré para consumirlos, invalidando mi pacto con ellos; porque yo Jehová soy su Dios. Levítico 26:44

    Todos atravesamos momentos en los que parece no existir salida. En esas horas oscuras, la derrota parece inevitable y la sensación de abandono nos golpea con fuerza. Es entonces cuando más difícil resulta confiar en que Dios se interesa por nosotros. Sin embargo, la Palabra nos recuerda que aun en el valle de sombra de muerte, el Señor está a nuestro lado para sostenernos, alentarnos y librarnos (Salmo 23:4).

    Creer significa confiar contra toda evidencia (Hebreos 11:1). No se requiere fe cuando todo marcha bien, cuando el dinero alcanza, la salud abunda, los amigos nos rodean y los logros son reconocidos. La verdadera fe se demuestra cuando los colores se apagan, la luz parece desvanecerse y la fuerza interior se debilita.

    En los tiempos de abundancia, doblémonos de rodillas para dar gracias a Dios por sus bondades. En los tiempos de escasez y dolor, recordemos que seguimos vivos por su amor, un amor eterno que jamás cambia. Las circunstancias se transforman, pero Él permanece fiel.

    Y si nuestra fe flaquea, volvamos a sus promesas. Leámoslas en la Biblia, repitámoslas en voz alta, memoricémoslas y sostengámonos en ellas. Así, con confianza renovada, podremos esperar: Dios actuará.

    Padre eterno, gracias porque no me abandonas ni en mis horas más oscuras. Enséñame a confiar en Ti cuando todo a mi alrededor parece perdido. Que tu Palabra sea mi refugio, tu fidelidad mi certeza y tu amor mi sostén inquebrantable. Dame paciencia para esperar tu obrar y gratitud para reconocerte en toda circunstancia. En el Nombre de Jesús, Amén.

  • Capítulo 8: Equilibrar El Amor Propio

    No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová. Levítico 19:18

    En condiciones naturales, tendemos a amarnos a nosotros mismos. En lo común, solemos agradarnos. Idealmente, nuestro amor al prójimo debería tener la misma fuerza que nuestro amor propio. Pero la realidad es que, muchas veces, ni siquiera nos amamos a nosotros mismos.

    Hay quienes se reprochan continuamente, incluso cuando obran bien. Otros cargan con palabras hirientes del pasado: quizá alguien de la familia les dijo que no valían nada, o alguna voz querida afirmó que jamás tendrían éxito, y esas frases se quedaron grabadas en su interior. Tal vez escucharon que su llegada al mundo trajo dolor, o vivieron bajo estándares imposibles, conviviendo con personas que aparentaban perfección y resaltaban constantemente sus defectos.

    A veces, simplemente no fuimos amados, y eso nos marcó. O incluso no sabemos por qué nos cuesta tanto amarnos.

    Sea cual sea el motivo, hay una verdad firme: fuimos creados libres para rechazar las mentiras que nos dañan. No tenemos que vivir bajo ellas. Necesitamos mirarnos con valentía para reconocer y superar nuestros defectos, pero también con honestidad para reconocer nuestras virtudes y crecer en ellas.

    Cuando Dios envió a su Hijo al mundo y habitó entre nosotros, apostó por cada uno. Eso nos recuerda que, a pesar de lo que pensemos o nos hayan dicho, tenemos un valor inmenso ante sus ojos.

    Señor amado, gracias por recordarme que soy obra de tus manos y objeto de tu amor. Libérame de toda mentira que intente destruir mi identidad y enséñame a verme como Tú me ves. Ayúdame a sanar mis heridas, a aceptar mis debilidades y a cultivar mis virtudes con humildad. Que tu amor sea la base de mi amor propio y del amor al prójimo. En el Nombre de Jesús, Amén.

  • Capítulo 7: Esperanza para La Vida

    Entonces una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo. (Éxodo 40:34)

    La esperanza siempre se presenta como alternativa a la desesperación. Cuando fallan nuestros recursos, los amigos se alejan y nos sentimos completamente solos, surge la tentación de pensar que la vida ya no tiene sentido. Sin embargo, también podemos confiar en que aún es posible vivir de verdad.

    La esperanza puede estar vacía o llena de la certeza de que Dios está y estará con nosotros. Esa certeza implica esperar su actuación, pero una espera sostenida por la convicción de que no será en vano. Los poetas bíblicos lo entendieron bien: uno de ellos comparó la espera con la de los centinelas que, en medio de la noche, aguardan ansiosos la llegada de la mañana.

    La esperanza incluye la espera, pero también la trasciende. Es un sentimiento profundo, sembrado en nuestro corazón por Dios mismo, para que vivamos hoy realidades que aún no vemos. Es un deseo de ser colaboradores de Dios en la construcción de una sociedad marcada por la justicia y la paz.

    La esperanza es la perspectiva de quienes no se desaniman, de quienes no se rinden, de quienes hacen lo que deben hacer con fe y perseverancia. Es la convicción firme de que la vida no termina en este mundo y que se consumará en la plenitud del mundo venidero, del cual ya escuchamos suspiros y promesas.

    Señor de gloria y esperanza, en Ti confío cuando todo parece oscuro. Enséñame a esperar en tu presencia como el centinela aguarda la aurora. Implanta en mi corazón la certeza de que mi vida tiene propósito en este mundo y plenitud en el venidero. Que nunca me rinda a la desesperación, sino que viva sostenido por tu gloria. En el Nombre de Jesús, Amén.

  • Capítulo 6: Cuidando de Nuestro Cuerpo

    Seis días se trabajará, mas el día séptimo es día de reposo consagrado a Jehová; cualquiera que trabaje en el día de reposo, ciertamente morirá. (Éxodo 31:15)

    Somos un cuerpo que necesita cuidado. Y cuidar también significa descansar. Así como la alimentación nos da energía y el ejercicio físico nos aporta equilibrio, el descanso renueva nuestra vida.

    En la ignorancia, el cuerpo se inclina a la inercia; en la sabiduría, al movimiento. Pero el movimiento debe ser ordenado y saludable. Un cuerpo que se ejercita con disciplina es un cuerpo fuerte y lleno de vitalidad. Al mismo tiempo, un cuerpo que descansa de forma adecuada es igualmente sano y vigoroso.

    Por eso, entre los diez mandamientos de Dios se encuentra uno que nos ordena descansar (Éxodo 20:8-11). Sin embargo, en nuestra autosuficiencia creemos que todo depende de nuestro esfuerzo. Terminamos entonces inclinándonos a la idolatría: adoramos el trabajo y nos hacemos esclavos de él. Quien no sabe detenerse, no es libre. El sabio reserva un día de la semana para el reposo y da a su cuerpo las horas necesarias para dormir y recuperarse.

    También debemos evitar actitudes que enferman el cuerpo: sobrepasar los propios límites, descuidar la prevención, perder el control en la alimentación o forzar los músculos más allá de lo que soportan. Si los atletas entrenan con disciplina para obtener un trofeo, ¿cuánto más nosotros debemos cuidar nuestro cuerpo para que la vida sea más larga y plena? Como recuerda la Escritura: “Todo aquel que lucha, de todo se abstiene” (1 Corintios 9:25). Somos un cuerpo que hay que cuidar.

    Señor amado, gracias por recordarme que el descanso también es un don tuyo. Enséñame a cuidar mi cuerpo con equilibrio, alimentándome bien, ejercitándome y reposando en tu paz. Líbrame de la idolatría del trabajo y de las cargas innecesarias. Quiero vivir con disciplina y gratitud, reconociendo que la vida y la salud provienen de Ti. En el Nombre de Jesús, Amén.

  • Capítulo 5: Calma El Paso

    Y Moisés dijo al pueblo: “No temáis; estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros; porque los egipcios que hoy habéis visto, nunca más para siempre los veréis. Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos”. (Éxodo 14:13-14)

    De manera aparentemente contradictoria, se nos llama a luchar y, al mismo tiempo, a calmarnos. Observamos que, en esta instrucción, quien lucha es uno y quien se calma es otro. Esa es la gran cuestión de la vida. A veces nos sentimos tentados a invertir los papeles: queremos luchar y que Dios se quede quieto.

    Sin embargo, la promesa es clara: Dios pelea por nosotros. Por eso podemos descansar. El problema surge cuando luchamos contra Dios, intentando que actúe con nuestras armas, a nuestro modo, a nuestro ritmo. Pero Él obra a su manera, con sus recursos y en su tiempo. A nosotros nos corresponde la calma.

    El adversario no es Dios, sino nuestros problemas, adversidades y temores. Nuestro amigo, nuestro comandante, el que pelea en favor nuestro, es el Señor. Entonces, ¿por qué vivir agitados? Si interferimos, solo estorbamos. No ocupemos el lugar de Dios. Dejemos que Él luche por nosotros, porque cuando Él lucha, nosotros vencemos.

    Señor amado, enséñame a confiar en tu poder y a no usurpar tu lugar. Ayúdame a permanecer en calma mientras Tú peleas mis batallas. Dame paciencia para esperar tus tiempos, humildad para aceptar tus caminos y fe para descansar en tu victoria. Que nunca me olvide de que Tú eres quien lucha por mí, y en Ti siempre venceré. En El Nombre de Jesús, Amén.

  • Capítulo 4: El Poder de la Paciencia

    “Y el corazón de Faraón se endureció, y no dejó ir a los hijos de Israel, como Jehová lo había dicho por medio de Moisés.” Éxodo 9:35

    ¿Conoces la historia de Moisés? Fue llamado a liberar a los hebreos de la esclavitud de Egipto. Pero el Faraón, el rey de Egipto, persistió en su terquedad, sin dejar ir a la gente.

    Pero Moisés no se rindió. Él perseveró y esperó la hora de vencer. La paciencia siempre gana.

    La paciencia tiene que ver con cómo nos vemos a nosotros mismos y lo que esperamos de nosotros mismos. Pacientes, esperamos para llevar a cabo nuestros proyectos. Pacientes, somos constantes. Pacientes, somos firmes. Pacientes, somos persistentes.

    La impaciencia, por el contrario, nos hace inseguros, cambiando de proyectos y de relaciones. Nos hace frágiles, susceptibles de tropezar. La impaciencia nos lleva a rendirnos ante el primer obstáculo, grande o pequeño.

    Ser pacientes también tiene que ver con cómo vemos al otro y cómo lo juzgamos. Pacientes, esperamos la realización del otro a su ritmo. Pacientes, somos tolerantes para aceptar al otro en sus limitaciones. Pacientes, le damos al otro una nueva oportunidad. Pacientes, tardamos en eliminar a las personas de nuestra lista de amigos o colaboradores.

    Impacientes, somos intolerantes con las ideas de los demás. Impacientes, estamos listos para juzgar antes de escuchar. Impacientes, somos despiadados con el otro, aunque siempre esperamos clemencia cuando nos equivocamos.

    “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe.” Gálatas 5:22

    La paciencia es una virtud que requiere muchas otras, como la humildad, la bondad, el amor, la cortesía y el autocontrol. Incluso distantes, deben estar entre nuestros mejores objetivos.

    Ser paciente es contar antes de explotar. Ser paciente es saber que mañana podremos estar del otro lado e imaginar cómo queremos ser tratados.

    La paciencia es para los tranquilos. La paciencia es para los agitados. La paciencia es para los rápidos. La paciencia es para los lentos. La paciencia es para los valientes.

    “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad.” Proverbios 16:32

    La paciencia es una virtud que se mejora con la práctica de la oración. Es una práctica que el Espíritu Santo de Dios nos enseña.

    Padre celestial, enséñame el poder de la paciencia. Como Moisés, ayúdame a perseverar ante la oposición sin rendirme. Dame paciencia conmigo mismo en mis procesos de crecimiento y paciencia con otros en sus limitaciones. Que tu Espíritu Santo cultive en mí esta virtud preciosa que refleja tu carácter. En El Nombre de Jesús, Amén.