Jehová es mi pastor; nada me faltará.
En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará.
Confortará mi alma; me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.
Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento.— Salmo 23:1-4 (RVR1960)
Ella hubiera preferido no estar en aquella situación, pero no tenía alternativa debido a la fragilidad de su salud. Renata tenía poco más de treinta años, pero el cáncer había invadido su cuerpo con metástasis y los tratamientos ya no surtían efecto. Las fuerzas se agotaban, pero su fe permanecía firme.
Era paciente en la unidad de Cuidados Paliativos del hospital. Sabía que le quedaba poco tiempo de vida, y lo que más le dolía no era el sufrimiento físico, sino la idea de dejar a sus dos pequeñas hijas, de siete y nueve años. Sin embargo, Renata tenía un secreto que le daba fuerzas para enfrentar su realidad: desde hacía años cultivaba una relación profunda con Dios, quien le daba sentido y esperanza.
Cada mañana, cuando el equipo médico hacía su ronda, Renata los recibía con una sonrisa serena y decía: “He estado orando por ustedes todos los días.” Aquella paz inexplicable que irradiaba conmovía a todos. Ella conocía a Jesús como su Salvador, Amigo y Señor, y ese amor la sostenía incluso ante la sombra de la muerte. Su fe dejó una huella profunda: una de las médicas, al salir de la habitación, dijo entre lágrimas: “¡Este es el Dios que necesito conocer!”
Dios quiere hablar contigo
“Muerte” es una palabra que evitamos pronunciar. Creemos que, si no hablamos de ella, quizás podamos evitarla. Pero la verdad es que todos moriremos. Algunos después de una larga vida, otros antes de lo esperado. No hay ser humano que no deba enfrentar ese momento.
Ezequías, rey de Judá, también pasó por esta experiencia. Enfermo y al borde de la muerte, clamó al Señor con angustia:
Yo dije: A la mitad de mis días iré a las puertas del Seol; privado soy del resto de mis años.
Dije: No veré a JAH, a JAH en la tierra de los vivientes; ya no veré más hombre con los moradores del mundo.
Mi morada ha sido movida y traspasada de mí como tienda de pastor; como tejedor corté mi vida; me cortará con la enfermedad; me consumirás entre el día y la noche.— Isaías 38:10-12 (RVR1960)
Muchos temen la muerte porque no saben dónde pasarán la eternidad. Pero Dios nos dio una esperanza firme en Su Hijo, Jesucristo. Él murió en la cruz en nuestro lugar, pagando por nuestros pecados, para reconciliarnos con Dios.
Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.
Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira.
Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida.
Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.— Romanos 5:8-11 (RVR1960)
Jesús mismo prometió vida eterna a todo el que cree en Él:
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
— Juan 3:16 (RVR1960)
Y el apóstol Juan afirmó con certeza:
Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo.
El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.
Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna.— 1 Juan 5:11-13 (RVR1960)
Muchas personas creen que las buenas obras bastan para alcanzar el cielo, pero la Biblia enseña que la salvación no se gana: es un regalo que se recibe por la fe en Cristo. Él es el único camino hacia el Padre y la fuente de vida eterna.
Puedes hablar con Dios
Dios, gracias porque puedo llamarte mi Padre.
Sé que, al arrepentirme de mis pecados y creer en Jesús como mi Salvador, me has perdonado y hecho parte de Tu familia.
Ya no tengo miedo de la muerte, porque sé que, al dejar este cuerpo, estaré contigo en el cielo, donde no hay dolor ni lágrimas.
Dame la paz y la alegría de vivir cada día sabiendo que Tú estás conmigo, y la esperanza de descansar en Tus brazos cuando llegue el momento de partir.
En el nombre de Jesús, amén.