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  • Capítulo 3. Desafiado a vivir

    El ánimo del hombre soportará su enfermedad; mas ¿quién soportará al ánimo angustiado?

    — Proverbios 18:14 (RVR1960)

    Hay días en que todo parece un sueño oscuro. El tratamiento se vuelve largo, las fuerzas disminuyen y el desánimo amenaza con instalarse. Surgen pensamientos de rendirse, de dejar que todo siga su curso. Sin embargo, la esperanza no es ingenuidad: es una decisión que mueve el corazón y, con él, también el cuerpo.

    Numerosos testimonios (y la experiencia cotidiana de quienes acompañan a pacientes) muestran que quienes mantienen viva la esperanza afrontan mejor los tratamientos y transitan el proceso con mayor fortaleza interior. La Escritura lo dijo hace siglos:

    El corazón alegre constituye buen remedio; mas el espíritu triste seca los huesos.

    — Proverbios 17:22 (RVR1960)

    Elegir vivir no es negar el dolor ni repetir frases vacías. Es mirar a Dios y decir: “No puedo solo; camina conmigo”. La fe no es un talismán: es la confianza en el Dios vivo que sostiene y guía paso a paso. Con Él, cada día tiene sentido, incluso en medio del valle.

    Dios quiere hablar contigo

    Cuando el miedo aprieta el pecho y el futuro parece una noche interminable, Dios nos invita a clamar y a refugiarnos en Él. El salmista lo expresó con honestidad:

    Sálvame, oh Dios, porque las aguas han entrado hasta el alma. Estoy hundido en cieno profundo, donde no puedo hacer pie; he venido a abismos de aguas, y la corriente me ha anegado.

    — Salmo 69:1-2 (RVR1960)

    La respuesta de la fe no siempre elimina la tormenta de inmediato, pero cambia nuestra postura en medio de ella:

    En el día que temo, yo en ti confío.

    — Salmo 56:3 (RVR1960)

    Hoy puedes decidir: rendirte al desánimo o levantar la mirada al Señor. Elegir la vida no es solo una consigna; es un camino diario de dependencia y confianza.

    Puedes hablar con Dios

    Señor, hoy confieso mi miedo y mi cansancio. A veces me siento sin fuerzas para continuar, pero elijo confiar en ti. Sostén mi ánimo, fortalece mi fe y renueva mi esperanza.

    Enséñame a vivir un día a la vez, a no adelantarme al mañana y a descansar en tu cuidado. Que tu paz guarde mi mente y tu palabra alumbre mis pasos. Te entrego mi tratamiento, mis decisiones y a mi familia.

    En el nombre de Jesús, amén.

  • Capítulo 2. Con cáncer y con un hijo para criar sola

    Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios.

    — 2 Corintios 1:3-4 (RVR1960)

    Cuando escuchamos historias, estadísticas o consejos sobre la prevención del cáncer, pensamos que son útiles, pero que nunca nos tocarán directamente.
    Hasta que un día la vida cambia con una sola palabra.

    Eso fue lo que viví. Un día, al ducharme, sentí un pequeño nódulo en mi seno. Tenía 36 años. Fui al médico, me realizaron exámenes y, aunque me aferraba a la esperanza de que todo fuera un error, llegó el diagnóstico que no quería escuchar: cáncer maligno de mama.

    Salí del consultorio con el corazón encogido, las manos temblorosas y un océano de pensamientos en la cabeza.
    Cirugía, quimioterapia, radioterapia… ¿Cómo enfrentaría todo eso sola, viviendo en Japón, con un hijo de ocho años a mi cuidado?

    Lloré mucho. Clamé a Dios por su misericordia. Y, en medio del llanto, una voz suave en mi corazón me decía: “Dios está en control.”
    Esa frase se convirtió en mi ancla. No en una idea abstracta, sino en una certeza viva: no estaba sola.

    Tomé la decisión de regresar al Brasil, donde podría tener más apoyo familiar. En cada detalle —los trámites, los médicos, las fechas— veía la mano de Dios guiando el proceso.
    Vinieron la cirugía, las sesiones de quimioterapia, la caída del cabello, los vómitos, el cansancio… pero también vinieron nuevas fuerzas y el consuelo de una comunidad de fe que me abrazó.

    Encontré refugio en la iglesia, en los hermanos que oraban conmigo, y en los pequeños momentos de arte y servicio. Mientras aprendía pintura en tela para distraer la mente, el Señor pintaba esperanza en mi alma.
    Mi hijo, aunque pequeño, fue mi motivo para levantarme cada día. Su vida me recordaba que aún había mucho por qué vivir.

    Todo mi tratamiento fue realizado a través del sistema público de salud, y en cada etapa pude ver la fidelidad del Señor. El versículo de 2 Corintios 1:3-4 se volvió mi experiencia viva: Dios me consoló, y ahora puedo consolar a otros.

    Hoy doy gracias por aquel tiempo tan difícil, porque fue el escenario donde conocí más profundamente al Dios que nunca abandona. Él me enseñó que su poder se perfecciona en la debilidad, y que incluso el dolor puede convertirse en testimonio.

    Dios quiere hablar contigo

    Tal vez tú también enfrentas la enfermedad sintiéndote solo(a) o con una gran responsabilidad sobre tus hombros.
    Recuerda: Dios ve tu carga, conoce tu corazón y promete sustentarte cada día. Él no solo cuida de ti, sino también de aquellos que amas.

    El Señor lo sustentará sobre el lecho del dolor; mullirás toda su cama en su enfermedad.

    — Salmo 41:3 (RVR1960)

    El mismo Dios que te consuela, también quiere usarte como instrumento de consuelo.
    Cada lágrima que Él ha secado en ti puede convertirse en palabra de aliento para otro corazón.

    Puedes hablar con Dios

    Padre, gracias porque tu consuelo me sostiene cuando las fuerzas se agotan.
    Gracias por recordarme que no estoy sola y que tú cuidas de mi vida y de mi familia.

    Hoy pongo en tus manos mis miedos, mis tratamientos, mis responsabilidades y mi futuro.
    Enséñame a confiar cada día en tu fidelidad y a ver tus cuidados en los detalles.
    Si es tu voluntad, usa mi historia para consolar a otros y para que muchos te conozcan como el Dios que sana el alma.

    En el nombre de Jesús, amén.

  • Capítulo 1. Las sorpresas de la vida no toman a Dios por sorpresa

    Bendito el Señor; cada día nos colma de beneficios el Dios de nuestra salvación.

    — Salmo 68:19 (RVR1960)

    Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.

    — 1 Pedro 5:7 (RVR1960)

    Las sorpresas de la vida son herramientas que Dios usa para formar en nosotros una alegría y una confianza que no dependen de las circunstancias. A veces llegan cuando todo parecía en orden: aniversarios por celebrar, proyectos encaminados, nietos por nacer, planes de descanso después de años de trabajo. Y, de pronto, un examen de rutina, un nódulo, una biopsia… y la palabra que nadie quiere oír: cáncer.

    Cuando la noticia irrumpe, la mente se llena de preguntas y temores. El recuerdo de familiares que partieron por causa de la enfermedad nos golpea, y sentimos que una nube ensombrece las celebraciones y los días por venir. Sin embargo, la Palabra nos invita a mirar a Aquel que cada día lleva nuestras cargas. Él no siempre nos muestra el final del camino ni el proceso completo, pero nos llama a llevar nuestras preocupaciones a la cruz y dejarlas allí.

    Tal vez hoy cargas un peso que tus hombros no pueden sostener: el miedo al tratamiento, la ansiedad por el mañana, la fragilidad de la familia ante un diagnóstico que lo cambia todo. El Señor no está sorprendido; Él conoce tu historia y te ofrece su cuidado diario. Puedes confiarle el fardo de este día, ahora mismo.

    Dios quiere hablar contigo

    Dios no pierde el control cuando nosotros lo perdemos. Cuando las sorpresas nos desestabilizan, Él permanece fiel. Su invitación es concreta: entrégale tus preocupaciones y permite que su paz guarde tu corazón y tu mente.

    Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

    — Filipenses 4:6-7 (RVR1960)

    La fe no elimina la realidad del dolor, pero la reubica bajo el dominio de Dios. Él lleva tu carga hoy, y mañana también. Vivir un día a la vez, de su mano, es el antídoto para la angustia que paraliza.

    Puedes hablar con Dios

    Señor, hoy mis planes han sido interrumpidos y mi corazón está inquieto. Reconozco que no tengo fuerzas para llevar solo este peso. Vengo a ti con todas mis preocupaciones y las dejo en tus manos.

    Enséñame a caminar paso a paso, sin adelantarme al mañana. Dame tu paz que sobrepasa todo entendimiento, claridad para las decisiones y descanso mientras atravieso este proceso. Gracias porque cada día llevas mis cargas y sostienes a mi familia.

    En el nombre de Jesús, amén.

  • Capítulo 0. ¿Yo con cáncer?

    Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento.

    — Salmo 23:4 (RVR1960)

    Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.

    — 1 Pedro 5:7 (RVR1960)

    Cuando estamos sanos, creemos que el dolor, la enfermedad, el sufrimiento y la muerte siempre le ocurren a otros. Nos sentimos fuertes, cuidamos de los más frágiles. Pero la enfermedad también puede sorprendernos. El cáncer, en el silencio de nuestros días, nos toma por la espalda y sacude la estabilidad de la vida.

    ¿Cómo enfrentar a este enemigo cuando todo se tambalea? Una avalancha de pensamientos golpea la mente: ¿y la familia?, ¿y el trabajo?, ¿y mis sueños?, ¿y ese viaje tan esperado? ¿De qué sirvieron las horas de ejercicio y los sacrificios de la dieta si ahora una sombra amenaza con quitarme la paz?

    Ante el médico, con el resultado de la biopsia en la mano, te atreves a preguntar lo que ya intuyes: “¿Es cáncer, doctor?” Ya no son suposiciones, ni fantasmas, ni pesadillas. Es una realidad dura e innegable.

    En internet hay información para cada tipo de cáncer y las estadísticas pueden asustar. Descubrimos nuestra fragilidad, como cualquier ser humano. ¿Cómo reaccionar frente a este diagnóstico?

    En mi caso, la noticia llegó en medio de exámenes de rutina. Un pequeño nódulo en la tiroides, una biopsia, la confirmación: cáncer. Con el corazón sacudido, me aferré a dos certezas: estaba en buenas manos médicas y, sobre todo, en las manos de Dios. No necesitaba vivir con miedo.

    La cirugía pasó, volví a casa y, como un guiño del cielo, todas mis orquídeas —a las que jamás lograba cuidar bien— florecieron a la vez. Llené el apartamento de flores y descansé en el Dios de toda consolación, agradecida por más tiempo para vivir.

    Escribo estas líneas para ti, que quizá estás cruzando el mismo valle. Aquí comparto mi experiencia y la de amigos que han enfrentado el cáncer. Queremos hablarte de este Dios que camina con nosotros cada día, que desea una relación tan profunda que transforme cada momento, especialmente ahora, cuando atravesamos “el valle oscuro como la muerte”. Él no nos abandona: es nuestro Buen Pastor.

    Tal vez ya has oído este mensaje muchas veces, pero las malas noticias nos sacuden y ponen a prueba la fe. Recuerda: Dios no te ha olvidado. Solo Él puede consolarte y ayudarte a vivir con fuerzas, paz y alegría, incluso en el desierto de la enfermedad.

    Dios quiere hablar contigo

    La noticia del cáncer no sorprende a Dios. Él conoce tus días, tus miedos y tus preguntas. En medio de la incertidumbre, su Palabra te invita a levantar la mirada y a descansar en su cuidado fiel.

    No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.

    — Isaías 41:10 (RVR1960)

    Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra.

    — Salmo 121:1-2 (RVR1960)

    Dios te ve, te conoce y te sostiene. Esta etapa no define tu valor ni determina tu esperanza. En sus manos, aun el dolor puede convertirse en encuentro, y el miedo en confianza.

    Puedes hablar con Dios

    Señor, hoy mi corazón tiembla ante este diagnóstico. Las preguntas me abruman y la incertidumbre me roba la paz. Vengo a ti con mi ansiedad, con mis miedos y con mi cuerpo frágil.

    Te pido que tomes mi mano y me guíes paso a paso. Dame sabiduría para las decisiones, serenidad para los tratamientos y tu paz en medio del valle. Que tu presencia llene mi casa y mi vida. Sostén a mi familia, fortalece mi fe y recuérdame cada día que no camino solo(a).

    En el nombre de Jesús, amén.

  • Capítulo 11. Dios cuidará de ti

    En ti, oh Jehová, me he refugiado; no sea yo avergonzado jamás.
    Socórreme y líbrame en tu justicia; inclina tu oído hacia mí, y sálvame.
    Sé para mí una roca de refugio, adonde recurra yo continuamente;
    tú has dado mandamiento para salvarme, porque tú eres mi roca y mi fortaleza.
    Porque tú eres mi esperanza, oh Señor Jehová; en ti he confiado desde mi juventud.
    En ti he sido sustentado desde el vientre; de las entrañas de mi madre tú fuiste el que me sacó; de ti será siempre mi alabanza.
    No me deseches en el tiempo de la vejez; cuando mi fuerza se acabare, no me desampares.
    Yo esperaré siempre, y te alabaré más y más.
    Oh Dios, me enseñaste desde mi juventud; y hasta ahora he manifestado tus maravillas.
    Aun en la vejez y las canas, oh Dios, no me desampares,
    hasta que anuncie tu poder a la posteridad, y tu potencia a todos los que han de venir.

    — Salmo 71:1-3, 5-6, 9, 14, 17-18 (RVR1960)

    Probablemente estés leyendo estas palabras con tus lentes puestos.
    Con el paso de los años, la vista se debilita y la vida parece nublarse un poco.
    El futuro puede generar miedo e incertidumbre: ¿Quién cuidará de mí cuando no pueda valerme por mis propios medios? ¿Seré una carga?
    Estas preguntas son comunes, pero hay una verdad que disipa la ansiedad: Dios cuida de ti.

    Cuando la preocupación y el temor quieran dominarte, recuerda mirar con los “ojos de la fe”.
    El mismo Dios que te ha sostenido hasta hoy, lo seguirá haciendo mañana.
    Él ha sido fiel en cada etapa de tu vida, y no dejará de serlo ahora.
    Nada escapa a Su cuidado.
    Solo necesitas depositar tu confianza en Sus manos y descansar en Su amor eterno.

    Tú, que has trabajado y vivido tanto, puedes mirar hacia atrás y ver cuántas veces Dios te ha guardado, consolado y provisto lo necesario.
    Él no cambia.
    Así como te sostuvo en el pasado, te sostendrá también en la vejez, cuando tus fuerzas físicas disminuyan.
    Su amor es constante, Su fidelidad no tiene fin.

    Dios quiere hablar contigo

    David, el pastor de ovejas que se convirtió en rey, conoció de cerca la fidelidad del Señor.
    Desde su juventud, hasta su ancianidad, Dios fue su roca, su refugio y su fortaleza.
    Aun en medio de errores, persecuciones y pérdidas, David podía decir con certeza:

    Oh Jehová, tú me has examinado y conocido.
    Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme;
    Has entendido desde lejos mis pensamientos.
    Has escudriñado mi andar y mi reposo,
    Y todos mis caminos te son conocidos.
    Aun no está la palabra en mi lengua,
    Y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda.
    Detrás y delante me rodeaste,
    Y sobre mí pusiste tu mano.
    Mi embrión vieron tus ojos,
    Y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas
    Que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas.

    — Salmo 139:1-5, 16 (RVR1960)

    Con los años, David también pudo testificar:

    Joven fui, y he envejecido,
    Y no he visto justo desamparado,
    Ni su descendencia que mendigue pan.
    En todo tiempo tiene misericordia, y presta;
    Y su descendencia es para bendición.

    — Salmo 37:25-26 (RVR1960)

    Dios promete cuidar de los suyos, no solo durante la juventud o los años de vigor, sino también en la vejez.
    Su presencia permanece, Su provisión continúa y Su amor no disminuye.
    Él se deleita en protegerte, en sostenerte y en cumplir sus promesas.

    Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová.
    Porque será como el árbol plantado junto a las aguas,
    que junto a la corriente echará sus raíces,
    y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde;
    y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto.

    — Jeremías 17:7-8 (RVR1960)

    Jesús también nos enseñó a confiar en el cuidado del Padre celestial:

    Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber;
    ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir.
    ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?
    Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros;
    y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?
    Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.
    Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán.
    Basta a cada día su propio mal.

    — Mateo 6:25-26, 33-34 (RVR1960)

    Estas palabras son una invitación a descansar en la fidelidad de Dios.
    Él no solo te dio la vida, sino que también promete sostenerla hasta el último suspiro.
    Nada puede separarte de Su amor ni impedir Su cuidado.

    Puedes hablar con Dios

    Señor, gracias porque a lo largo de mi vida he visto tu fidelidad.
    Tú has sido mi roca, mi refugio y mi proveedor.
    Ayúdame a seguir confiando en ti, sin miedo al futuro.

    Enséñame a descansar cada día en tu amor, a no preocuparme por lo que vendrá,
    y a vivir con gratitud por tus bondades.
    Te entrego mis temores, mis necesidades y mis años.
    Confío en que seguirás cuidando de mí, como lo has hecho hasta ahora.

    En el nombre de Jesús, amén.

  • Capítulo 10. Trayendo la esperanza a la memoria

    Esto recapacitaré en mi corazón, por lo tanto esperaré.
    Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias.
    Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad.
    Mi porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré.
    Bueno es Jehová a los que en él esperan, al alma que le busca.
    Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová.

    — Lamentaciones 3:21-26 (RVR1960)

    La tristeza y la amargura se reflejaban claramente en el rostro de Marcia. No era necesario que dijera nada: las pérdidas, las decepciones y los errores del pasado se habían arraigado tan profundamente en su corazón que la esperanza parecía haberse apagado.
    Los recuerdos dolorosos regresaban una y otra vez, acusándola, llenándola de resentimiento y tristeza.
    Había llegado al punto de sentirse sin valor y sin propósito.

    Sin embargo, cuando parece que hemos tocado fondo, es precisamente ahí donde Dios puede comenzar su obra.
    Cuando no nos queda nada más, cuando reconocemos que solos no podemos salir del pozo, el Señor nos extiende su mano.
    Él puede restaurar la alegría y devolvernos el sentido de vivir.

    El lugar donde ponemos nuestra esperanza determina nuestra paz.
    Si la ponemos en personas, posesiones o circunstancias, viviremos frustrados.
    Pero si la depositamos en Dios, Él renovará nuestra mente, nos ayudará a recordar sus bondades y nos permitirá ver nuevas razones para agradecer y seguir adelante.

    Dios quiere hablar contigo

    José, el hijo de Jacob, podría haber vivido esclavizado por el rencor y la amargura.
    Sus propios hermanos lo vendieron como esclavo, lo alejaron de su hogar y lo condenaron a un futuro incierto.
    Pero en lugar de dejarse consumir por el odio, José eligió confiar en Dios y mantenerse fiel aun en medio de la injusticia.

    Y aconteció que cuando sus hermanos vieron que su padre lo amaba más que a todos sus hermanos, le aborrecieron, y no podían hablarle pacíficamente…
    Y dijeron el uno al otro: He aquí viene el soñador. Ahora, pues, venid, y matémosle y echémosle en una cisterna…
    Y tomaron a José y lo echaron en la cisterna; pero la cisterna estaba vacía, no había en ella agua.

    — Génesis 37:4, 19-20, 24 (RVR1960)

    Más tarde, fue vendido a Egipto como esclavo, pero la fidelidad de Dios lo acompañó aun allí.

    Mas Jehová estaba con José, y fue varón próspero; y estaba en la casa de su amo el egipcio.
    Y vio su amo que Jehová estaba con él, y que todo lo que él hacía, Jehová lo hacía prosperar en su mano.
    Y bendijo Jehová la casa del egipcio a causa de José; y la bendición de Jehová estaba sobre todo lo que tenía, así en casa como en el campo.

    — Génesis 39:2-3, 5 (RVR1960)

    Aunque fue injustamente acusado y encarcelado, José continuó confiando en el Señor, quien no lo abandonó.

    Mas Jehová estaba con José, y le extendió su misericordia, y le dio gracia en los ojos del jefe de la cárcel…
    El jefe de la cárcel no necesitaba atender cosa alguna de las que estaban al cuidado de José, porque Jehová estaba con José, y lo que él hacía, Jehová lo prosperaba.

    — Génesis 39:21-23 (RVR1960)

    Al final, Dios transformó el mal en bien.
    José fue elevado a gobernador de Egipto y se convirtió en instrumento para salvar a muchos durante una gran hambruna, incluyendo a sus propios hermanos.

    Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo.
    Ahora, pues, no tengáis miedo; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos.
    Así los consoló, y les habló al corazón.

    — Génesis 50:20-21 (RVR1960)

    José eligió recordar las obras de Dios en lugar de las heridas del pasado.
    Eso es lo que significa “traer la esperanza a la memoria”: mirar hacia atrás y ver no solo el dolor, sino la fidelidad de Dios a lo largo del camino.
    Él nunca dejó de sostenernos, incluso en los momentos que no comprendimos.

    Puedes hablar con Dios

    Señor, gracias porque tus misericordias son nuevas cada mañana.
    Aun cuando mi corazón se llena de tristeza, puedo recordar todo lo que has hecho por mí y confiar en que seguirás obrando.

    Ayúdame a dejar atrás los pensamientos que me atan al pasado, y enséñame a mirar hacia adelante con esperanza.
    Lléname de tu paz y de tu verdad, para que pueda vivir cada día con gratitud.

    Hoy elijo recordar tu fidelidad, tus promesas y tu amor.
    Gracias porque puedo descansar en ti, confiando en que todo lo que haces es bueno y tiene propósito.

    En el nombre de Jesús, amén.

  • Capítulo 9. Perdí a alguien a quien amo

    Tú has contado mis pasos; pon mis lágrimas en tu redoma; ¿no están ellas en tu libro?

    — Salmo 56:8 (RVR1960)

    Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu.

    — Salmo 34:18 (RVR1960)

    Era difícil para José volver a su casa después del funeral de su amada esposa, su compañera de toda la vida, su novia durante más de cincuenta años.
    Cada rincón le recordaba su presencia: el aroma de su ropa, sus pequeños hábitos, los objetos que ella usaba cada día, las fotos enmarcadas en la sala que contaban la historia de una vida compartida. Todo hablaba de ella, y ahora todo parecía vacío.

    Quizás tú también estás atravesando el dolor de haber perdido a alguien muy querido.
    Tu corazón parece desgarrado, como si faltara una parte de ti.
    Aunque otras personas te acompañen o intenten consolarte, sabes que ese vacío es único, porque nadie puede ocupar el lugar que esa persona tenía en tu vida.

    Pero hay alguien que comprende ese dolor: Dios mismo.
    Él conoce tus lágrimas, escucha tus silencios y está cerca del que sufre.
    El Señor entiende lo que significa perder a un ser amado, porque también experimentó el dolor de la muerte de su propio Hijo.
    Jesús lloró ante la tumba de su amigo Lázaro y entiende cada lágrima que derramas.
    En sus brazos puedes descansar y hallar consuelo verdadero.

    Dios quiere hablar contigo

    Raquel era una mujer hermosa y de gran corazón. Su carácter servicial y su fe atrajeron el amor de Jacob, quien trabajó catorce años para poder casarse con ella.
    Sin embargo, su vida también estuvo marcada por el sufrimiento. Durante años fue estéril, y su corazón se llenó de tristeza y rivalidad con su hermana Lea.
    Finalmente, Dios escuchó su oración y le concedió dos hijos: José y Benjamín.
    Pero el segundo parto fue difícil, y Raquel murió al dar a luz a Benjamín.
    Jacob lloró profundamente la pérdida de su amada y levantó una piedra en su sepultura, como un testimonio de su amor y dolor.

    Y partieron de Betel; y había aún como media legua de tierra para llegar a Efrata, cuando dio a luz Raquel, y hubo trabajo en su parto.
    Y aconteció, como había trabajo en su parto, que le dijo la partera: No temas, que también tendrás este hijo.
    Y aconteció que al salírsele el alma (pues murió), llamó su nombre Benoni; mas su padre lo llamó Benjamín.
    Así murió Raquel, y fue sepultada en el camino de Efrata, la cual es Belén.
    Y levantó Jacob un pilar sobre su sepultura; esta es la señal de la sepultura de Raquel hasta hoy.

    — Génesis 35:16-20 (RVR1960)

    Jacob, como muchos otros hombres y mujeres de Dios, conoció el dolor de la pérdida.
    David también lloró la muerte de sus seres queridos, pero halló fortaleza en la presencia del Señor.
    El dolor no desaparece de un día para otro, pero Dios promete acompañarnos en medio de él, dándonos consuelo, esperanza y propósito.

    Guárdame, oh Dios, porque en ti he confiado.
    Oh alma mía, dijiste a Jehová: Tú eres mi Señor; no hay para mí bien fuera de ti.
    Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa; tú sustentas mi suerte.
    Bendeciré a Jehová que me aconseja; aun en las noches me enseña mi conciencia.
    A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido.
    Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre.

    — Salmo 16:1-2, 5, 7-8, 11 (RVR1960)

    El Señor es “Dios de toda consolación” (2 Corintios 1:3).
    Él no promete que no llorarás, pero sí promete secar tus lágrimas y darte esperanza.
    El mismo que acompañó a Jacob, David y a tantos otros también te acompañará a ti.
    Y cuando tu corazón se vuelve hacia Él, poco a poco el dolor se transforma en gratitud por el tiempo compartido y por el amor que dejó huella.

    Puedes hablar con Dios

    Padre, tú conoces mi dolor y ves cada una de mis lágrimas.
    Gracias porque no me dejas solo en mi tristeza, sino que me sostienes con tu amor.

    Te entrego el vacío que hay en mi corazón.
    Sana mis heridas, fortalece mi fe y ayúdame a seguir adelante con esperanza.
    Gracias porque prometes ser esposo de las viudas, padre de los huérfanos y amigo fiel de los que están solos.
    Enséñame a apoyarme en ti cada día y a recordar que, aunque haya perdido a alguien amado, nunca he perdido tu presencia.

    En el nombre de Jesús, amén.

  • Capítulo 8. Soledad

    Oh Jehová, Dios de mi salvación, día y noche clamo delante de ti.
    Soy contado entre los que descienden al sepulcro; soy como hombre sin fuerzas.
    Has alejado de mí mis amigos, me has puesto por abominación a ellos; encerrado estoy, y no puedo salir.
    Mis ojos enferman a causa de mi aflicción; te he llamado, oh Jehová, cada día; he extendido a ti mis manos.
    Has alejado de mí al amigo y al compañero, y a mis conocidos has puesto en tinieblas.

    — Salmo 88:1, 4, 8-9, 18 (RVR1960)

    La anciana acababa de ser trasladada a una nueva sala del hospital. Su rostro era el retrato del abandono. Dependiente, había sido cuidada por un sobrino de trece años. Hacía mucho que nadie se sentaba a escucharla. Al principio desconfiaba; pero poco a poco levantó la mirada, buscó mis ojos y abrió el corazón. Nuestra presencia, el tiempo y la atención le devolvían algo de calor a sus días.

    Uno de nuestros mayores temores es el del abandono y la soledad. Tememos perder a quienes amamos, ya sea por la muerte, por el rechazo o por el olvido. Sin embargo, a veces nadie necesita dejarnos físicamente: nosotros mismos podemos encerrarnos por dentro, aislándonos en medio de una multitud.

    Sea por amargura, miedo, sensación de poco valor, depresión u orgullo, la soledad también puede convertirse en una postura del corazón. Esperamos que los demás vengan a buscarnos, que hijos y amigos llamen o visiten; cuando no lo hacen con la frecuencia que deseamos, reaccionamos con enojo, nos cerramos como en venganza y destilamos tanto resentimiento que la gente pierde el deseo de acercarse.

    Hay muchos mayores que se sienten solos. Pero si cada uno decide dar el primer paso —llamar, orar uno por otro, escuchar, compartir historias y hasta reír juntos—, la alegría vuelve. La buena compañía se convierte en medicina, y la soledad pierde su dominio.

    Dios quiere hablar contigo

    Cuando nos sentimos solos y abandonados, podemos almacenar sentimientos amargos contra las personas… y también contra Dios. Parecería que Él se hubiera olvidado de nosotros. Pero nuestras emociones son engañosas. La Palabra de Dios nos recuerda quién es Él y cómo actúa a favor de los que acuden a Él.

    Mas tú has visto, porque miras el trabajo y la vejación, para dar la recompensa con tu mano; a ti se acoge el desvalido; tú eres el amparo del huérfano.

    — Salmo 10:14 (RVR1960)

    Cercano estás tú, oh Jehová, y todos tus mandamientos son verdad.

    — Salmo 119:151 (RVR1960)

    Fiel es Jehová en todas sus palabras, y santo en todas sus obras.
    Jehová sostiene a todos los que caen, y levanta a todos los oprimidos.
    Los ojos de todos esperan en ti, y tú les das su comida a su tiempo.
    Abres tu mano, y colmas de bendición a todo ser viviente.
    Justo es Jehová en todos sus caminos, y misericordioso en todas sus obras.
    Cercano está Jehová a todos los que le invocan, a todos los que le invocan de veras.

    — Salmo 145:13b-18 (RVR1960)

    …y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.

    — Mateo 28:20 (RVR1960)

    Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré.

    — Hebreos 13:5 (RVR1960)

    Dios se acerca a los que le buscan con sinceridad. Él ve, Él conoce, Él sostiene, y promete su presencia constante. Si levantamos la vista de nosotros mismos y la fijamos en Él, encontraremos consuelo, dirección y fuerzas para dar pasos concretos hacia los demás.

    Puedes hablar con Dios

    Padre, perdóname por las veces que he reaccionado con enojo al no recibir la atención que esperaba, encerrándome en mí mismo y alejando a quienes me rodean. He dejado que el miedo y la amargura gobiernen mis palabras y mis actitudes.

    Hoy decido confiar en tu fidelidad. Renuevo mi mente con tu Palabra y te pido que sanes mis emociones. Dame valor para dar el primer paso: llamar, escuchar, servir, abrir mi corazón y permitir que otros se acerquen.

    Acércame a las personas que necesitan compañía y hazme un canal de tu consuelo. Gracias porque no me abandonas y porque tu presencia llena mi soledad.

    En el nombre de Jesús, amén.

  • Capítulo 7. El nido vacío

    Y quedaron aquellas dos mujeres desamparadas, sin sus hijos y sin su marido.

    — Rut 1:5 (RVR1960)

    Ya no hay risas ni carreras de niños por la casa. Nadie pide que le cures una herida, ni que le leas un cuento antes de dormir.
    La mesa, antes llena de voces, ahora solo tiene dos platos. El silencio parece ocupar cada rincón.
    Es lo que muchos llaman “el síndrome del nido vacío”.

    El adolescente que una vez lloraba desconsolado por un amor perdido ahora es un adulto responsable, con un buen trabajo y un hogar propio.
    Orgullo y melancolía se mezclan en el corazón de los padres. Sus hijos crecieron y se fueron, y la casa parece demasiado grande.

    Sin embargo, esta etapa no tiene por qué ser triste. Puede convertirse en un tiempo de renovación.
    Es una oportunidad para fortalecer el matrimonio, redescubrir sueños compartidos y abrir el corazón a nuevos propósitos.
    También es un momento para mirar más allá de las paredes del hogar y servir a otros.

    Cuando los hijos parten, es normal sentir vacío, pero cada etapa de la vida tiene sus propias bendiciones.
    Y si tienes nietos, descubrirás un nuevo tipo de alegría. Si no, hay muchos niños en tu entorno o en comunidades que puedes amar y acompañar.
    Una niña escribió en su tarea escolar: “Todos deberían tener una abuela, porque son los únicos adultos que tienen tiempo.”
    Y tenía razón: las personas mayores pueden ofrecer lo más valioso que existe —presencia, paciencia y amor.

    Dios quiere hablar contigo

    Noemí había dejado su tierra junto con su esposo y sus dos hijos para vivir en Moab.
    Durante diez años disfrutaron de alegrías y también enfrentaron pruebas. Pero el tiempo trajo dolor: primero murió su esposo, y luego sus dos hijos.
    Noemí se sintió sola, vacía y sin propósito. Tan grande era su tristeza que pidió que la llamaran “Mara”, que significa “amarga”.

    Sin embargo, Dios no la había olvidado. Al emprender el regreso a su tierra, sus nueras, Rut y Orfa, la acompañaron hasta el camino.
    Con ternura, Noemí intentó persuadirlas de regresar con sus familias:

    Y Noemí dijo a sus dos nueras: Andad, volveos cada una a la casa de su madre; Jehová haga con vosotras misericordia, como la habéis hecho con los muertos y conmigo.
    Jehová os dé que halléis descanso, cada una en casa de su marido…
    Y ellas alzaron otra vez su voz y lloraron; y Orfa besó a su suegra, mas Rut se quedó con ella.

    — Rut 1:8-9,14 (RVR1960)

    Rut, llena de amor y lealtad, respondió con una de las declaraciones más hermosas de toda la Escritura:

    No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré.
    Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios.
    Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada; así me haga Jehová, y aun me añada, que solo la muerte hará separación entre nosotras dos.

    — Rut 1:16-17 (RVR1960)

    Dios usó a Rut para llenar el vacío en el corazón de Noemí.
    Y así como Él restauró la alegría de aquella mujer, también puede restaurar la tuya.
    En los momentos de soledad, Dios envía personas que se convierten en compañía, consuelo y bendición.
    Él transforma la tristeza en propósito, y el “nido vacío” puede llenarse otra vez con amor, servicio y nuevas relaciones.

    Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia;
    soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro.
    De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.
    Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto.
    Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos.

    — Colosenses 3:12-15 (RVR1960)

    Puedes hablar con Dios

    Padre, gracias por los años maravillosos que me permitiste vivir rodeado de mi familia y de personas que amo.
    Gracias por los momentos de risa, por los abrazos, por las comidas compartidas y por el privilegio de haber cuidado de mis hijos.

    Ahora que mi casa está más silenciosa, ayúdame a no mirar atrás con tristeza, sino con gratitud.
    Recuérdame que no hay jubilación en la vida espiritual, que siempre tienes algo nuevo para mí, un propósito que cumplir y personas a quienes amar.

    Abre mis ojos para ver las oportunidades que me das en esta nueva etapa,
    y llena mi corazón con tu amor para que pueda compartirlo con otros.
    En el nombre de Jesús, amén.

  • Capítulo 6. Aprendiendo a recibir

    Se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó.
    Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido.
    Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies?

    — Juan 13:4-6 (RVR1960)

    Era difícil saber cuántos años llevaban juntos, tal era el cariño y la dedicación que se tenían. El amor entre ellos era evidente, y todos los que los conocían deseaban tener un matrimonio tan sólido y tierno como el suyo.

    Sin embargo, la vida nunca fue fácil para esta pareja. Se casaron jóvenes, y pocos años después ella fue diagnosticada con una enfermedad neurológica progresiva e incurable. Poco a poco, su cuerpo fue perdiendo fuerzas; ya no podía limpiar la casa, cocinar ni realizar las tareas que antes hacía con alegría. Incluso tuvieron que renunciar a la posibilidad de tener hijos.

    Tras los primeros meses de dolor y preguntas ante Dios, el esposo tomó una decisión firme, recordando la promesa que había hecho el día de su boda: “Prometo serte fiel, amarte y respetarte, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida, hasta que la muerte nos separe.”

    Con ternura y paciencia, comenzó a cuidar de ella en todo. Trabajaba desde casa, como contador, para poder estar siempre cerca. Velaba su sueño, le tomaba la mano y acariciaba su rostro hasta que el descanso llegaba. Durante más de cuarenta años, este hombre la sirvió con amor inquebrantable.

    Ella, a su vez, tuvo que aprender a dejar atrás el orgullo, la vergüenza y el deseo de independencia, aceptando ser cuidada por aquel que la amaba profundamente. Ambos descubrieron que servir y dejarse servir también es una forma de adorar a Dios.

    Dios quiere hablar contigo

    Todos somos seres dependientes, aunque a veces nos cueste admitirlo. En un mundo que valora la autosuficiencia, hemos aprendido a pensar: “Puedo hacerlo todo solo”, o “no necesito a nadie”. Pero eso es una ilusión.

    Si lo piensas bien, dependemos constantemente de los demás: no hacemos el papel donde escribimos, ni cultivamos los alimentos que comemos, ni fabricamos la electricidad que usamos. Necesitamos del trabajo, el servicio y el amor de otros. Y cuando envejecemos, esa interdependencia se vuelve aún más visible.

    Jesús mismo nos dio un ejemplo de humildad y servicio:

    Se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó.
    Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido.
    Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies?

    — Juan 13:4-6 (RVR1960)

    Pedro estaba acostumbrado a servir, a ser el primero en actuar, a liderar. Pero no a ser servido. Por eso se sintió incómodo cuando Jesús, su Maestro, se inclinó a lavar sus pies. No podía aceptar que el Hijo de Dios hiciera eso por él.

    Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo.
    Le dijo Simón Pedro: Señor, no solo mis pies, sino también las manos y la cabeza.

    — Juan 13:8-9 (RVR1960)

    Cuidar a alguien y dejarse cuidar son expresiones profundas del amor de Dios. A veces, recibir también es un acto de humildad y gratitud. Permitir que otros nos ayuden es reconocer que Dios puede cuidar de nosotros a través de sus manos.

    Cuando aceptamos el servicio de otros con gratitud, les damos la oportunidad de experimentar la bendición de servir, y nosotros aprendemos a reflejar el carácter de Cristo, que lavó los pies de sus discípulos.

    Puedes hablar con Dios

    Padre, perdóname por mi orgullo, por las veces que me he resistido a recibir ayuda.
    Siempre quise ser independiente, hacer todo por mí mismo, y ahora me cuesta aceptar que necesito de otros.

    Enséñame a reconocer Tu cuidado en las manos de quienes me asisten.
    Dame paciencia para esperar, humildad para recibir, y gratitud para agradecer a quienes me aman y me sirven.

    Si ya no puedo hacer tanto como antes, recuérdame que aún puedo sonreír, amar, orar y bendecir a los que me rodean.
    Gracias, Señor, porque incluso cuando dependo de otros, sigues cuidando de mí.

    En el nombre de Jesús, amén.