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  • Capítulo 13. Buscando causas para el sufrimiento

    Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?
    Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él.

    — Juan 9:2-3 (RVR1960)

    Cuando el dolor llega, una de las primeras preguntas que hacemos es:
    “¿Por qué me pasa esto?”
    Queremos entender las causas del sufrimiento, como si descubrirlas aliviara la carga. Pero hay misterios que no tienen explicación inmediata, porque Dios está obrando en un nivel que va más allá de nuestra comprensión.

    La Biblia nos enseña que el sufrimiento puede tener distintas fuentes.
    A veces no lo entendemos todo, pero sí podemos confiar en el propósito de Dios en medio de él.

    1. A veces, Dios permite la adversidad para revelar su gloria.

    Jesús explicó que el hombre ciego de nacimiento no estaba así por culpa propia ni de sus padres, sino para que las obras de Dios se manifestaran en su vida.
    A través de su sanidad, muchos conocieron el poder y la compasión del Señor.

    2. A veces, el sufrimiento es consecuencia de nuestras propias decisiones.

    Hay enfermedades y heridas que provienen de malas elecciones: descuidar el cuerpo, abusar de sustancias, vivir bajo estrés, guardar amargura o falta de perdón.
    Dios no nos castiga arbitrariamente; simplemente cosechamos lo que hemos sembrado.
    Pero incluso entonces, su gracia puede restaurar y transformar el daño.

    3. A veces, el enemigo actúa, pero siempre bajo el control de Dios.

    Satanás puede causar aflicción, como en la historia de Job, pero nunca fuera de los límites que Dios permite.
    Nada escapa a Su autoridad, y aun cuando el enemigo hiere, el Señor usa ese mismo proceso para fortalecernos y mostrar su poder.

    4. Y muchas veces, sufrimos por vivir en un mundo caído.

    Vivimos en un planeta marcado por la corrupción, el pecado y la fragilidad.
    La enfermedad, el dolor y la muerte son consecuencias de esa condición humana.
    Sin embargo, aun en este mundo roto, el amor de Dios brilla y sostiene a quienes confían en Él.

    Dios quiere hablar contigo

    Cuando no entiendas por qué sufres, recuerda que no estás solo.
    Dios no te ha abandonado ni se ha vuelto indiferente.
    Él promete estar contigo en medio del dolor y convertir tus lágrimas en testimonio de Su fidelidad.

    Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.

    — Romanos 8:28 (RVR1960)

    El sufrimiento no tiene la última palabra.
    Dios puede usar incluso lo más difícil para moldear tu carácter, fortalecer tu fe y acercarte más a Él.

    Puedes hablar con Dios

    Padre, reconozco que no siempre entiendo las razones de mi dolor.
    A veces te pregunto por qué, y el silencio me desconcierta.
    Pero hoy decido confiar en ti, aunque no tenga todas las respuestas.

    Muéstrame lo que quieres enseñarme a través de esta situación.
    Purifica mi corazón, fortalece mi fe y usa mi vida para manifestar tus obras.
    Ayúdame a recordar que todo lo que permites tiene un propósito bueno y eterno.

    En el nombre de Jesús, amén.

  • Capítulo 12. Haciendo las paces

    Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.

    — Romanos 5:8 (RVR1960)

    Hay heridas que no se ven.
    A veces las palabras hieren más que los golpes, y los silencios prolongados abren abismos difíciles de cruzar.
    Hay personas que pasan por nuestra vida como un huracán, destruyendo nuestra paz, y luego se marchan como si nada hubiera pasado.
    Otras veces, somos nosotros quienes lastimamos con nuestras actitudes, con el orgullo o la indiferencia.

    Enfrentar el cáncer —o cualquier enfermedad grave— puede sacar a la luz viejos resentimientos y conflictos sin resolver.
    El dolor nos hace mirar hacia atrás y recordar palabras no dichas, perdones no concedidos, abrazos que quedaron pendientes.
    Y, de pronto, sentimos la necesidad de hacer las paces, no solo con las personas, sino también con Dios y con nosotros mismos.

    El perdón es una de las lecciones más difíciles, pero también una de las más liberadoras.
    No significa minimizar la ofensa ni fingir que nada pasó.
    Perdonar es decidir soltar el peso que te ata al pasado y permitir que Dios sane lo que tú no puedes reparar.

    Dios quiere hablar contigo

    El perdón no nace de la fuerza humana, sino del amor de Dios que habita en nosotros.
    Jesús nos amó y nos perdonó cuando todavía éramos rebeldes, cuando no lo buscábamos ni lo merecíamos.
    Ese mismo amor puede obrar en ti, dándote la capacidad de perdonar a quien te hirió y de pedir perdón a quien tú heriste.

    Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó en Cristo.

    — Efesios 4:32 (RVR1960)

    Perdonar no siempre cambia al otro, pero siempre cambia tu corazón.
    Te libera del resentimiento y te devuelve la paz.
    Dios puede usar esa reconciliación para traer sanidad no solo al alma, sino también al cuerpo, porque la paz interior fortalece la vida.

    Puedes hablar con Dios

    Padre, reconozco que hay heridas en mi corazón que todavía duelen.
    He guardado resentimiento y enojo por mucho tiempo.
    Pero hoy quiero dejar ese peso a tus pies.
    Enséñame a perdonar como tú me has perdonado, a mirar con compasión a quienes me han hecho daño.

    Si he herido a alguien, dame humildad para pedir perdón y restaurar lo que rompí.
    Límpiame de todo orgullo y amargura, y lléname de tu amor.
    Que tu paz reine en mi corazón y me dé fuerzas para vivir en armonía contigo y con los demás.

    En el nombre de Jesús, amén.

  • Capítulo 11. ¿Cuáles son tus prioridades?

    Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.

    — Juan 15:5 (RVR1960)

    Vivimos con prisa. Siempre hay algo que hacer, una meta que alcanzar, un compromiso más que atender.
    El reloj marca nuestra vida, y las prioridades parecen cambiar según el día. Pero la enfermedad, con su irrupción inesperada, detiene el tiempo y nos obliga a mirar lo esencial.

    Cuando el diagnóstico llega, todas las carreras se detienen.
    Las preguntas cambian: ya no son sobre el éxito, sino sobre el propósito.
    Ya no importa tanto cuánto logramos, sino a quién amamos y cuánto valor tiene lo eterno.

    Jesús dijo: “Separados de mí, nada podéis hacer.”
    Esa verdad se vuelve real cuando comprendemos nuestra fragilidad.
    Él no nos llama a la productividad frenética, sino a una relación de dependencia y comunión.
    Cuando el alma se conecta con Dios, las demás áreas de la vida encuentran su orden natural.

    Hay tres cosas que podemos dejar como legado:

    • Recuerdos pasajeros: recuerdos agradables, pero que se desvanecen con el tiempo.
    • Trofeos temporales: logros y reconocimientos que un día serán olvidados.
    • Un legado eterno: vidas transformadas por el amor que sembramos y la fe que compartimos.

    La enfermedad puede ser una oportunidad para redefinir tus prioridades, no como castigo, sino como invitación a vivir lo verdaderamente importante.
    Dios te recuerda que tu vida no se mide por lo que haces, sino por lo que siembras en los corazones que te rodean.

    Dios quiere hablar contigo

    Dios te invita a hacer una pausa.
    A mirarlo a Él, no solo para pedir, sino para escuchar.
    Te llama a centrar tu vida en lo eterno, a dejar de correr detrás de lo pasajero y a invertir tu energía en lo que realmente importa.

    Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.

    — Mateo 6:33 (RVR1960)

    Cuando pones a Dios en primer lugar, todo lo demás encuentra su lugar.
    Tu vida deja de ser una lista interminable de tareas y se convierte en una historia guiada por Su propósito.

    Puedes hablar con Dios

    Señor, gracias por detener mi prisa y enseñarme lo que realmente importa.
    Hoy quiero revisar mis prioridades a la luz de tu palabra y de tu amor.

    Ayúdame a vivir de manera que mi tiempo, mis palabras y mis actos dejen un legado que te honre.
    Enséñame a amar más, a servir con humildad y a vivir para lo eterno.
    Que todo lo que haga refleje tu presencia en mí.

    En el nombre de Jesús, amén.

  • Capítulo 10. Soy médico y también tengo cáncer

    Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora:
    tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado.

    — Eclesiastés 3:1-2 (RVR1960)

    Soy médico, y aprendí a cuidar la vida, a luchar contra la enfermedad y a consolar a las familias en los pasillos de los hospitales.
    He hablado de esperanza a mis pacientes, he visto lágrimas, despedidas y milagros.
    Pero nunca imaginé estar del otro lado: en la camilla, escuchando el diagnóstico que tantas veces había dado a otros.
    Cáncer.

    Durante años ayudé a quienes enfrentaban esta enfermedad.
    Conocía los tratamientos, los efectos secundarios, los riesgos y los pronósticos.
    Pero nada te prepara para cuando el médico eres tú… y el paciente también.

    El diagnóstico fue devastador.
    Primero vino el silencio, luego el miedo y, finalmente, una oración que apenas pude pronunciar:
    “Señor, si esta es mi hora, enséñame a vivirla contigo.”

    Mi hija pequeña tenía apenas nueve meses.
    Mientras sostenía su sonrisa inocente, entendí algo que ningún libro de medicina podía enseñarme:
    Dios estaba usando incluso ese momento para recordarme que Él tiene el control, que nada ocurre por casualidad y que su amor sigue siendo suficiente.

    He pasado noches de insomnio, días de cansancio extremo y momentos en que la fe parecía flaquear.
    Pero también he aprendido que la vida —aun en medio de la enfermedad— puede ser abundante cuando se vive con Dios.
    He comprendido que no siempre la voluntad divina es la curación física, pero siempre es buena, perfecta y agradable (Romanos 12:2).
    A veces la cura llega al alma antes que al cuerpo.

    Dios quiere hablar contigo

    Tal vez tú también te preguntas por qué llegó la enfermedad, o si Dios se ha olvidado de ti.
    Pero Él sigue siendo el mismo: el que te da la vida, el que te sostiene y el que promete no dejarte solo.
    Dios no garantiza que nunca habrá dolor, pero sí promete acompañarte y darte paz en medio del valle.

    Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

    — Filipenses 4:7 (RVR1960)

    La fe no niega la realidad, pero la llena de propósito.
    Cuando miramos el rostro del dolor con los ojos de Cristo, descubrimos que incluso en el sufrimiento hay vida, y que ninguna lágrima es desperdiciada cuando se entrega en las manos de Dios.

    Puedes hablar con Dios

    Señor, tú sabes lo que es sufrir.
    Conoces el miedo, el dolor y la incertidumbre.
    Hoy vengo a ti con mi cuerpo cansado y mi corazón temeroso, para decirte que confío en tu voluntad, aunque no la entienda del todo.

    Gracias porque me acompañas en cada paso del camino.
    Ayúdame a vivir con gratitud, a valorar cada día como un regalo y a mantener mi esperanza puesta en ti.
    Si me das vida, que la viva para tu gloria; si decides llamarme a casa, que lo haga en paz, confiando en tu amor eterno.

    En el nombre de Jesús, amén.

  • Capítulo 9. Adoloridos, pero no destruidos

    Que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos;
    llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos.

    — 2 Corintios 4:8-10 (RVR1960)

    No es fácil estar enfermo. Perdemos el control de la rutina, del cuerpo, de los sueños.
    Hay días en que parece que la vida se desordena por completo: los tratamientos cansan, los ánimos bajan, las fuerzas se agotan.
    Los períodos de alivio son breves, y las recaídas duelen más. La enfermedad no solo afecta el cuerpo: también toca el alma.

    En esos momentos, podemos sentirnos agotados y tentados a rendirnos. Pero Dios, con ternura, nos recuerda que aún en la debilidad más profunda, Él sigue presente.
    No exige que seas fuerte todo el tiempo; solo te pide que descanses en su amor.

    El apóstol Pablo, que conocía de cerca el dolor, escribió que, aunque estemos atribulados, no estamos derrotados.
    El secreto no está en negar la aflicción, sino en mirar más allá de ella, hacia el Dios que transforma el sufrimiento en madurez, esperanza y consuelo para otros.

    Dios quiere hablar contigo

    Dios no ignora tu dolor.
    Él conoce cada lágrima, cada noche sin dormir, cada momento de incertidumbre.
    Y mientras tú piensas que estás a punto de caer, Él te sostiene con su fidelidad.

    Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad.
    Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.

    — 2 Corintios 12:9 (RVR1960)

    El sufrimiento no es inútil. En las manos de Dios, se convierte en escuela de fe, en testimonio de esperanza y en un canal para bendecir a otros que atraviesan el mismo valle.

    Puedes hablar con Dios

    Padre, me siento cansado y frágil. A veces no tengo fuerzas ni para orar, pero sé que estás conmigo.
    Gracias porque no me exiges ser fuerte, sino que me invitas a descansar en tu amor.

    Ayúdame a confiar en tu poder y a encontrar en ti descanso y propósito.
    Usa mi dolor para enseñarme a depender de ti y para consolar a otros que sufren.
    Sostén mi fe cuando flaquee, y recuérdame que, aunque esté quebrantado, no estoy destruido, porque tu gracia me sostiene.

    En el nombre de Jesús, amén.

  • Capítulo 8. Una nueva relación con Dios

    ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?
    El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?
    ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.
    ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.

    — Romanos 8:31-34 (RVR1960)

    Cuando crees en Jesús como tu Salvador, algo profundo sucede: pasas de ser una criatura de Dios a ser su hijo.
    Tu relación con Él deja de ser distante y se convierte en una amistad íntima, constante y segura.
    El miedo a la condenación desaparece, porque ya no vives bajo la culpa, sino bajo la gracia.

    El apóstol Pablo escribió que Dios no escatimó ni a su propio Hijo.
    Esto significa que, si Él ya te dio lo más valioso —Jesús—, puedes confiar en que cuidará de todas las demás cosas que necesitas.
    Dios no solo te perdona; te declara justo, te adopta en su familia y te defiende como el mejor de los abogados.

    Cuando la culpa o los recuerdos del pasado intenten atormentarte, recuerda esta verdad:
    “Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús.” (Romanos 8:1).
    Nada de lo que hiciste, ni lo que otros te hicieron, puede separarte del amor de Dios manifestado en Cristo.

    Dios quiere hablar contigo

    Dios no te mira con enojo, sino con ternura.
    Te llama hijo, te cubre con su justicia y te invita a vivir cada día en comunión con Él.
    Esa relación no depende de tu perfección, sino de su fidelidad.

    Porque estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.

    — Romanos 8:38-39 (RVR1960)

    Tu seguridad eterna no se basa en tus emociones, sino en la promesa del Dios que no miente.

    Puedes hablar con Dios

    Padre amado, gracias porque ahora soy tu hijo.
    Jesús me reconcilió contigo y me dio una nueva vida.
    Ya no vivo bajo condena, sino bajo tu amor y tu perdón.

    Ayúdame a caminar cada día recordando que soy tuyo.
    Cuando la culpa o el miedo quieran dominarme, recuérdame que nada puede separarme de tu amor.
    Gracias por ser mi Padre, mi defensor y mi paz.

    En el nombre de Jesús, amén.

  • Capítulo 7. Una cuestión de fe

    De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida.

    — Juan 5:24 (RVR1960)

    ¿Qué es la fe? ¿Un pensamiento positivo, una esperanza vaga, o la espera de un milagro? La Biblia presenta la fe como una respuesta viva a la Palabra de Dios y a la persona de Jesús. No es una idea abstracta, sino confianza real en Aquel que habla, salva y sostiene.

    Existen formas de “fe” que no transforman la vida:

    • Fe temporal: buscamos a Dios en la emergencia, pero luego seguimos como si nada hubiera pasado.
    • Fe histórica: creemos datos verdaderos sobre Jesús (que murió y resucitó), pero no rendimos nuestra vida a Él.

    La fe salvadora nos hace hijos de Dios, perdonados y con vida eterna. Incluye tres verbos:

    • Conocer: escuchar la Palabra y comprender el evangelio.
    • Confiar: reconocer que, sin Cristo, estamos separados de Dios y necesitamos su perdón.
    • Descansar: entregar el control de nuestra vida a Jesús, apoyándonos en Él y no en nuestras fuerzas.

    Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.

    — Hebreos 11:1 (RVR1960)

    La fe en Jesús no ignora el dolor, pero coloca el sufrimiento bajo el cuidado del Padre. Quien oye su Palabra y cree, “ha pasado de muerte a vida”: ya no está bajo condenación; ahora camina en una relación nueva y segura con Dios.

    Dios quiere hablar contigo

    Dios te invita a recibir a Cristo no solo como un recurso en la crisis, sino como tu Salvador y Señor todos los días. Él promete vida eterna, presencia en el camino y paz en medio del valle.

    Puedes hablar con Dios

    Señor Jesús, creo que eres el Hijo de Dios, que moriste en la cruz por mis pecados y resucitaste. Reconozco que necesito tu perdón. Hoy renuncio a confiar en mis méritos y pongo mi vida en tus manos.

    Te recibo como mi Salvador y mi Señor. Guía mis pasos, fortalece mi fe y enséñame a vivir cada día en tu presencia. Gracias por darme vida eterna.

    En tu nombre, amén.

  • Capítulo 6. La relación que trae esperanza

    Jehová es mi pastor; nada me faltará.

    — Salmo 23:1 (RVR1960)

    Todos necesitamos esperanza. Pero, según dónde la apoyemos, puede ser frágil o verdadera. Si la ponemos en circunstancias, estadísticas o fuerzas propias, se rompe con facilidad. La esperanza que permanece nace de una relación viva con Dios: el Pastor que conoce nuestro nombre, entiende nuestra historia y camina con nosotros aun en el valle de la enfermedad.

    Dios no es una energía impersonal ni una idea reconfortante. Es una Persona que ama, guía y sostiene. Cuando le entregamos nuestra vida, no solo recibimos consuelo: recibimos dirección, propósito y paz para cada día, incluso en medio del tratamiento.

    Esta relación transforma la manera en que miramos el dolor: ya no estamos a la deriva, sino en manos del Padre que sabe lo que hace y no nos suelta.

    Dios quiere hablar contigo

    Dios te invita a poner tu vida en sus manos y a descansar en su fidelidad. Él no promete un camino sin dificultades, pero sí su presencia constante y su cuidado perfecto.

    Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará.

    — Salmo 37:5 (RVR1960)

    …No te desampararé, ni te dejaré.

    — Hebreos 13:5 (RVR1960)

    La esperanza verdadera no depende de cómo te sientas hoy, sino de quién es Él: Pastor, Padre y Amigo fiel.

    Puedes hablar con Dios

    Padre, quiero conocerte más y caminar contigo cada día. Hoy te entrego mis miedos, mis decisiones y mi futuro.
    En tus manos pongo mi salud y a quienes amo. Enséñame a confiar en tu guía, a escuchar tu voz y a descansar en tu presencia.

    Que mi relación contigo sea la fuente de mi esperanza, aun en medio del dolor.
    Gracias porque prometes no dejarme ni desampararme. En ti encuentro paz.

    En el nombre de Jesús, amén.

  • Capítulo 5. Dios, ¿me estás castigando?

    Jehová, no me reprendas en tu furor,
    ni me castigues con tu ira.

    — Salmo 38:1 (RVR1960)

    En medio del sufrimiento, es común que surja una pregunta en el corazón:
    “¿Será que Dios me está castigando?”
    Cuando las cosas salen mal o la enfermedad toca nuestras vidas, sentimos miedo, culpa o confusión. Pensamos en errores pasados, en decisiones que tomamos, en cosas que dejamos de hacer… y tememos que el dolor sea una forma de castigo divino.

    Incluso los grandes hombres de Dios sintieron eso. El rey David, llamado “varón conforme al corazón de Dios”, conoció el peso del pecado y también la gracia del perdón. En su angustia, clamó:
    “Jehová, no me reprendas en tu furor, ni me castigues con tu ira.”

    Dios no es un juez cruel que disfruta del sufrimiento humano. Es un Padre justo y amoroso que se duele con nuestro dolor.
    A veces permite la disciplina, pero no como castigo destructor, sino como corrección que restaura. Su deseo no es alejarnos, sino acercarnos a Él.

    El corazón de Dios está lleno de misericordia. Su propósito no es castigarte, sino sanar lo que el pecado quebró, reconciliarte con Él y mostrarte su perdón.

    Dios quiere hablar contigo

    Si te sientes culpable o acusado, recuerda que Jesús ya llevó en la cruz el castigo que tú y yo merecíamos. En Él hay perdón, restauración y paz.
    Dios no quiere que vivas bajo condenación, sino bajo su gracia.

    Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.

    — 1 Juan 1:9 (RVR1960)

    Cuando confiesas tus errores y te acercas al Señor, Él no te rechaza ni te recuerda el pasado: te abraza, te limpia y te llama hijo suyo.
    Su perdón no depende de tus méritos, sino del sacrificio de Cristo.
    En Él hay libertad y una nueva oportunidad para empezar de nuevo.

    Puedes hablar con Dios

    Padre, reconozco que muchas veces he dudado de tu amor y he pensado que mi dolor era un castigo.
    Hoy comprendo que tu corazón es lleno de misericordia, que no me rechazas, sino que me llamas a volver a ti.

    Confieso mis pecados y te pido perdón.
    Gracias por Jesús, que tomó mi culpa y me dio una nueva vida.
    Ayúdame a vivir bajo tu gracia, sin miedo, con la paz de saber que soy amado y perdonado.

    En el nombre de Jesús, amén.

  • Capítulo 4. ¿Cómo es tu Dios?

    Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro?
    Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra.
    No dará tu pie al resbaladero, ni se dormirá el que te guarda.

    — Salmo 121:1-3 (RVR1960)

    Cuando enfrentamos el sufrimiento, recibimos consejos de muchas personas, pero hay un solo consejero verdaderamente digno de confianza: Dios. Sin embargo, para confiar en Él, necesitamos saber quién es realmente. Muchas veces tenemos una idea distorsionada de Dios, construida por nuestras experiencias, temores o expectativas humanas.

    Algunos lo imaginan como un dios “Papá Noel”: un anciano amable y condescendiente que solo existe para darnos regalos y complacernos. Es un dios dulce, pero impotente, incapaz de consolar en medio del dolor.

    Otros piensan en un dios castigador: un juez severo que vigila cada paso esperando la mínima falta para condenarnos. Este concepto también es falso, porque desfigura su carácter de amor y misericordia.

    El Dios verdadero no se parece a ninguno de esos retratos.
    Es el Creador del cielo y de la tierra, el que nos conoció incluso antes de que naciéramos. Es todopoderoso, pero también cercano. Tiene la autoridad para sostener el universo y, al mismo tiempo, el amor para sostenernos en sus brazos en medio del dolor.

    El salmista, al mirar las montañas y sentir el peso de la incertidumbre, se hizo la misma pregunta que todos hacemos en los momentos difíciles: “¿De dónde vendrá mi socorro?”.
    Y encontró la respuesta en la fidelidad de Dios: “Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra.”

    Dios quiere hablar contigo

    Cuando te sientas abrumado, recuerda que tu ayuda no viene de las circunstancias, ni de tu fuerza interior, ni siquiera de los médicos —por más sabios que sean—, sino de Dios mismo.
    Él es tu guardián, tu sombra protectora y tu refugio constante.

    Jehová te guardará de todo mal; él guardará tu alma.
    Jehová guardará tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre.

    — Salmo 121:7-8 (RVR1960)

    Este es el Dios que te invita a confiar, no con temor, sino con descanso. Él no se cansa, no se duerme, no se olvida. En cada paso, en cada tratamiento, en cada noche sin dormir, Él está contigo.

    Puedes hablar con Dios

    Señor, quiero conocerte tal como eres.
    A veces he tenido una imagen equivocada de ti, pensando que eras lejano o indiferente, o esperando de ti solo respuestas a mis deseos.
    Pero hoy entiendo que eres mi Creador, mi Protector y mi Padre amoroso.

    Enséñame a confiar en tu poder y en tu amor, a descansar en tu voluntad y a reconocer tu mano en medio de todo.
    Tú eres mi socorro, el que no me deja caer.
    Gracias por tu presencia constante.

    En el nombre de Jesús, amén.