Category: Para Envejecer junto con Dios

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  • Capítulo 11. Dios cuidará de ti

    En ti, oh Jehová, me he refugiado; no sea yo avergonzado jamás.
    Socórreme y líbrame en tu justicia; inclina tu oído hacia mí, y sálvame.
    Sé para mí una roca de refugio, adonde recurra yo continuamente;
    tú has dado mandamiento para salvarme, porque tú eres mi roca y mi fortaleza.
    Porque tú eres mi esperanza, oh Señor Jehová; en ti he confiado desde mi juventud.
    En ti he sido sustentado desde el vientre; de las entrañas de mi madre tú fuiste el que me sacó; de ti será siempre mi alabanza.
    No me deseches en el tiempo de la vejez; cuando mi fuerza se acabare, no me desampares.
    Yo esperaré siempre, y te alabaré más y más.
    Oh Dios, me enseñaste desde mi juventud; y hasta ahora he manifestado tus maravillas.
    Aun en la vejez y las canas, oh Dios, no me desampares,
    hasta que anuncie tu poder a la posteridad, y tu potencia a todos los que han de venir.

    — Salmo 71:1-3, 5-6, 9, 14, 17-18 (RVR1960)

    Probablemente estés leyendo estas palabras con tus lentes puestos.
    Con el paso de los años, la vista se debilita y la vida parece nublarse un poco.
    El futuro puede generar miedo e incertidumbre: ¿Quién cuidará de mí cuando no pueda valerme por mis propios medios? ¿Seré una carga?
    Estas preguntas son comunes, pero hay una verdad que disipa la ansiedad: Dios cuida de ti.

    Cuando la preocupación y el temor quieran dominarte, recuerda mirar con los “ojos de la fe”.
    El mismo Dios que te ha sostenido hasta hoy, lo seguirá haciendo mañana.
    Él ha sido fiel en cada etapa de tu vida, y no dejará de serlo ahora.
    Nada escapa a Su cuidado.
    Solo necesitas depositar tu confianza en Sus manos y descansar en Su amor eterno.

    Tú, que has trabajado y vivido tanto, puedes mirar hacia atrás y ver cuántas veces Dios te ha guardado, consolado y provisto lo necesario.
    Él no cambia.
    Así como te sostuvo en el pasado, te sostendrá también en la vejez, cuando tus fuerzas físicas disminuyan.
    Su amor es constante, Su fidelidad no tiene fin.

    Dios quiere hablar contigo

    David, el pastor de ovejas que se convirtió en rey, conoció de cerca la fidelidad del Señor.
    Desde su juventud, hasta su ancianidad, Dios fue su roca, su refugio y su fortaleza.
    Aun en medio de errores, persecuciones y pérdidas, David podía decir con certeza:

    Oh Jehová, tú me has examinado y conocido.
    Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme;
    Has entendido desde lejos mis pensamientos.
    Has escudriñado mi andar y mi reposo,
    Y todos mis caminos te son conocidos.
    Aun no está la palabra en mi lengua,
    Y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda.
    Detrás y delante me rodeaste,
    Y sobre mí pusiste tu mano.
    Mi embrión vieron tus ojos,
    Y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas
    Que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas.

    — Salmo 139:1-5, 16 (RVR1960)

    Con los años, David también pudo testificar:

    Joven fui, y he envejecido,
    Y no he visto justo desamparado,
    Ni su descendencia que mendigue pan.
    En todo tiempo tiene misericordia, y presta;
    Y su descendencia es para bendición.

    — Salmo 37:25-26 (RVR1960)

    Dios promete cuidar de los suyos, no solo durante la juventud o los años de vigor, sino también en la vejez.
    Su presencia permanece, Su provisión continúa y Su amor no disminuye.
    Él se deleita en protegerte, en sostenerte y en cumplir sus promesas.

    Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová.
    Porque será como el árbol plantado junto a las aguas,
    que junto a la corriente echará sus raíces,
    y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde;
    y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto.

    — Jeremías 17:7-8 (RVR1960)

    Jesús también nos enseñó a confiar en el cuidado del Padre celestial:

    Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber;
    ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir.
    ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?
    Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros;
    y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?
    Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.
    Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán.
    Basta a cada día su propio mal.

    — Mateo 6:25-26, 33-34 (RVR1960)

    Estas palabras son una invitación a descansar en la fidelidad de Dios.
    Él no solo te dio la vida, sino que también promete sostenerla hasta el último suspiro.
    Nada puede separarte de Su amor ni impedir Su cuidado.

    Puedes hablar con Dios

    Señor, gracias porque a lo largo de mi vida he visto tu fidelidad.
    Tú has sido mi roca, mi refugio y mi proveedor.
    Ayúdame a seguir confiando en ti, sin miedo al futuro.

    Enséñame a descansar cada día en tu amor, a no preocuparme por lo que vendrá,
    y a vivir con gratitud por tus bondades.
    Te entrego mis temores, mis necesidades y mis años.
    Confío en que seguirás cuidando de mí, como lo has hecho hasta ahora.

    En el nombre de Jesús, amén.

  • Capítulo 10. Trayendo la esperanza a la memoria

    Esto recapacitaré en mi corazón, por lo tanto esperaré.
    Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias.
    Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad.
    Mi porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré.
    Bueno es Jehová a los que en él esperan, al alma que le busca.
    Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová.

    — Lamentaciones 3:21-26 (RVR1960)

    La tristeza y la amargura se reflejaban claramente en el rostro de Marcia. No era necesario que dijera nada: las pérdidas, las decepciones y los errores del pasado se habían arraigado tan profundamente en su corazón que la esperanza parecía haberse apagado.
    Los recuerdos dolorosos regresaban una y otra vez, acusándola, llenándola de resentimiento y tristeza.
    Había llegado al punto de sentirse sin valor y sin propósito.

    Sin embargo, cuando parece que hemos tocado fondo, es precisamente ahí donde Dios puede comenzar su obra.
    Cuando no nos queda nada más, cuando reconocemos que solos no podemos salir del pozo, el Señor nos extiende su mano.
    Él puede restaurar la alegría y devolvernos el sentido de vivir.

    El lugar donde ponemos nuestra esperanza determina nuestra paz.
    Si la ponemos en personas, posesiones o circunstancias, viviremos frustrados.
    Pero si la depositamos en Dios, Él renovará nuestra mente, nos ayudará a recordar sus bondades y nos permitirá ver nuevas razones para agradecer y seguir adelante.

    Dios quiere hablar contigo

    José, el hijo de Jacob, podría haber vivido esclavizado por el rencor y la amargura.
    Sus propios hermanos lo vendieron como esclavo, lo alejaron de su hogar y lo condenaron a un futuro incierto.
    Pero en lugar de dejarse consumir por el odio, José eligió confiar en Dios y mantenerse fiel aun en medio de la injusticia.

    Y aconteció que cuando sus hermanos vieron que su padre lo amaba más que a todos sus hermanos, le aborrecieron, y no podían hablarle pacíficamente…
    Y dijeron el uno al otro: He aquí viene el soñador. Ahora, pues, venid, y matémosle y echémosle en una cisterna…
    Y tomaron a José y lo echaron en la cisterna; pero la cisterna estaba vacía, no había en ella agua.

    — Génesis 37:4, 19-20, 24 (RVR1960)

    Más tarde, fue vendido a Egipto como esclavo, pero la fidelidad de Dios lo acompañó aun allí.

    Mas Jehová estaba con José, y fue varón próspero; y estaba en la casa de su amo el egipcio.
    Y vio su amo que Jehová estaba con él, y que todo lo que él hacía, Jehová lo hacía prosperar en su mano.
    Y bendijo Jehová la casa del egipcio a causa de José; y la bendición de Jehová estaba sobre todo lo que tenía, así en casa como en el campo.

    — Génesis 39:2-3, 5 (RVR1960)

    Aunque fue injustamente acusado y encarcelado, José continuó confiando en el Señor, quien no lo abandonó.

    Mas Jehová estaba con José, y le extendió su misericordia, y le dio gracia en los ojos del jefe de la cárcel…
    El jefe de la cárcel no necesitaba atender cosa alguna de las que estaban al cuidado de José, porque Jehová estaba con José, y lo que él hacía, Jehová lo prosperaba.

    — Génesis 39:21-23 (RVR1960)

    Al final, Dios transformó el mal en bien.
    José fue elevado a gobernador de Egipto y se convirtió en instrumento para salvar a muchos durante una gran hambruna, incluyendo a sus propios hermanos.

    Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo.
    Ahora, pues, no tengáis miedo; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos.
    Así los consoló, y les habló al corazón.

    — Génesis 50:20-21 (RVR1960)

    José eligió recordar las obras de Dios en lugar de las heridas del pasado.
    Eso es lo que significa “traer la esperanza a la memoria”: mirar hacia atrás y ver no solo el dolor, sino la fidelidad de Dios a lo largo del camino.
    Él nunca dejó de sostenernos, incluso en los momentos que no comprendimos.

    Puedes hablar con Dios

    Señor, gracias porque tus misericordias son nuevas cada mañana.
    Aun cuando mi corazón se llena de tristeza, puedo recordar todo lo que has hecho por mí y confiar en que seguirás obrando.

    Ayúdame a dejar atrás los pensamientos que me atan al pasado, y enséñame a mirar hacia adelante con esperanza.
    Lléname de tu paz y de tu verdad, para que pueda vivir cada día con gratitud.

    Hoy elijo recordar tu fidelidad, tus promesas y tu amor.
    Gracias porque puedo descansar en ti, confiando en que todo lo que haces es bueno y tiene propósito.

    En el nombre de Jesús, amén.

  • Capítulo 9. Perdí a alguien a quien amo

    Tú has contado mis pasos; pon mis lágrimas en tu redoma; ¿no están ellas en tu libro?

    — Salmo 56:8 (RVR1960)

    Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu.

    — Salmo 34:18 (RVR1960)

    Era difícil para José volver a su casa después del funeral de su amada esposa, su compañera de toda la vida, su novia durante más de cincuenta años.
    Cada rincón le recordaba su presencia: el aroma de su ropa, sus pequeños hábitos, los objetos que ella usaba cada día, las fotos enmarcadas en la sala que contaban la historia de una vida compartida. Todo hablaba de ella, y ahora todo parecía vacío.

    Quizás tú también estás atravesando el dolor de haber perdido a alguien muy querido.
    Tu corazón parece desgarrado, como si faltara una parte de ti.
    Aunque otras personas te acompañen o intenten consolarte, sabes que ese vacío es único, porque nadie puede ocupar el lugar que esa persona tenía en tu vida.

    Pero hay alguien que comprende ese dolor: Dios mismo.
    Él conoce tus lágrimas, escucha tus silencios y está cerca del que sufre.
    El Señor entiende lo que significa perder a un ser amado, porque también experimentó el dolor de la muerte de su propio Hijo.
    Jesús lloró ante la tumba de su amigo Lázaro y entiende cada lágrima que derramas.
    En sus brazos puedes descansar y hallar consuelo verdadero.

    Dios quiere hablar contigo

    Raquel era una mujer hermosa y de gran corazón. Su carácter servicial y su fe atrajeron el amor de Jacob, quien trabajó catorce años para poder casarse con ella.
    Sin embargo, su vida también estuvo marcada por el sufrimiento. Durante años fue estéril, y su corazón se llenó de tristeza y rivalidad con su hermana Lea.
    Finalmente, Dios escuchó su oración y le concedió dos hijos: José y Benjamín.
    Pero el segundo parto fue difícil, y Raquel murió al dar a luz a Benjamín.
    Jacob lloró profundamente la pérdida de su amada y levantó una piedra en su sepultura, como un testimonio de su amor y dolor.

    Y partieron de Betel; y había aún como media legua de tierra para llegar a Efrata, cuando dio a luz Raquel, y hubo trabajo en su parto.
    Y aconteció, como había trabajo en su parto, que le dijo la partera: No temas, que también tendrás este hijo.
    Y aconteció que al salírsele el alma (pues murió), llamó su nombre Benoni; mas su padre lo llamó Benjamín.
    Así murió Raquel, y fue sepultada en el camino de Efrata, la cual es Belén.
    Y levantó Jacob un pilar sobre su sepultura; esta es la señal de la sepultura de Raquel hasta hoy.

    — Génesis 35:16-20 (RVR1960)

    Jacob, como muchos otros hombres y mujeres de Dios, conoció el dolor de la pérdida.
    David también lloró la muerte de sus seres queridos, pero halló fortaleza en la presencia del Señor.
    El dolor no desaparece de un día para otro, pero Dios promete acompañarnos en medio de él, dándonos consuelo, esperanza y propósito.

    Guárdame, oh Dios, porque en ti he confiado.
    Oh alma mía, dijiste a Jehová: Tú eres mi Señor; no hay para mí bien fuera de ti.
    Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa; tú sustentas mi suerte.
    Bendeciré a Jehová que me aconseja; aun en las noches me enseña mi conciencia.
    A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido.
    Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre.

    — Salmo 16:1-2, 5, 7-8, 11 (RVR1960)

    El Señor es “Dios de toda consolación” (2 Corintios 1:3).
    Él no promete que no llorarás, pero sí promete secar tus lágrimas y darte esperanza.
    El mismo que acompañó a Jacob, David y a tantos otros también te acompañará a ti.
    Y cuando tu corazón se vuelve hacia Él, poco a poco el dolor se transforma en gratitud por el tiempo compartido y por el amor que dejó huella.

    Puedes hablar con Dios

    Padre, tú conoces mi dolor y ves cada una de mis lágrimas.
    Gracias porque no me dejas solo en mi tristeza, sino que me sostienes con tu amor.

    Te entrego el vacío que hay en mi corazón.
    Sana mis heridas, fortalece mi fe y ayúdame a seguir adelante con esperanza.
    Gracias porque prometes ser esposo de las viudas, padre de los huérfanos y amigo fiel de los que están solos.
    Enséñame a apoyarme en ti cada día y a recordar que, aunque haya perdido a alguien amado, nunca he perdido tu presencia.

    En el nombre de Jesús, amén.

  • Capítulo 8. Soledad

    Oh Jehová, Dios de mi salvación, día y noche clamo delante de ti.
    Soy contado entre los que descienden al sepulcro; soy como hombre sin fuerzas.
    Has alejado de mí mis amigos, me has puesto por abominación a ellos; encerrado estoy, y no puedo salir.
    Mis ojos enferman a causa de mi aflicción; te he llamado, oh Jehová, cada día; he extendido a ti mis manos.
    Has alejado de mí al amigo y al compañero, y a mis conocidos has puesto en tinieblas.

    — Salmo 88:1, 4, 8-9, 18 (RVR1960)

    La anciana acababa de ser trasladada a una nueva sala del hospital. Su rostro era el retrato del abandono. Dependiente, había sido cuidada por un sobrino de trece años. Hacía mucho que nadie se sentaba a escucharla. Al principio desconfiaba; pero poco a poco levantó la mirada, buscó mis ojos y abrió el corazón. Nuestra presencia, el tiempo y la atención le devolvían algo de calor a sus días.

    Uno de nuestros mayores temores es el del abandono y la soledad. Tememos perder a quienes amamos, ya sea por la muerte, por el rechazo o por el olvido. Sin embargo, a veces nadie necesita dejarnos físicamente: nosotros mismos podemos encerrarnos por dentro, aislándonos en medio de una multitud.

    Sea por amargura, miedo, sensación de poco valor, depresión u orgullo, la soledad también puede convertirse en una postura del corazón. Esperamos que los demás vengan a buscarnos, que hijos y amigos llamen o visiten; cuando no lo hacen con la frecuencia que deseamos, reaccionamos con enojo, nos cerramos como en venganza y destilamos tanto resentimiento que la gente pierde el deseo de acercarse.

    Hay muchos mayores que se sienten solos. Pero si cada uno decide dar el primer paso —llamar, orar uno por otro, escuchar, compartir historias y hasta reír juntos—, la alegría vuelve. La buena compañía se convierte en medicina, y la soledad pierde su dominio.

    Dios quiere hablar contigo

    Cuando nos sentimos solos y abandonados, podemos almacenar sentimientos amargos contra las personas… y también contra Dios. Parecería que Él se hubiera olvidado de nosotros. Pero nuestras emociones son engañosas. La Palabra de Dios nos recuerda quién es Él y cómo actúa a favor de los que acuden a Él.

    Mas tú has visto, porque miras el trabajo y la vejación, para dar la recompensa con tu mano; a ti se acoge el desvalido; tú eres el amparo del huérfano.

    — Salmo 10:14 (RVR1960)

    Cercano estás tú, oh Jehová, y todos tus mandamientos son verdad.

    — Salmo 119:151 (RVR1960)

    Fiel es Jehová en todas sus palabras, y santo en todas sus obras.
    Jehová sostiene a todos los que caen, y levanta a todos los oprimidos.
    Los ojos de todos esperan en ti, y tú les das su comida a su tiempo.
    Abres tu mano, y colmas de bendición a todo ser viviente.
    Justo es Jehová en todos sus caminos, y misericordioso en todas sus obras.
    Cercano está Jehová a todos los que le invocan, a todos los que le invocan de veras.

    — Salmo 145:13b-18 (RVR1960)

    …y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.

    — Mateo 28:20 (RVR1960)

    Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré.

    — Hebreos 13:5 (RVR1960)

    Dios se acerca a los que le buscan con sinceridad. Él ve, Él conoce, Él sostiene, y promete su presencia constante. Si levantamos la vista de nosotros mismos y la fijamos en Él, encontraremos consuelo, dirección y fuerzas para dar pasos concretos hacia los demás.

    Puedes hablar con Dios

    Padre, perdóname por las veces que he reaccionado con enojo al no recibir la atención que esperaba, encerrándome en mí mismo y alejando a quienes me rodean. He dejado que el miedo y la amargura gobiernen mis palabras y mis actitudes.

    Hoy decido confiar en tu fidelidad. Renuevo mi mente con tu Palabra y te pido que sanes mis emociones. Dame valor para dar el primer paso: llamar, escuchar, servir, abrir mi corazón y permitir que otros se acerquen.

    Acércame a las personas que necesitan compañía y hazme un canal de tu consuelo. Gracias porque no me abandonas y porque tu presencia llena mi soledad.

    En el nombre de Jesús, amén.

  • Capítulo 7. El nido vacío

    Y quedaron aquellas dos mujeres desamparadas, sin sus hijos y sin su marido.

    — Rut 1:5 (RVR1960)

    Ya no hay risas ni carreras de niños por la casa. Nadie pide que le cures una herida, ni que le leas un cuento antes de dormir.
    La mesa, antes llena de voces, ahora solo tiene dos platos. El silencio parece ocupar cada rincón.
    Es lo que muchos llaman “el síndrome del nido vacío”.

    El adolescente que una vez lloraba desconsolado por un amor perdido ahora es un adulto responsable, con un buen trabajo y un hogar propio.
    Orgullo y melancolía se mezclan en el corazón de los padres. Sus hijos crecieron y se fueron, y la casa parece demasiado grande.

    Sin embargo, esta etapa no tiene por qué ser triste. Puede convertirse en un tiempo de renovación.
    Es una oportunidad para fortalecer el matrimonio, redescubrir sueños compartidos y abrir el corazón a nuevos propósitos.
    También es un momento para mirar más allá de las paredes del hogar y servir a otros.

    Cuando los hijos parten, es normal sentir vacío, pero cada etapa de la vida tiene sus propias bendiciones.
    Y si tienes nietos, descubrirás un nuevo tipo de alegría. Si no, hay muchos niños en tu entorno o en comunidades que puedes amar y acompañar.
    Una niña escribió en su tarea escolar: “Todos deberían tener una abuela, porque son los únicos adultos que tienen tiempo.”
    Y tenía razón: las personas mayores pueden ofrecer lo más valioso que existe —presencia, paciencia y amor.

    Dios quiere hablar contigo

    Noemí había dejado su tierra junto con su esposo y sus dos hijos para vivir en Moab.
    Durante diez años disfrutaron de alegrías y también enfrentaron pruebas. Pero el tiempo trajo dolor: primero murió su esposo, y luego sus dos hijos.
    Noemí se sintió sola, vacía y sin propósito. Tan grande era su tristeza que pidió que la llamaran “Mara”, que significa “amarga”.

    Sin embargo, Dios no la había olvidado. Al emprender el regreso a su tierra, sus nueras, Rut y Orfa, la acompañaron hasta el camino.
    Con ternura, Noemí intentó persuadirlas de regresar con sus familias:

    Y Noemí dijo a sus dos nueras: Andad, volveos cada una a la casa de su madre; Jehová haga con vosotras misericordia, como la habéis hecho con los muertos y conmigo.
    Jehová os dé que halléis descanso, cada una en casa de su marido…
    Y ellas alzaron otra vez su voz y lloraron; y Orfa besó a su suegra, mas Rut se quedó con ella.

    — Rut 1:8-9,14 (RVR1960)

    Rut, llena de amor y lealtad, respondió con una de las declaraciones más hermosas de toda la Escritura:

    No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré.
    Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios.
    Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada; así me haga Jehová, y aun me añada, que solo la muerte hará separación entre nosotras dos.

    — Rut 1:16-17 (RVR1960)

    Dios usó a Rut para llenar el vacío en el corazón de Noemí.
    Y así como Él restauró la alegría de aquella mujer, también puede restaurar la tuya.
    En los momentos de soledad, Dios envía personas que se convierten en compañía, consuelo y bendición.
    Él transforma la tristeza en propósito, y el “nido vacío” puede llenarse otra vez con amor, servicio y nuevas relaciones.

    Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia;
    soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro.
    De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.
    Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto.
    Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos.

    — Colosenses 3:12-15 (RVR1960)

    Puedes hablar con Dios

    Padre, gracias por los años maravillosos que me permitiste vivir rodeado de mi familia y de personas que amo.
    Gracias por los momentos de risa, por los abrazos, por las comidas compartidas y por el privilegio de haber cuidado de mis hijos.

    Ahora que mi casa está más silenciosa, ayúdame a no mirar atrás con tristeza, sino con gratitud.
    Recuérdame que no hay jubilación en la vida espiritual, que siempre tienes algo nuevo para mí, un propósito que cumplir y personas a quienes amar.

    Abre mis ojos para ver las oportunidades que me das en esta nueva etapa,
    y llena mi corazón con tu amor para que pueda compartirlo con otros.
    En el nombre de Jesús, amén.

  • Capítulo 6. Aprendiendo a recibir

    Se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó.
    Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido.
    Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies?

    — Juan 13:4-6 (RVR1960)

    Era difícil saber cuántos años llevaban juntos, tal era el cariño y la dedicación que se tenían. El amor entre ellos era evidente, y todos los que los conocían deseaban tener un matrimonio tan sólido y tierno como el suyo.

    Sin embargo, la vida nunca fue fácil para esta pareja. Se casaron jóvenes, y pocos años después ella fue diagnosticada con una enfermedad neurológica progresiva e incurable. Poco a poco, su cuerpo fue perdiendo fuerzas; ya no podía limpiar la casa, cocinar ni realizar las tareas que antes hacía con alegría. Incluso tuvieron que renunciar a la posibilidad de tener hijos.

    Tras los primeros meses de dolor y preguntas ante Dios, el esposo tomó una decisión firme, recordando la promesa que había hecho el día de su boda: “Prometo serte fiel, amarte y respetarte, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida, hasta que la muerte nos separe.”

    Con ternura y paciencia, comenzó a cuidar de ella en todo. Trabajaba desde casa, como contador, para poder estar siempre cerca. Velaba su sueño, le tomaba la mano y acariciaba su rostro hasta que el descanso llegaba. Durante más de cuarenta años, este hombre la sirvió con amor inquebrantable.

    Ella, a su vez, tuvo que aprender a dejar atrás el orgullo, la vergüenza y el deseo de independencia, aceptando ser cuidada por aquel que la amaba profundamente. Ambos descubrieron que servir y dejarse servir también es una forma de adorar a Dios.

    Dios quiere hablar contigo

    Todos somos seres dependientes, aunque a veces nos cueste admitirlo. En un mundo que valora la autosuficiencia, hemos aprendido a pensar: “Puedo hacerlo todo solo”, o “no necesito a nadie”. Pero eso es una ilusión.

    Si lo piensas bien, dependemos constantemente de los demás: no hacemos el papel donde escribimos, ni cultivamos los alimentos que comemos, ni fabricamos la electricidad que usamos. Necesitamos del trabajo, el servicio y el amor de otros. Y cuando envejecemos, esa interdependencia se vuelve aún más visible.

    Jesús mismo nos dio un ejemplo de humildad y servicio:

    Se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó.
    Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido.
    Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies?

    — Juan 13:4-6 (RVR1960)

    Pedro estaba acostumbrado a servir, a ser el primero en actuar, a liderar. Pero no a ser servido. Por eso se sintió incómodo cuando Jesús, su Maestro, se inclinó a lavar sus pies. No podía aceptar que el Hijo de Dios hiciera eso por él.

    Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo.
    Le dijo Simón Pedro: Señor, no solo mis pies, sino también las manos y la cabeza.

    — Juan 13:8-9 (RVR1960)

    Cuidar a alguien y dejarse cuidar son expresiones profundas del amor de Dios. A veces, recibir también es un acto de humildad y gratitud. Permitir que otros nos ayuden es reconocer que Dios puede cuidar de nosotros a través de sus manos.

    Cuando aceptamos el servicio de otros con gratitud, les damos la oportunidad de experimentar la bendición de servir, y nosotros aprendemos a reflejar el carácter de Cristo, que lavó los pies de sus discípulos.

    Puedes hablar con Dios

    Padre, perdóname por mi orgullo, por las veces que me he resistido a recibir ayuda.
    Siempre quise ser independiente, hacer todo por mí mismo, y ahora me cuesta aceptar que necesito de otros.

    Enséñame a reconocer Tu cuidado en las manos de quienes me asisten.
    Dame paciencia para esperar, humildad para recibir, y gratitud para agradecer a quienes me aman y me sirven.

    Si ya no puedo hacer tanto como antes, recuérdame que aún puedo sonreír, amar, orar y bendecir a los que me rodean.
    Gracias, Señor, porque incluso cuando dependo de otros, sigues cuidando de mí.

    En el nombre de Jesús, amén.

  • Capítulo 5. Sin miedo de partir

    Jehová es mi pastor; nada me faltará.
    En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará.
    Confortará mi alma; me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.
    Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento.

    — Salmo 23:1-4 (RVR1960)

    Ella hubiera preferido no estar en aquella situación, pero no tenía alternativa debido a la fragilidad de su salud. Renata tenía poco más de treinta años, pero el cáncer había invadido su cuerpo con metástasis y los tratamientos ya no surtían efecto. Las fuerzas se agotaban, pero su fe permanecía firme.

    Era paciente en la unidad de Cuidados Paliativos del hospital. Sabía que le quedaba poco tiempo de vida, y lo que más le dolía no era el sufrimiento físico, sino la idea de dejar a sus dos pequeñas hijas, de siete y nueve años. Sin embargo, Renata tenía un secreto que le daba fuerzas para enfrentar su realidad: desde hacía años cultivaba una relación profunda con Dios, quien le daba sentido y esperanza.

    Cada mañana, cuando el equipo médico hacía su ronda, Renata los recibía con una sonrisa serena y decía: “He estado orando por ustedes todos los días.” Aquella paz inexplicable que irradiaba conmovía a todos. Ella conocía a Jesús como su Salvador, Amigo y Señor, y ese amor la sostenía incluso ante la sombra de la muerte. Su fe dejó una huella profunda: una de las médicas, al salir de la habitación, dijo entre lágrimas: “¡Este es el Dios que necesito conocer!”

    Dios quiere hablar contigo

    “Muerte” es una palabra que evitamos pronunciar. Creemos que, si no hablamos de ella, quizás podamos evitarla. Pero la verdad es que todos moriremos. Algunos después de una larga vida, otros antes de lo esperado. No hay ser humano que no deba enfrentar ese momento.

    Ezequías, rey de Judá, también pasó por esta experiencia. Enfermo y al borde de la muerte, clamó al Señor con angustia:

    Yo dije: A la mitad de mis días iré a las puertas del Seol; privado soy del resto de mis años.
    Dije: No veré a JAH, a JAH en la tierra de los vivientes; ya no veré más hombre con los moradores del mundo.
    Mi morada ha sido movida y traspasada de mí como tienda de pastor; como tejedor corté mi vida; me cortará con la enfermedad; me consumirás entre el día y la noche.

    — Isaías 38:10-12 (RVR1960)

    Muchos temen la muerte porque no saben dónde pasarán la eternidad. Pero Dios nos dio una esperanza firme en Su Hijo, Jesucristo. Él murió en la cruz en nuestro lugar, pagando por nuestros pecados, para reconciliarnos con Dios.

    Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.
    Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira.
    Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida.
    Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.

    — Romanos 5:8-11 (RVR1960)

    Jesús mismo prometió vida eterna a todo el que cree en Él:

    Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.

    — Juan 3:16 (RVR1960)

    Y el apóstol Juan afirmó con certeza:

    Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo.
    El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.
    Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna.

    — 1 Juan 5:11-13 (RVR1960)

    Muchas personas creen que las buenas obras bastan para alcanzar el cielo, pero la Biblia enseña que la salvación no se gana: es un regalo que se recibe por la fe en Cristo. Él es el único camino hacia el Padre y la fuente de vida eterna.

    Puedes hablar con Dios

    Dios, gracias porque puedo llamarte mi Padre.
    Sé que, al arrepentirme de mis pecados y creer en Jesús como mi Salvador, me has perdonado y hecho parte de Tu familia.

    Ya no tengo miedo de la muerte, porque sé que, al dejar este cuerpo, estaré contigo en el cielo, donde no hay dolor ni lágrimas.
    Dame la paz y la alegría de vivir cada día sabiendo que Tú estás conmigo, y la esperanza de descansar en Tus brazos cuando llegue el momento de partir.

    En el nombre de Jesús, amén.

  • Capítulo 4. Nada puede impedirme

    Entonces dijo Moisés a Jehová: ¡Ay, Señor! nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua.
    Y Jehová le respondió: ¿Quién dio la boca al hombre? ¿O quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová?
    Ahora pues, ve, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar.

    — Éxodo 4:10-12 (RVR1960)

    Quienes conocieron a don Calvino en su trabajo como carpintero jamás imaginaron que pudiera atreverse a hablar en público, debido a su tartamudez. Era difícil mantener una conversación con él sin sentir la tentación de completar sus frases, porque le costaba expresarse.

    Ya era un hombre mayor cuando comenzó a dirigir aquella pequeña congregación. Tocaba el violín, dirigía el coro, organizaba las reuniones de oración, visitaba enfermos, aconsejaba, administraba las finanzas de la iglesia y además predicaba. Lo sorprendente era que, al predicar, ¡ni una sola vez tartamudeaba!

    Su mensaje era sencillo pero profundo, lleno de sabiduría y de vida. La experiencia acumulada durante años de caminar con Dios lo hacía un maestro atento y confiable. Su testimonio era respaldado por una familia amorosa, hijos y nietos comprometidos con el Señor.

    Su dificultad al hablar nunca fue un obstáculo para servir a Dios ni a las personas. Con ternura y dedicación, creaba un ambiente de acogida y amor donde todos se sentían valorados.

    Dios sabe por qué tenemos ciertas limitaciones, pero cuando nos ponemos en Sus manos, Él las usa para manifestar Su poder y Su gloria.

    🌿 Dios quiere hablar contigo

    Moisés nació en Egipto en un tiempo de gran opresión. El faraón, temeroso del crecimiento del pueblo hebreo, había ordenado matar a todos los niños varones. Sin embargo, Dios tenía un plan. Moisés fue salvado y adoptado por la hija del faraón, creciendo en el palacio como un príncipe.

    Ya adulto, al ver a un egipcio maltratando a un israelita, reaccionó violentamente y tuvo que huir al desierto para salvar su vida. Allí, en soledad y anonimato, Dios comenzó a prepararlo para una misión que cambiaría la historia.

    Cuando el Señor lo llamó para liberar a Su pueblo, Moisés presentó excusas: se consideraba incapaz, débil y con un problema de habla. Pero Dios no aceptó sus excusas, sino que le dio los medios y la ayuda que necesitaba. Le envió a su hermano Aarón para ser su portavoz, y juntos enfrentaron al faraón y condujeron al pueblo hacia la libertad.

    En el camino, Moisés vio el poder y la fidelidad de Dios de una forma que pocos han experimentado. Después de atravesar el mar y contemplar la derrota de los egipcios, pudo cantar con gozo:

    Cantaré yo a Jehová, porque se ha magnificado grandemente; ha echado en el mar al caballo y al jinete.
    Jehová es mi fortaleza y mi cántico, y ha sido mi salvación. Este es mi Dios, y lo alabaré; Dios de mi padre, y lo enalteceré.
    ¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnífico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios?
    Jehová reinará eternamente y para siempre.

    — Éxodo 15:1-2,11,18 (RVR1960)

    Moisés aprendió que las debilidades no son excusas, sino oportunidades para experimentar el poder de Dios. Lo mismo ocurre contigo: lo que parece una limitación puede convertirse en el canal de Su gracia y de Su fuerza.

    🙏 Puedes hablar con Dios

    Padre, reconozco que muchas veces he usado mis limitaciones, mis debilidades o mi edad como excusa para no servirte.
    Perdóname por haberme acomodado y por esperar que otros hagan lo que Tú me has pedido a mí.

    Ayúdame a recordar que no soy víctima de las circunstancias ni de mis defectos. Enséñame a confiar en Ti como mi Señor y fortaleza.
    Muéstrame cómo quieres usarme hoy, para Tu gloria y para que otros conozcan Tu amor a través de mi vida.

    En el nombre de Jesús, amén.

  • Capítulo 3. ¡Yo quería tener ojos azules!

    Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús.
    Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros.
    Que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos;
    llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos.

    — 2 Corintios 4:5,7-10 (RVR1960)

    Todos en su familia tenían los ojos azules, excepto Amy Carmichael. Ella tenía los ojos castaños, y muchas veces le pidió a Dios que cambiara su color. Pero Él nunca respondió a esa oración. También sufría una enfermedad nerviosa que la debilitaba y la obligaba a permanecer en cama por semanas. Aun así, Dios parecía guardar silencio.

    Parecía destinada a una vida limitada y sin propósito, hasta que un día comprendió una verdad: “Un NO también es una respuesta de Dios.”
    Amy sabía que el Señor la había llamado a ser misionera en la India. Con el tiempo entendió que, gracias a sus ojos castaños, podía parecerse a las mujeres indias. Se vestía como ellas, oscurecía su piel con café y, disfrazada, podía entrar a lugares donde se vendían niñas para la prostitución o el trabajo forzado. Allí las rescataba y las llevaba a un lugar seguro.

    Así nació la Misión Dohnavur Fellowship, un refugio que fue hogar, escuela y hospital para cientos de niños.
    Aun cuando el dolor la obligó a permanecer postrada durante años, Amy continuó orando, aconsejando y escribiendo. Miles fueron tocados por su fe. Su vida fue una ofrenda constante.

    Dios quiere hablar contigo

    Pablo también había sido alguien importante. Su nombre original era Saulo, y fue instruido a los pies del sabio Gamaliel. Lleno de celo religioso, perseguía con fervor a los cristianos. Pero un día, en el camino a Damasco, fue derribado por la presencia de Jesús, y su vida cambió por completo.

    Desde entonces aprendió lo que significaba andar con Dios cada día, y descubrió el privilegio de sufrir por Su nombre.
    Lo que antes consideraba motivo de orgullo perdió valor, y su única meta pasó a ser reflejar a Cristo.
    Sin embargo, también tuvo que aprender a depender de Dios en su debilidad.

    Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera.
    Respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí; y me ha dicho:
    Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad.
    Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.

    — 2 Corintios 12:7-9 (RVR1960)

    Dios nunca se equivoca. Tiene un plan perfecto para y a través de nuestras vidas, aunque a veces no responda como esperamos.
    Él sabe por qué permite ciertas cosas y usa incluso nuestras limitaciones para su gloria.

    Dios también quiere usar tu vida. No importa cuántos años tengas ni cuántas debilidades enfrentes.
    Cuando te entregas completamente a Él, siempre hay algo valioso y eterno que puedes hacer. ¡Pruébalo!

    Puedes hablar con Dios

    Padre, a veces olvido que soy un vaso frágil, hecho por tus manos con propósito.
    Tu intención nunca fue que viviera confiando en mí mismo, sino que aprendiera a depender totalmente de Ti.

    Enséñame a confiar en Tu poder y a rendir mi voluntad a la Tuya.
    Transforma mi corazón cada día, para que refleje la imagen de Tu Hijo Jesús.
    Hazme un testimonio vivo de Tu amor y Tu luz, y úsame para atraer a otros hacia Ti.

    En el nombre de Jesús, amén.

  • Capítulo 2. Puertas siempre abiertas

    “Oídme, oh casa de Jacob, y todo el resto de la casa de Israel, los que sois traídos por mí desde el vientre, los que sois llevados desde la matriz. Y hasta la vejez yo mismo, y hasta las canas os soportaré yo; yo hice, yo llevaré, yo soportaré y guardaré.”
    Isaías 46:3-4 (RVR1960)

    En el Hogar de Ancianos, la puerta del cuarto de doña Rita estaba siempre abierta. Un pequeño cartel colgado en la pared decía: “¡Bienvenido!” Aunque estaba confinada a su cama, su sonrisa amable y una mecedora junto a la ventana invitaban a cualquiera a entrar, conversar, compartir historias o pedir un consejo.

    ¿Cuál era el secreto de aquella mujer enferma pero tan llena de vida? A los ochenta y seis años, doña Rita —ya muy dependiente y sola— había tenido que dejar su casa, donar la mayor parte de sus pertenencias y aceptar su ingreso al Hogar de Ancianos. La ira, la amargura y la tristeza deformaban su rostro y alejaban a todos. Nadie encontraba alegría en acercarse a ella; sus palabras eran duras, llenas de resentimiento.

    Pero su situación no mejoraba. Doña Rita se sentía cada vez más sola, hasta que finalmente decidió rendirse. Buscó a Dios en oración, confesó su amargura y le pidió que dirigiera su vida, devolviéndole la paz y la alegría.

    Dios respondió, aquietando su corazón y mostrándole todo lo que aún podía hacer, incluso desde su cama. Poco a poco, su sonrisa regresó, su semblante se suavizó, y la gente comenzó a buscarla otra vez. Hoy, doña Rita tiene un secreto para compartir: en Dios encontró paz y propósito para vivir. Está lista para servir, aconsejar y compartir el amor de Dios que transformó su vida.

    🌿 Dios quiere hablar contigo

    La fidelidad de Dios no depende de la nuestra. Muchas veces fallamos, pecamos, erramos el rumbo o nos rebelamos contra Él cuando las cosas no salen como esperábamos. Entonces lo culpamos, nos cerramos en nuestra concha y nos volvemos amargados. Nadie nos soporta. Todos se alejan.

    El pueblo de Israel también se alejó de su Amado. Aunque había sido escogido, alimentado y protegido por el Señor, eligió rebelarse. Y aunque Dios permitió que sufrieran las consecuencias de sus decisiones, en su amor fiel les prometió no abandonarlos jamás:

    “Oídme, oh casa de Jacob, y todo el resto de la casa de Israel, los que sois traídos por mí desde el vientre, los que sois llevados desde la matriz. Y hasta la vejez yo mismo, y hasta las canas os soportaré yo; yo hice, yo llevaré, yo soportaré y guardaré.”
    Isaías 46:3-4 (RVR1960)

    Por causa de nuestro pecado, estamos separados de Dios; pero Él nos amó tanto que vino a nuestro encuentro en la persona de su Hijo, Jesucristo. Cuando nos arrepentimos y creemos en Él —quien murió en la cruz en nuestro lugar—, Dios nos extiende esta misma promesa, asegurándonos en sus manos amorosas y transformándonos en testigos de su misericordia y gracia.

    “Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo.”
    Hebreos 12:5-6 (RVR1960)

    “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.”
    1 Juan 1:9 (RVR1960)

    “Renovaos en el espíritu de vuestra mente… Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo… Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes… Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó en Cristo.”
    Efesios 4:23,26,29,31-32 (RVR1960)

    🙏 Puedes hablar con Dios

    Señor, reconozco tu amor y fidelidad hacia mi vida. Aunque me haya alejado, tú no me has abandonado ni te has olvidado de mí.

    Hoy me arrepiento y confieso mis pecados delante de ti. Transforma mi corazón y haz de mí un vaso útil en tus manos. Quiero vivir para compartir con otros la paz y la alegría que has puesto en mi interior, llevando tu gozo a quienes me rodean.

    En el nombre de Jesús, amén.