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  • Capítulo 7: ¡Cómo me gustaría tener paz!

    Salmo 13:1–2

    ¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Me olvidarás para siempre?
    ¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí?
    ¿Hasta cuándo pondré consejos en mi alma,
    con tristezas en mi corazón cada día?

    Salmo 62:1–2, 5–7

    En Dios solamente está acallada mi alma;
    De él viene mi salvación.
    Él solamente es mi roca y mi salvación;
    Es mi refugio, no resbalaré mucho.

    Alma mía, en Dios solamente reposa,
    porque de él es mi esperanza.
    Él solamente es mi roca y mi salvación;
    Es mi refugio, no resbalaré.
    En Dios está mi salvación y mi gloria;
    En Dios está mi roca fuerte, y mi refugio.

    La paz de Dios está más allá de tus circunstancias

    Cuando nos sentimos amenazados y sin salida, solemos buscar soluciones por nuestra cuenta. Somos frágiles y escuchamos toda clase de “recetas” que solo confunden más. David, asediado por problemas y consejos inútiles, reconoció que ni su propio corazón podía sostenerlo. Entonces levantó la mirada y afirmó: “Solo en Dios encuentro paz”.

    ¿Llegaste al final de tus fuerzas? ¿Estás listo para algo nuevo? La obra de Cristo en la cruz es completa. Al confesar nuestro pecado y creer que Jesús dio su vida para salvarnos, recibimos paz verdadera. Si crees en Él, eres hijo de Dios: esta promesa también es para ti.

    Oración

    Querido Dios, como el salmista, hoy declaro que solo en ti encuentro paz. Eres mi roca, mi refugio y mi salvación. En ti pongo mi esperanza. En el Nombre de Jesús, Amén.

  • Capítulo 6: Estoy muy solo

    Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
    ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación,
    y de las palabras de mi clamor?
    Dios mío, clamo de día, y no respondes;
    y de noche, y no hay para mí reposo…
    En ti esperaron nuestros padres;
    esperaron, y tú los libraste…
    Mas yo soy gusano, y no hombre;
    oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo…
    Se encomendó a Jehová; líbrele él;
    sálvele, puesto que en él se complacía…
    Mas tú, Jehová, no te alejes;
    fortaleza mía, apresúrate a socorrerme.

    Salmo 22:1-2, 4, 6, 8, 19 

    Dios está conmigo

    La soledad en la enfermedad puede ser devastadora. Las visitas se reducen, las llamadas se apagan y hasta parece que Dios guarda silencio. El corazón se pregunta: ¿A quién le importo de verdad?

    El salmista sintió lo mismo. Incluso Jesús en la cruz repitió esas palabras: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Pero la realidad es otra: Dios nunca abandona a sus hijos. Aunque las emociones digan lo contrario, Su promesa es firme: “No te dejaré ni te desampararé.”

    Cree en esa verdad más que en tus emociones. Dios camina contigo en cada paso, aún en el silencio. Tu vida importa para Él, y su compañía es la seguridad más grande que puedes tener.

    Oración

    Señor, cuando la soledad me abrume, ayúdame a recordar que nunca me dejas ni me abandonas. Abre mis ojos para ver tu cuidado en cada detalle y descansar en tu presencia fiel. En el Nombre de Jesús, Amén.

  • Capítulo 5: Me siento tan frágil

    Ten misericordia de mí, oh Jehová, porque estoy enfermo;
    sáname, oh Jehová, porque mis huesos se estremecen.
    Mi alma también está muy turbada;
    y tú, Jehová, ¿hasta cuándo?
    Vuélvete, oh Jehová, libra mi alma;
    sálvame por tu misericordia…
    Todas las noches inundo de llanto mi lecho,
    riego mi cama con mis lágrimas.

    Salmo 6:2-4, 6

    Nuestros días son como la hierba;
    florecemos como la flor del campo,
    que pasó el viento por ella, y pereció,
    y su lugar no la conocerá más.

    Salmo 103:15-16

    He aquí, diste a mis días término corto,
    y mi edad es como nada delante de ti;
    ciertamente es completa vanidad todo hombre que vive.
    Ciertamente como una sombra es el hombre;
    ciertamente en vano se afana;
    amontona riquezas, y no sabe quién las recogerá.

    Salmo 39:5-6

    Dios habla en medio de nuestra fragilidad

    Nada nos recuerda más nuestra pequeñez que la enfermedad. Cuando la vida se interrumpe y la fuerza nos abandona, la fragilidad se hace evidente.

    Sin embargo, la fragilidad puede convertirse en un espacio donde Dios se revela como nuestra roca firme. Como aquel hombre que, tras escuchar un diagnóstico duro, respondió con esperanza: sabía que sus días estaban en las manos de Dios, y que mientras viviera aún tenía propósito.

    Así también tú puedes descansar en el amor del Señor. Él conoce tus lágrimas, tu debilidad y tus temores. Él no te pide que seas fuerte, solo que confíes. En medio de tu fragilidad, su poder se perfecciona.

    Oración

    Señor, gracias porque no tengo que fingir fortaleza. Tú eres mi roca y mi refugio. Te entrego mi fragilidad y mi debilidad, confiando en que en ti encuentro propósito y descanso. En el Nombre de Jesús, Amén.

  • Capítulo 4: ¿Me estás castigando?

    Nada hay sano en mi carne, a causa de tu ira;
    ni hay paz en mis huesos, a causa de mi pecado.
    Porque mis iniquidades se han agravado sobre mi cabeza;
    como carga pesada se han agravado sobre mí.
    Hieden y supuran mis llagas,
    a causa de mi locura.
    Estoy encorvado, estoy humillado en gran manera,
    ando enlutado todo el día.
    Porque mis lomos están llenos de ardor,
    y nada hay sano en mi carne.
    Estoy debilitado y molido en gran manera;
    gimo a causa de la conmoción de mi corazón.
    Señor, delante de ti están todos mis deseos,
    y mi suspiro no te es oculto.
    Mi corazón está acongojado, me ha dejado mi vigor,
    y aun la luz de mis ojos me falta ya.
    Mis amigos y mis compañeros se mantienen lejos de mi plaga,
    y mis cercanos se han alejado.

    Salmo 38:3-11

    Dios está lleno de misericordia

    El pecado siempre deja cicatrices. David lo sabía bien: al escoger su propio camino, creyó encontrar placer, pero halló vergüenza y dolor. Como él, muchas veces tropezamos y terminamos cargando culpas insoportables.

    El pecado trae consecuencias amargas, pero la misericordia de Dios es mayor que nuestro error. Cuando venimos a Él arrepentidos, no nos rechaza ni nos coloca en una lista negra. Nos recibe, nos limpia y nos restaura por medio del sacrificio de Cristo en la cruz.

    Por eso, si has caído, no te escondas. Acércate a Dios. Confiesa tu pecado. Su perdón está disponible hoy, y su gracia es suficiente para levantarte.

    Oración

    Gracias, Padre, porque en Cristo Jesús no hay condenación. Gracias por tu misericordia que me limpia y me levanta aun cuando caigo. Dame un corazón arrepentido y enséñame a caminar en tu gracia cada día. En el Nombre de Jesús, Amén.

  • Capítulo 3: No entiendo el sufrimiento

    Oh Jehová, Dios de mi salvación,
    día y noche clamo delante de ti.
    Llegue mi oración a tu presencia;
    inclina tu oído a mi clamor.
    Porque mi alma está hastiada de males,
    y mi vida cercana al Seol.
    Soy contado entre los que descienden al sepulcro;
    soy como hombre sin fuerza,
    abandonado entre los muertos,
    como los pasados a cuchillo que yacen en el sepulcro,
    de quienes no te acuerdas ya,
    y que fueron arrebatados de tu mano.
    Me has puesto en el hoyo profundo,
    en tinieblas, en lugares profundos.
    Sobre mí reposa tu ira,
    y me has afligido con todas tus ondas…
    Mas yo a ti he clamado, oh Jehová,
    y de mañana mi oración se presentará delante de ti.
    ¿Por qué, oh Jehová, desechas mi alma?
    ¿Por qué escondes de mí tu rostro?

    Salmo 88:1-7, 13-14

    Dios está en control

    La vida parecía estable cuando, de repente, la tormenta cayó. Y en medio del dolor, como el salmista, sentimos que todo se derrumba: fuerzas agotadas, corazón abatido, mente confundida. Es inevitable preguntarse: ¿Qué hice para merecer esto? ¿Me estará castigando Dios?

    El sufrimiento puede venir por varias causas: errores que cometimos en el pasado, nuestra fragilidad humana, o incluso ataques del enemigo que busca quebrar nuestra fe. Pero por encima de todo está Dios, que nunca pierde el control.

    Cuando no entiendas las razones, recuerda que Él sigue siendo tu refugio. Tal vez no te dé explicaciones, pero sí puede darte paz. Tal vez no quite de inmediato tu carga, pero sí puede tomarte en sus brazos y sostenerte.

    Oración

    Dios mío, enséñame a descansar en ti aunque no comprenda el dolor. Ayúdame a confiar en que sigues en control, y a sentir tus brazos fuertes sosteniéndome en medio de mi debilidad. En el Nombre de Jesús, Amén.

  • Capítulo 2: Tomado por sorpresa

    Salmo 102:1-7, 9-11

    Jehová, escucha mi oración,
    Y llegue a ti mi clamor.
    No escondas de mí tu rostro en el día de mi angustia;
    Inclina a mí tu oído;
    El día que te invocare, apresúrate a responderme.
    Porque mis días se han consumido como humo,
    Y mis huesos cual tizón están quemados.
    Mi corazón está herido, y seco como la hierba,
    Por lo cual me olvido de comer mi pan.
    Por la voz de mi gemido
    Mis huesos se han pegado a mi carne.
    Soy semejante al pelícano del desierto;
    Soy como el búho de las soledades;
    Velo, y soy
    Como el pájaro solitario sobre el tejado.
    Porque ceniza he comido como pan,
    Y mi bebida he mezclado con lágrimas,
    A causa de tu enojo y de tu ira;
    Pues me alzaste, y me has arrojado.
    Mis días son como sombra que se va,
    Y me he secado como la hierba.

    La enfermedad siempre llega como una sorpresa amarga. Nunca estamos preparados para recibir malas noticias. Nos toma desprevenidos y nos sentimos impotentes.

    En teoría, sabemos que el sufrimiento es parte de la vida, y que tarde o temprano podríamos enfrentarlo. Pero cuando llega nuestro turno, el corazón se turba, la mente se llena de preguntas y todo parece derrumbarse.

    El secreto no está en el tipo de enfermedad ni en su intensidad, sino en cómo reaccionamos ante ella. Esa reacción marcará la diferencia entre amargura o maduración, entre desesperanza o crecimiento.

    Al llegar este momento, tenemos que decidir en quién vamos a descansar: en nosotros mismos, en la ciencia, o en Dios. La mejor elección siempre será Dios. Él puede dar sabiduría a los médicos, eficacia a los tratamientos, y sobre todo, paz al alma que sufre. Como el salmista, abre tu corazón sin reservas, confiésale tu necesidad y pídele nuevas fuerzas para enfrentar esta etapa difícil. Él escucha y responde.

    Acostarse en el regazo del Señor es descansar sabiendo que nada se escapa de sus manos, y que usará incluso los recursos humanos para obrar en nuestro favor.

    Oración

    Señor, no lo esperaba. La salud me abandonó de repente y me siento débil y asustado. He perdido fuerzas y no sé a dónde acudir. Pero sé que Tú eres Dios y todo está bajo tu control. Camina conmigo, guía mis pensamientos y trae paz a mi corazón. En El Nombre de Jesú, Amén.

  • Capítulo 1: En El Lecho del Dolor

    Seguramente nunca imaginaste estar aquí. Esa cama, que en otro tiempo era solo para descansar después de un día cansado, ahora se ha convertido en tu mundo. Si estás en el hospital, ni siquiera es tuya; y si estás en casa, dejó de ser un lugar de paso y se transformó en tu espacio permanente. Todo debe estar al alcance de tu mano. Te sientes dependiente, frágil, sin fuerzas.

    Lo que antes veías de lejos en la vida de otros, ahora te ha alcanzado a ti. La enfermedad llegó sin pedir permiso y poco a poco te fue quitando energías. Los tratamientos que parecían una solución rápida no resolvieron lo que esperabas. La rutina de tu vida se interrumpió y no sabes si volverás a ella como antes. Algunas cosas deberán cambiar, ajustarse, repensarse.

    Cuando uno está “horizontal”, la mirada se dirige hacia arriba. Y al mirar hacia arriba, inevitablemente te encuentras con Dios. Quizás hasta ahora no habías tenido mucho tiempo para detenerte a pensar en Él. No eras malo, solo estabas ocupado, convencido de que tenías todo bajo control. Tus oraciones eran rápidas, formales, quizá un “buenos días, Señor” antes de salir. Y nada más.

    Tal vez te acostumbraste a vivir con una religión superficial, creyendo que con asistir un par de veces al año a tu comunidad bastaba. O quizá siempre caminaste cerca de Dios, confiando en Él, buscando su guía… y ahora te preguntas por qué permite que pases por tanto dolor si eres su hijo amado. ¿Será un castigo? ¿Será un pecado oculto?

    Sea cual sea tu caso, quiero decirte algo: no desperdicies este tiempo de enfermedad. Parece duro, pero este valle puede mostrarte cosas que en otro lugar jamás verías. Dios puede hablar a tu corazón en medio de este dolor, darte una nueva perspectiva, poner en orden lo que necesita ser ordenado en tu vida y mostrarte el poder de su cuidado.

    Él no te juzga por tus preguntas ni por tus dudas. Él conoce cada pensamiento antes de que salga de tus labios, y aun así te ama con amor eterno.

    Por eso existen los Salmos. Allí, hombres y mujeres como tú se atrevieron a gritar sus dolores, sus preguntas y su angustia. Y en medio de esos clamores encontraron respuestas: la seguridad de que Dios era su refugio, su roca firme en la tormenta, su compañía constante en el lecho del dolor.

    Él quiere hacer lo mismo contigo. No estás solo. Dios está a tu lado, aun ahora. Escucha su voz, descansa en sus brazos y descubre que su amor es más fuerte que la enfermedad.

  • Capítulo 16: La luz de Cristo obrando a través de ti

    Oración inicial
    Señor, tú eres la luz del mundo. Haz que esa luz se refleje en todo lo que hago. Que tu Espíritu en mí manifieste obras vivas y no solo sentimientos. Enséñame a orar con compasión, a interceder con fe y a servir con obediencia. Usa mi vida como instrumento de tu sanidad y de tu amor. Amén.

    Pasaje bíblico
    «Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo». (Juan 9:5)

    Reflexión
    Jesús declaró que era necesario hacer las obras del Padre mientras hubiera luz. Esa luz hoy permanece en nosotros a través del Espíritu Santo, que habita en cada hijo de Dios.

    El Espíritu no está en ti solo para consolar, sino también para manifestar las obras del Padre. Una de esas obras es la sanidad. Lo que Jesús inició continúa a través de tu vida.

    No esperes sentirte “listo” para orar por alguien. Ora. Hazlo en secreto en tu habitación o imponiendo tus manos con fe. Sé un canal de gracia.

    Recuerda el caso de Job: sufrió por años buscando respuestas, pero su restauración vino cuando oró por sus amigos. Hay un principio espiritual aquí: Dios derrama bendición sobre quienes siembran gracia en la vida de otros.

    Comienza hoy. Haz una lista de personas necesitadas y preséntalas en oración. La luz que hay en ti puede alcanzar a muchos.

    Principio espiritual
    Orar por otros abre la puerta a la bendición sobre tu propia vida.

    Versículo final
    «Con la medida con que medís, se os volverá a medir». (Lucas 6:38)

    Preguntas para reflexionar

    1. ¿He orado solo por mí o también por los demás?
    2. ¿He sido un canal de las obras de Dios o solo un recipiente?
    3. ¿A quién puedo bendecir hoy con una oración sincera?

     

  • Capítulo 15: El pecado oculto y la sanidad verdadera

    Oración inicial
    Señor, examina mi corazón. Si hay en mí algún pecado oculto, muéstramelo. Dame un arrepentimiento verdadero y fuerza para abandonar todo lo que me aparta de ti. Que nada en mi vida sea una brecha para el enemigo. Purifícame, perdóname y acércame más a ti. Amén.

    Pasaje bíblico
    «¿Quién pecó, este o sus padres, para que naciera ciego?». (Juan 9:2)

    Reflexión
    Los discípulos preguntaron a Jesús si la ceguera de aquel hombre era consecuencia de su pecado o del de sus padres. Era común creer que cada sufrimiento estaba directamente ligado a una falta personal.

    Es cierto que el pecado introdujo la muerte y la corrupción en el mundo. Todos sentimos sus efectos: el cansancio, el envejecimiento, las enfermedades. Sin embargo, no todo sufrimiento es el resultado de una falta personal.

    Sí, hay pecados que traen consecuencias directas, y si permanecemos en hábitos pecaminosos, abrimos brechas al enemigo. Esas brechas debilitan nuestra vida y nos apartan del favor de Dios.

    El pecado, aunque parezca pequeño, da derecho al enemigo para actuar. Se convierte en un velo que oscurece nuestra relación con Dios y bloquea la sanidad que viene de Él.

    Por eso, si hay algo pendiente en tu vida, arrepiéntete, confiésalo y abandónalo. No escondas lo que necesita ser sanado. No es tiempo de alejarse de Dios, sino de correr hacia Él.

    Principio espiritual
    El pecado debilita tu vida y te separa de Dios.

    Versículo final
    «Vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír». (Isaías 59:2)

    Preguntas para reflexionar

    1. ¿He guardado algún pecado oculto que sirva de brecha contra mí?
    2. ¿He pedido perdón, pero lo he abandonado de verdad?
    3. ¿Estoy hoy más cerca o más lejos de Dios por mis decisiones?

     

  • Capítulo 14: Cuando el dolor revela la gloria de Dios

    Oración inicial
    Señor, líbrame del deseo de entenderlo todo. Que no me aferre a explicaciones humanas, sino a tu gloria. Dame un corazón que te busque más que respuestas, y fe para creer que mi dolor puede convertirse en testimonio. Enséñame a confiar y alabarte aun antes de la sanidad. Amén.

    Pasaje bíblico
    «Esto sucedió para que la obra de Dios se manifestara en su vida». (Juan 9:3)

    Reflexión
    El ciego de nacimiento no fue quien buscó a Jesús; fue Jesús quien se acercó a él. Y antes de obrar el milagro, dejó claro el propósito: esa enfermedad no estaba ligada al pecado ni a la culpa, sino que existía para que se revelara la gloria de Dios.

    Es el único caso donde Jesús explica la causa del sufrimiento. No habló de herencia ni de castigo, sino de propósito.

    Cuántas veces gastamos fuerzas buscando explicaciones: ¿por qué ocurrió? ¿qué hice mal? ¿de dónde vino este problema? Sin embargo, la Palabra nos muestra que lo importante no es la causa, sino lo que Dios puede hacer a través de ella.

    Aunque la enfermedad no venga de Dios, la sanidad puede glorificarlo. El foco no está en el origen del dolor, sino en el destino que Dios quiere darle.

    Si hasta hoy te has quejado, murmurado o buscado razones, cambia de dirección. Deja de mirar al pasado y levanta la mirada a Dios. Agradece, confiesa fe y permite que tu boca declare no la enfermedad, sino la gloria que se manifestará en tu vida.

    Principio espiritual
    No murmures ni te aferres a justificaciones. Mira la gloria de Dios.

    Versículo final
    «Porque de él, por él y para él son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén». (Romanos 11:36)

    Preguntas para reflexionar

    1. ¿He buscado más explicaciones que transformación?
    2. ¿Mi actitud ha sido de gratitud o de lamento?
    3. ¿Qué necesito cambiar en mi manera de enfrentar el dolor para que se manifieste la gloria de Dios?