Category: Salmos para sanidad y verdad

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  • Capítulo 11: Conclusión

    Al entrar en la habitación de Juan aquella mañana, me sorprendió verlo tan alegre. Miré a mi alrededor: todo seguía igual que el día anterior. Nada había cambiado… pero algo había pasado.

    Con una sonrisa me dijo:

    —¿Viste qué maravilla? ¡Hoy la enfermera pudo poner el suero en el mismo lugar del brazo, sin tener que pincharme otra vez!

    A veces olvidamos valorar las pequeñas cosas. Esperamos grandes milagros o noticias espectaculares para agradecer a Dios, pero Él también nos habla en los detalles del día a día.

    Si hoy abriste los ojos, fue porque el Señor te sostuvo durante la noche y te regaló un día más de vida. Ese simple hecho ya es un milagro. Dios escuchó el clamor de tu corazón, incluso antes de que tus labios pronunciaran palabra, y respondió con amor.

    La eficacia de los medicamentos, la atención médica, la compañía de tu familia y amigos… todo eso son expresiones del cuidado de Dios.

    La paz que ahora puedes sentir no viene de las circunstancias, sino del amor del Señor, que te envuelve y te hace descansar en sus brazos. Aunque muchas veces no lo notaste, Él estuvo contigo en cada paso, librándote del peligro, levantándote cuando caías, consolándote en la tristeza y renovando tus fuerzas cuando pensabas rendirte.

    Cuando tu corazón se llene de gratitud —por lo grande y también por lo pequeño—, notarás cómo cambia tu ánimo. Abre los ojos del alma y da gracias a Dios, y también a quienes han estado cerca de ti, por el hermoso regalo del cuidado y el amor manifestado en gestos sencillos.

    “Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros;
    estaremos alegres.”

    Salmo 126:3 

    “Alabad a Jehová, porque él es bueno;
    porque para siempre es su misericordia.
    Desde la angustia invoqué a JAH,
    y me respondió JAH, poniéndome en lugar espacioso.
    Jehová está conmigo; no temeré
    lo que me pueda hacer el hombre.”

    Salmo 118:1, 5–6 

     

  • Capítulo 10: ¿Has experimentado a Dios?

    Salmo 34:8a 

    Gustad, y ved que es bueno Jehová.

    Salmo 37:5–6, 18–19, 23–25, 39 

     Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará.
    Exhibirá tu justicia como la luz, y tu derecho como el mediodía.

    Conoce Jehová los días de los perfectos,
    y la heredad de ellos será para siempre.
    No serán avergonzados en el mal tiempo,
    y en los días de hambre serán saciados.

    Por Jehová son ordenados los pasos del hombre,
    y él aprueba su camino.
    Cuando el hombre cayere, no quedará postrado,
    porque Jehová sostiene su mano.
    Joven fui, y he envejecido,
    y no he visto justo desamparado,
    ni su descendencia que mendigue pan.

    Pero la salvación de los justos es de Jehová,
    y él es su fortaleza en el tiempo de la angustia.

    Como un niño, necesitas probar.

    De niños, a veces rechazábamos la comida sin probarla. “¡Pruébala y verás que es buena!”, insistía mamá. Con Dios pasa algo similar: vivimos lejos, convencidos de que podemos solos, hasta que el desierto nos muestra nuestra necesidad.

    No temas acercarte. Dios no te recibe con reproches, sino con gracia. Prueba y verás que Él es bueno. Encomienda a Jehová tu camino: Él sostiene tu mano, suple en el día malo y no desampara al justo.

    Oración

    Dios, vengo con humildad. Encomiendo a ti mi camino y confío en tu bondad. Sostén mi vida y guíame paso a paso. En el Nombre de Jesús, Amén.

  • Capítulo 9: La ansiedad me está dominando

    Salmo 69:1–3, 13, 15–16 

    Sálvame, oh Dios, porque las aguas han entrado hasta el alma.
    Estoy hundido en cieno profundo, donde no puedo hacer pie;
    he venido a abismos de aguas, y la corriente me ha anegado.
    Cansado estoy de llamar; mi garganta se ha enronquecido;
    han desfallecido mis ojos esperando a mi Dios.

    Pero yo a ti oraba, oh Jehová, al tiempo de tu buena voluntad;
    oh Dios, por la abundancia de tu misericordia, por la verdad de tu salvación, escúchame.
    No me anegue la corriente de las aguas,
    ni me trague el abismo,
    ni el pozo cierre sobre mí su boca.
    Respóndeme, Jehová, porque benigna es tu misericordia;
    mírame conforme a la multitud de tus piedades.

    No temas al futuro, porque Dios ya está allí

    La ansiedad nos encierra en un torbellino de “¿y si…?”. Tememos ser carga, tememos el mañana. Alguien dijo que sufrimos de dos males: fe pequeña (porque conocemos poco el carácter de Dios) y memoria corta (porque olvidamos sus obras pasadas).

    Dios es soberano: cumple lo que promete y no abandona a sus hijos. Va delante de nosotros. Aquello que para ti es incierto, para Él está bajo control. No temas el futuro: Dios ya está allí.

    Oración

    Dios, gracias porque cuando estoy afligido y preocupado, tú me consuelas y alegras mi alma (Salmo 94:19). Descanso en tu fidelidad. En el Nombre de Jesús, Amén.

  • Capítulo 8: El desánimo me aplasta

    Salmo 42:3, 5a, 6–7a

    Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche,
    mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios?
    ¿Por qué te abates, oh alma mía,
    y te turbas dentro de mí?
    Dios mío, mi alma está abatida en mí;
    me acordaré, por tanto, de ti…
    Un abismo llama a otro a la voz de tus cascadas…

    Salmo 10:1, 14 

    ¿Por qué estás lejos, oh Jehová,
    y te escondes en el tiempo de la tribulación?
    Tú lo has visto; porque miras el trabajo y la vejación,
    para dar la recompensa con tu mano;
    a ti se acoge el desvalido;
    tú eres el amparo del huérfano.

    El Señor me lleva en su regazo

    Ayer estabas mejor; hoy, sin fuerzas. Así somos: nuestras emociones suben y bajan. No eres el único; grandes hombres de Dios pasaron por lo mismo. La Biblia pone palabras a ese abatimiento y, al mismo tiempo, nos enseña a recordar: “me acordaré de ti”.

    No temas confesar tu debilidad ante Dios. Él te conoce, no se decepciona de ti. No te pide que siempre seas fuerte; te invita a entregarle tu corazón tal como está. Hoy Él quiere compartir su fuerza contigo.

    Oración

    Padre, hoy me siento en ruinas. Traigo a ti mis quejas y mis problemas; cuando me rindo, tú sabes lo que debo hacer. Levántame con tu fuerza. En el Nombre de Jesús, Amén.

  • Capítulo 7: ¡Cómo me gustaría tener paz!

    Salmo 13:1–2

    ¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Me olvidarás para siempre?
    ¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí?
    ¿Hasta cuándo pondré consejos en mi alma,
    con tristezas en mi corazón cada día?

    Salmo 62:1–2, 5–7

    En Dios solamente está acallada mi alma;
    De él viene mi salvación.
    Él solamente es mi roca y mi salvación;
    Es mi refugio, no resbalaré mucho.

    Alma mía, en Dios solamente reposa,
    porque de él es mi esperanza.
    Él solamente es mi roca y mi salvación;
    Es mi refugio, no resbalaré.
    En Dios está mi salvación y mi gloria;
    En Dios está mi roca fuerte, y mi refugio.

    La paz de Dios está más allá de tus circunstancias

    Cuando nos sentimos amenazados y sin salida, solemos buscar soluciones por nuestra cuenta. Somos frágiles y escuchamos toda clase de “recetas” que solo confunden más. David, asediado por problemas y consejos inútiles, reconoció que ni su propio corazón podía sostenerlo. Entonces levantó la mirada y afirmó: “Solo en Dios encuentro paz”.

    ¿Llegaste al final de tus fuerzas? ¿Estás listo para algo nuevo? La obra de Cristo en la cruz es completa. Al confesar nuestro pecado y creer que Jesús dio su vida para salvarnos, recibimos paz verdadera. Si crees en Él, eres hijo de Dios: esta promesa también es para ti.

    Oración

    Querido Dios, como el salmista, hoy declaro que solo en ti encuentro paz. Eres mi roca, mi refugio y mi salvación. En ti pongo mi esperanza. En el Nombre de Jesús, Amén.

  • Capítulo 6: Estoy muy solo

    Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
    ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación,
    y de las palabras de mi clamor?
    Dios mío, clamo de día, y no respondes;
    y de noche, y no hay para mí reposo…
    En ti esperaron nuestros padres;
    esperaron, y tú los libraste…
    Mas yo soy gusano, y no hombre;
    oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo…
    Se encomendó a Jehová; líbrele él;
    sálvele, puesto que en él se complacía…
    Mas tú, Jehová, no te alejes;
    fortaleza mía, apresúrate a socorrerme.

    Salmo 22:1-2, 4, 6, 8, 19 

    Dios está conmigo

    La soledad en la enfermedad puede ser devastadora. Las visitas se reducen, las llamadas se apagan y hasta parece que Dios guarda silencio. El corazón se pregunta: ¿A quién le importo de verdad?

    El salmista sintió lo mismo. Incluso Jesús en la cruz repitió esas palabras: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Pero la realidad es otra: Dios nunca abandona a sus hijos. Aunque las emociones digan lo contrario, Su promesa es firme: “No te dejaré ni te desampararé.”

    Cree en esa verdad más que en tus emociones. Dios camina contigo en cada paso, aún en el silencio. Tu vida importa para Él, y su compañía es la seguridad más grande que puedes tener.

    Oración

    Señor, cuando la soledad me abrume, ayúdame a recordar que nunca me dejas ni me abandonas. Abre mis ojos para ver tu cuidado en cada detalle y descansar en tu presencia fiel. En el Nombre de Jesús, Amén.

  • Capítulo 5: Me siento tan frágil

    Ten misericordia de mí, oh Jehová, porque estoy enfermo;
    sáname, oh Jehová, porque mis huesos se estremecen.
    Mi alma también está muy turbada;
    y tú, Jehová, ¿hasta cuándo?
    Vuélvete, oh Jehová, libra mi alma;
    sálvame por tu misericordia…
    Todas las noches inundo de llanto mi lecho,
    riego mi cama con mis lágrimas.

    Salmo 6:2-4, 6

    Nuestros días son como la hierba;
    florecemos como la flor del campo,
    que pasó el viento por ella, y pereció,
    y su lugar no la conocerá más.

    Salmo 103:15-16

    He aquí, diste a mis días término corto,
    y mi edad es como nada delante de ti;
    ciertamente es completa vanidad todo hombre que vive.
    Ciertamente como una sombra es el hombre;
    ciertamente en vano se afana;
    amontona riquezas, y no sabe quién las recogerá.

    Salmo 39:5-6

    Dios habla en medio de nuestra fragilidad

    Nada nos recuerda más nuestra pequeñez que la enfermedad. Cuando la vida se interrumpe y la fuerza nos abandona, la fragilidad se hace evidente.

    Sin embargo, la fragilidad puede convertirse en un espacio donde Dios se revela como nuestra roca firme. Como aquel hombre que, tras escuchar un diagnóstico duro, respondió con esperanza: sabía que sus días estaban en las manos de Dios, y que mientras viviera aún tenía propósito.

    Así también tú puedes descansar en el amor del Señor. Él conoce tus lágrimas, tu debilidad y tus temores. Él no te pide que seas fuerte, solo que confíes. En medio de tu fragilidad, su poder se perfecciona.

    Oración

    Señor, gracias porque no tengo que fingir fortaleza. Tú eres mi roca y mi refugio. Te entrego mi fragilidad y mi debilidad, confiando en que en ti encuentro propósito y descanso. En el Nombre de Jesús, Amén.

  • Capítulo 4: ¿Me estás castigando?

    Nada hay sano en mi carne, a causa de tu ira;
    ni hay paz en mis huesos, a causa de mi pecado.
    Porque mis iniquidades se han agravado sobre mi cabeza;
    como carga pesada se han agravado sobre mí.
    Hieden y supuran mis llagas,
    a causa de mi locura.
    Estoy encorvado, estoy humillado en gran manera,
    ando enlutado todo el día.
    Porque mis lomos están llenos de ardor,
    y nada hay sano en mi carne.
    Estoy debilitado y molido en gran manera;
    gimo a causa de la conmoción de mi corazón.
    Señor, delante de ti están todos mis deseos,
    y mi suspiro no te es oculto.
    Mi corazón está acongojado, me ha dejado mi vigor,
    y aun la luz de mis ojos me falta ya.
    Mis amigos y mis compañeros se mantienen lejos de mi plaga,
    y mis cercanos se han alejado.

    Salmo 38:3-11

    Dios está lleno de misericordia

    El pecado siempre deja cicatrices. David lo sabía bien: al escoger su propio camino, creyó encontrar placer, pero halló vergüenza y dolor. Como él, muchas veces tropezamos y terminamos cargando culpas insoportables.

    El pecado trae consecuencias amargas, pero la misericordia de Dios es mayor que nuestro error. Cuando venimos a Él arrepentidos, no nos rechaza ni nos coloca en una lista negra. Nos recibe, nos limpia y nos restaura por medio del sacrificio de Cristo en la cruz.

    Por eso, si has caído, no te escondas. Acércate a Dios. Confiesa tu pecado. Su perdón está disponible hoy, y su gracia es suficiente para levantarte.

    Oración

    Gracias, Padre, porque en Cristo Jesús no hay condenación. Gracias por tu misericordia que me limpia y me levanta aun cuando caigo. Dame un corazón arrepentido y enséñame a caminar en tu gracia cada día. En el Nombre de Jesús, Amén.

  • Capítulo 3: No entiendo el sufrimiento

    Oh Jehová, Dios de mi salvación,
    día y noche clamo delante de ti.
    Llegue mi oración a tu presencia;
    inclina tu oído a mi clamor.
    Porque mi alma está hastiada de males,
    y mi vida cercana al Seol.
    Soy contado entre los que descienden al sepulcro;
    soy como hombre sin fuerza,
    abandonado entre los muertos,
    como los pasados a cuchillo que yacen en el sepulcro,
    de quienes no te acuerdas ya,
    y que fueron arrebatados de tu mano.
    Me has puesto en el hoyo profundo,
    en tinieblas, en lugares profundos.
    Sobre mí reposa tu ira,
    y me has afligido con todas tus ondas…
    Mas yo a ti he clamado, oh Jehová,
    y de mañana mi oración se presentará delante de ti.
    ¿Por qué, oh Jehová, desechas mi alma?
    ¿Por qué escondes de mí tu rostro?

    Salmo 88:1-7, 13-14

    Dios está en control

    La vida parecía estable cuando, de repente, la tormenta cayó. Y en medio del dolor, como el salmista, sentimos que todo se derrumba: fuerzas agotadas, corazón abatido, mente confundida. Es inevitable preguntarse: ¿Qué hice para merecer esto? ¿Me estará castigando Dios?

    El sufrimiento puede venir por varias causas: errores que cometimos en el pasado, nuestra fragilidad humana, o incluso ataques del enemigo que busca quebrar nuestra fe. Pero por encima de todo está Dios, que nunca pierde el control.

    Cuando no entiendas las razones, recuerda que Él sigue siendo tu refugio. Tal vez no te dé explicaciones, pero sí puede darte paz. Tal vez no quite de inmediato tu carga, pero sí puede tomarte en sus brazos y sostenerte.

    Oración

    Dios mío, enséñame a descansar en ti aunque no comprenda el dolor. Ayúdame a confiar en que sigues en control, y a sentir tus brazos fuertes sosteniéndome en medio de mi debilidad. En el Nombre de Jesús, Amén.

  • Capítulo 2: Tomado por sorpresa

    Salmo 102:1-7, 9-11

    Jehová, escucha mi oración,
    Y llegue a ti mi clamor.
    No escondas de mí tu rostro en el día de mi angustia;
    Inclina a mí tu oído;
    El día que te invocare, apresúrate a responderme.
    Porque mis días se han consumido como humo,
    Y mis huesos cual tizón están quemados.
    Mi corazón está herido, y seco como la hierba,
    Por lo cual me olvido de comer mi pan.
    Por la voz de mi gemido
    Mis huesos se han pegado a mi carne.
    Soy semejante al pelícano del desierto;
    Soy como el búho de las soledades;
    Velo, y soy
    Como el pájaro solitario sobre el tejado.
    Porque ceniza he comido como pan,
    Y mi bebida he mezclado con lágrimas,
    A causa de tu enojo y de tu ira;
    Pues me alzaste, y me has arrojado.
    Mis días son como sombra que se va,
    Y me he secado como la hierba.

    La enfermedad siempre llega como una sorpresa amarga. Nunca estamos preparados para recibir malas noticias. Nos toma desprevenidos y nos sentimos impotentes.

    En teoría, sabemos que el sufrimiento es parte de la vida, y que tarde o temprano podríamos enfrentarlo. Pero cuando llega nuestro turno, el corazón se turba, la mente se llena de preguntas y todo parece derrumbarse.

    El secreto no está en el tipo de enfermedad ni en su intensidad, sino en cómo reaccionamos ante ella. Esa reacción marcará la diferencia entre amargura o maduración, entre desesperanza o crecimiento.

    Al llegar este momento, tenemos que decidir en quién vamos a descansar: en nosotros mismos, en la ciencia, o en Dios. La mejor elección siempre será Dios. Él puede dar sabiduría a los médicos, eficacia a los tratamientos, y sobre todo, paz al alma que sufre. Como el salmista, abre tu corazón sin reservas, confiésale tu necesidad y pídele nuevas fuerzas para enfrentar esta etapa difícil. Él escucha y responde.

    Acostarse en el regazo del Señor es descansar sabiendo que nada se escapa de sus manos, y que usará incluso los recursos humanos para obrar en nuestro favor.

    Oración

    Señor, no lo esperaba. La salud me abandonó de repente y me siento débil y asustado. He perdido fuerzas y no sé a dónde acudir. Pero sé que Tú eres Dios y todo está bajo tu control. Camina conmigo, guía mis pensamientos y trae paz a mi corazón. En El Nombre de Jesú, Amén.