Oración inicial
Señor, dame una fe valiente, que no se intimide ante las limitaciones ni se calle ante las dificultades. Que sepa quién eres y lo proclame con audacia. Enséñame a buscarte con todo lo que tengo, aunque me falte algo. Que mi fe te honre y me lleve a seguirte cada día. Amén.
Pasaje bíblico
«¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de nosotros!». (Mateo 20:30)
Reflexión
Dos ciegos estaban al borde del camino, a las afueras de Jericó, cuando Jesús pasaba. No podían ver, pero reconocieron quién era y clamaron con fe.
A diferencia de otras ocasiones, Jesús no tuvo que preguntarles si creían. Al llamarlo «Hijo de David», hicieron una confesión clara de fe: sabían quién era y creían en su poder. Su fe no fue silenciosa, sino pública y valiente.
La fe que sana no se esconde: grita, clama, insiste. Aunque no ve, sabe escuchar, confiesa con la boca y camina en la dirección correcta. Estos hombres usaron lo que tenían —su voz, sus oídos, sus pies— para acercarse a Jesús.
Después de ser sanados, no volvieron al mismo lugar. La fe los llevó a seguirlo. Porque la verdadera fe no termina en el milagro: comienza en él y continúa en el discipulado.
Principio espiritual
Nunca dejes de caminar hacia Cristo.
Versículo final
«Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús». (Filipenses 3:13-14)
Preguntas para reflexionar
- ¿Mi fe ha sido tímida o valiente?
- ¿He usado lo que tengo, aunque sea poco, para acercarme a Jesús?
- ¿Qué me ha impedido seguir adelante con Cristo después de recibir algo de Él?