Capítulo 7. El nido vacío

Y quedaron aquellas dos mujeres desamparadas, sin sus hijos y sin su marido.

— Rut 1:5 (RVR1960)

Ya no hay risas ni carreras de niños por la casa. Nadie pide que le cures una herida, ni que le leas un cuento antes de dormir.
La mesa, antes llena de voces, ahora solo tiene dos platos. El silencio parece ocupar cada rincón.
Es lo que muchos llaman “el síndrome del nido vacío”.

El adolescente que una vez lloraba desconsolado por un amor perdido ahora es un adulto responsable, con un buen trabajo y un hogar propio.
Orgullo y melancolía se mezclan en el corazón de los padres. Sus hijos crecieron y se fueron, y la casa parece demasiado grande.

Sin embargo, esta etapa no tiene por qué ser triste. Puede convertirse en un tiempo de renovación.
Es una oportunidad para fortalecer el matrimonio, redescubrir sueños compartidos y abrir el corazón a nuevos propósitos.
También es un momento para mirar más allá de las paredes del hogar y servir a otros.

Cuando los hijos parten, es normal sentir vacío, pero cada etapa de la vida tiene sus propias bendiciones.
Y si tienes nietos, descubrirás un nuevo tipo de alegría. Si no, hay muchos niños en tu entorno o en comunidades que puedes amar y acompañar.
Una niña escribió en su tarea escolar: “Todos deberían tener una abuela, porque son los únicos adultos que tienen tiempo.”
Y tenía razón: las personas mayores pueden ofrecer lo más valioso que existe —presencia, paciencia y amor.

Dios quiere hablar contigo

Noemí había dejado su tierra junto con su esposo y sus dos hijos para vivir en Moab.
Durante diez años disfrutaron de alegrías y también enfrentaron pruebas. Pero el tiempo trajo dolor: primero murió su esposo, y luego sus dos hijos.
Noemí se sintió sola, vacía y sin propósito. Tan grande era su tristeza que pidió que la llamaran “Mara”, que significa “amarga”.

Sin embargo, Dios no la había olvidado. Al emprender el regreso a su tierra, sus nueras, Rut y Orfa, la acompañaron hasta el camino.
Con ternura, Noemí intentó persuadirlas de regresar con sus familias:

Y Noemí dijo a sus dos nueras: Andad, volveos cada una a la casa de su madre; Jehová haga con vosotras misericordia, como la habéis hecho con los muertos y conmigo.
Jehová os dé que halléis descanso, cada una en casa de su marido…
Y ellas alzaron otra vez su voz y lloraron; y Orfa besó a su suegra, mas Rut se quedó con ella.

— Rut 1:8-9,14 (RVR1960)

Rut, llena de amor y lealtad, respondió con una de las declaraciones más hermosas de toda la Escritura:

No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré.
Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios.
Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada; así me haga Jehová, y aun me añada, que solo la muerte hará separación entre nosotras dos.

— Rut 1:16-17 (RVR1960)

Dios usó a Rut para llenar el vacío en el corazón de Noemí.
Y así como Él restauró la alegría de aquella mujer, también puede restaurar la tuya.
En los momentos de soledad, Dios envía personas que se convierten en compañía, consuelo y bendición.
Él transforma la tristeza en propósito, y el “nido vacío” puede llenarse otra vez con amor, servicio y nuevas relaciones.

Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia;
soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro.
De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.
Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto.
Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos.

— Colosenses 3:12-15 (RVR1960)

Puedes hablar con Dios

Padre, gracias por los años maravillosos que me permitiste vivir rodeado de mi familia y de personas que amo.
Gracias por los momentos de risa, por los abrazos, por las comidas compartidas y por el privilegio de haber cuidado de mis hijos.

Ahora que mi casa está más silenciosa, ayúdame a no mirar atrás con tristeza, sino con gratitud.
Recuérdame que no hay jubilación en la vida espiritual, que siempre tienes algo nuevo para mí, un propósito que cumplir y personas a quienes amar.

Abre mis ojos para ver las oportunidades que me das en esta nueva etapa,
y llena mi corazón con tu amor para que pueda compartirlo con otros.
En el nombre de Jesús, amén.

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