Salmo 102:1-7, 9-11
Jehová, escucha mi oración,
Y llegue a ti mi clamor.
No escondas de mí tu rostro en el día de mi angustia;
Inclina a mí tu oído;
El día que te invocare, apresúrate a responderme.
Porque mis días se han consumido como humo,
Y mis huesos cual tizón están quemados.
Mi corazón está herido, y seco como la hierba,
Por lo cual me olvido de comer mi pan.
Por la voz de mi gemido
Mis huesos se han pegado a mi carne.
Soy semejante al pelícano del desierto;
Soy como el búho de las soledades;
Velo, y soy
Como el pájaro solitario sobre el tejado.
Porque ceniza he comido como pan,
Y mi bebida he mezclado con lágrimas,
A causa de tu enojo y de tu ira;
Pues me alzaste, y me has arrojado.
Mis días son como sombra que se va,
Y me he secado como la hierba.
La enfermedad siempre llega como una sorpresa amarga. Nunca estamos preparados para recibir malas noticias. Nos toma desprevenidos y nos sentimos impotentes.
En teoría, sabemos que el sufrimiento es parte de la vida, y que tarde o temprano podríamos enfrentarlo. Pero cuando llega nuestro turno, el corazón se turba, la mente se llena de preguntas y todo parece derrumbarse.
El secreto no está en el tipo de enfermedad ni en su intensidad, sino en cómo reaccionamos ante ella. Esa reacción marcará la diferencia entre amargura o maduración, entre desesperanza o crecimiento.
Al llegar este momento, tenemos que decidir en quién vamos a descansar: en nosotros mismos, en la ciencia, o en Dios. La mejor elección siempre será Dios. Él puede dar sabiduría a los médicos, eficacia a los tratamientos, y sobre todo, paz al alma que sufre. Como el salmista, abre tu corazón sin reservas, confiésale tu necesidad y pídele nuevas fuerzas para enfrentar esta etapa difícil. Él escucha y responde.
Acostarse en el regazo del Señor es descansar sabiendo que nada se escapa de sus manos, y que usará incluso los recursos humanos para obrar en nuestro favor.
Oración
Señor, no lo esperaba. La salud me abandonó de repente y me siento débil y asustado. He perdido fuerzas y no sé a dónde acudir. Pero sé que Tú eres Dios y todo está bajo tu control. Camina conmigo, guía mis pensamientos y trae paz a mi corazón. En El Nombre de Jesú, Amén.
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