Entonces una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo. (Éxodo 40:34)
La esperanza siempre se presenta como alternativa a la desesperación. Cuando fallan nuestros recursos, los amigos se alejan y nos sentimos completamente solos, surge la tentación de pensar que la vida ya no tiene sentido. Sin embargo, también podemos confiar en que aún es posible vivir de verdad.
La esperanza puede estar vacía o llena de la certeza de que Dios está y estará con nosotros. Esa certeza implica esperar su actuación, pero una espera sostenida por la convicción de que no será en vano. Los poetas bíblicos lo entendieron bien: uno de ellos comparó la espera con la de los centinelas que, en medio de la noche, aguardan ansiosos la llegada de la mañana.
La esperanza incluye la espera, pero también la trasciende. Es un sentimiento profundo, sembrado en nuestro corazón por Dios mismo, para que vivamos hoy realidades que aún no vemos. Es un deseo de ser colaboradores de Dios en la construcción de una sociedad marcada por la justicia y la paz.
La esperanza es la perspectiva de quienes no se desaniman, de quienes no se rinden, de quienes hacen lo que deben hacer con fe y perseverancia. Es la convicción firme de que la vida no termina en este mundo y que se consumará en la plenitud del mundo venidero, del cual ya escuchamos suspiros y promesas.
Señor de gloria y esperanza, en Ti confío cuando todo parece oscuro. Enséñame a esperar en tu presencia como el centinela aguarda la aurora. Implanta en mi corazón la certeza de que mi vida tiene propósito en este mundo y plenitud en el venidero. Que nunca me rinda a la desesperación, sino que viva sostenido por tu gloria. En el Nombre de Jesús, Amén.
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