¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?
El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?
¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.
¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.— Romanos 8:31-34 (RVR1960)
Cuando crees en Jesús como tu Salvador, algo profundo sucede: pasas de ser una criatura de Dios a ser su hijo.
Tu relación con Él deja de ser distante y se convierte en una amistad íntima, constante y segura.
El miedo a la condenación desaparece, porque ya no vives bajo la culpa, sino bajo la gracia.
El apóstol Pablo escribió que Dios no escatimó ni a su propio Hijo.
Esto significa que, si Él ya te dio lo más valioso —Jesús—, puedes confiar en que cuidará de todas las demás cosas que necesitas.
Dios no solo te perdona; te declara justo, te adopta en su familia y te defiende como el mejor de los abogados.
Cuando la culpa o los recuerdos del pasado intenten atormentarte, recuerda esta verdad:
“Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús.” (Romanos 8:1).
Nada de lo que hiciste, ni lo que otros te hicieron, puede separarte del amor de Dios manifestado en Cristo.
Dios quiere hablar contigo
Dios no te mira con enojo, sino con ternura.
Te llama hijo, te cubre con su justicia y te invita a vivir cada día en comunión con Él.
Esa relación no depende de tu perfección, sino de su fidelidad.
Porque estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.
— Romanos 8:38-39 (RVR1960)
Tu seguridad eterna no se basa en tus emociones, sino en la promesa del Dios que no miente.
Puedes hablar con Dios
Padre amado, gracias porque ahora soy tu hijo.
Jesús me reconcilió contigo y me dio una nueva vida.
Ya no vivo bajo condena, sino bajo tu amor y tu perdón.
Ayúdame a caminar cada día recordando que soy tuyo.
Cuando la culpa o el miedo quieran dominarme, recuérdame que nada puede separarme de tu amor.
Gracias por ser mi Padre, mi defensor y mi paz.
En el nombre de Jesús, amén.
Leave a Reply