Envió su palabra, y los sanó, y los libró de su ruina.
— Salmo 107:20 (RVR1960)
En la búsqueda de alivio frente a la depresión, muchos recurren a medicamentos, terapias o consejos —todos valiosos y necesarios—, pero hay una medicina que ninguna farmacia puede vender: la Palabra de Dios.
Ella tiene el poder de sanar el corazón, renovar la mente y dar sentido incluso en medio del dolor.
La Palabra de Dios no es un texto antiguo ni un libro de frases positivas: es la voz viva de nuestro Creador que nos habla hoy.
Cuando la leemos, no solo encontramos consuelo, sino también verdad, dirección y esperanza.
Así como el cuerpo necesita alimento diario, el alma necesita nutrirse con las promesas del Señor.
Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.
— Hebreos 4:12 (RVR1960)
Cuando estás deprimido, los pensamientos se vuelven oscuros y repetitivos.
La mente tiende a enfocarse en lo negativo y en el pasado.
La Palabra interrumpe ese ciclo, recordándonos quién es Dios y quiénes somos en Él.
Nos invita a reemplazar las mentiras del miedo por las verdades del amor.
El precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos.
— Salmo 19:8 (RVR1960)
El proceso no siempre es rápido; la sanidad del alma requiere perseverancia.
Cada lectura, cada versículo memorizado, cada oración basada en la Escritura va limpiando el corazón y fortaleciendo el espíritu.
Dios no nos da una receta instantánea, sino un camino: caminar junto a Él día tras día, escuchando su voz.
Dios quiere hablar contigo
El Señor desea hablarte personalmente por medio de su Palabra.
Allí encontrarás palabras de consuelo, promesas de restauración y recordatorios de su amor incondicional.
Si la lees con fe, el Espíritu Santo te enseñará lo que necesitas oír.
La exposición de tus palabras alumbra; hace entender a los simples.
— Salmo 119:130 (RVR1960)
No te acerques a la Biblia como una obligación, sino como quien busca refugio.
Haz de ella tu compañía constante, tu consejera fiel y tu alimento espiritual.
Verás cómo, poco a poco, las tinieblas internas se disipan ante la luz de la verdad.
Puedes hablar con Dios
Padre, gracias por tu Palabra que da vida.
A veces mi mente está nublada y mi corazón abatido, pero sé que tu verdad puede renovarme.
Dame hambre de tus Escrituras, enséñame a escucharte y a guardar tus promesas en mi corazón.
Que tu Palabra sea mi medicina diaria, que cure mis pensamientos, restaure mis emociones y fortalezca mi fe.
Háblame, Señor, cada día, hasta que tu voz sea más fuerte que la tristeza.
En el nombre de Jesús, amén.
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