Capítulo 2. Con cáncer y con un hijo para criar sola

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios.

— 2 Corintios 1:3-4 (RVR1960)

Cuando escuchamos historias, estadísticas o consejos sobre la prevención del cáncer, pensamos que son útiles, pero que nunca nos tocarán directamente.
Hasta que un día la vida cambia con una sola palabra.

Eso fue lo que viví. Un día, al ducharme, sentí un pequeño nódulo en mi seno. Tenía 36 años. Fui al médico, me realizaron exámenes y, aunque me aferraba a la esperanza de que todo fuera un error, llegó el diagnóstico que no quería escuchar: cáncer maligno de mama.

Salí del consultorio con el corazón encogido, las manos temblorosas y un océano de pensamientos en la cabeza.
Cirugía, quimioterapia, radioterapia… ¿Cómo enfrentaría todo eso sola, viviendo en Japón, con un hijo de ocho años a mi cuidado?

Lloré mucho. Clamé a Dios por su misericordia. Y, en medio del llanto, una voz suave en mi corazón me decía: “Dios está en control.”
Esa frase se convirtió en mi ancla. No en una idea abstracta, sino en una certeza viva: no estaba sola.

Tomé la decisión de regresar al Brasil, donde podría tener más apoyo familiar. En cada detalle —los trámites, los médicos, las fechas— veía la mano de Dios guiando el proceso.
Vinieron la cirugía, las sesiones de quimioterapia, la caída del cabello, los vómitos, el cansancio… pero también vinieron nuevas fuerzas y el consuelo de una comunidad de fe que me abrazó.

Encontré refugio en la iglesia, en los hermanos que oraban conmigo, y en los pequeños momentos de arte y servicio. Mientras aprendía pintura en tela para distraer la mente, el Señor pintaba esperanza en mi alma.
Mi hijo, aunque pequeño, fue mi motivo para levantarme cada día. Su vida me recordaba que aún había mucho por qué vivir.

Todo mi tratamiento fue realizado a través del sistema público de salud, y en cada etapa pude ver la fidelidad del Señor. El versículo de 2 Corintios 1:3-4 se volvió mi experiencia viva: Dios me consoló, y ahora puedo consolar a otros.

Hoy doy gracias por aquel tiempo tan difícil, porque fue el escenario donde conocí más profundamente al Dios que nunca abandona. Él me enseñó que su poder se perfecciona en la debilidad, y que incluso el dolor puede convertirse en testimonio.

Dios quiere hablar contigo

Tal vez tú también enfrentas la enfermedad sintiéndote solo(a) o con una gran responsabilidad sobre tus hombros.
Recuerda: Dios ve tu carga, conoce tu corazón y promete sustentarte cada día. Él no solo cuida de ti, sino también de aquellos que amas.

El Señor lo sustentará sobre el lecho del dolor; mullirás toda su cama en su enfermedad.

— Salmo 41:3 (RVR1960)

El mismo Dios que te consuela, también quiere usarte como instrumento de consuelo.
Cada lágrima que Él ha secado en ti puede convertirse en palabra de aliento para otro corazón.

Puedes hablar con Dios

Padre, gracias porque tu consuelo me sostiene cuando las fuerzas se agotan.
Gracias por recordarme que no estoy sola y que tú cuidas de mi vida y de mi familia.

Hoy pongo en tus manos mis miedos, mis tratamientos, mis responsabilidades y mi futuro.
Enséñame a confiar cada día en tu fidelidad y a ver tus cuidados en los detalles.
Si es tu voluntad, usa mi historia para consolar a otros y para que muchos te conozcan como el Dios que sana el alma.

En el nombre de Jesús, amén.

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