Jehová, no me reprendas en tu furor,
ni me castigues con tu ira.— Salmo 38:1 (RVR1960)
En medio del sufrimiento, es común que surja una pregunta en el corazón:
“¿Será que Dios me está castigando?”
Cuando las cosas salen mal o la enfermedad toca nuestras vidas, sentimos miedo, culpa o confusión. Pensamos en errores pasados, en decisiones que tomamos, en cosas que dejamos de hacer… y tememos que el dolor sea una forma de castigo divino.
Incluso los grandes hombres de Dios sintieron eso. El rey David, llamado “varón conforme al corazón de Dios”, conoció el peso del pecado y también la gracia del perdón. En su angustia, clamó:
“Jehová, no me reprendas en tu furor, ni me castigues con tu ira.”
Dios no es un juez cruel que disfruta del sufrimiento humano. Es un Padre justo y amoroso que se duele con nuestro dolor.
A veces permite la disciplina, pero no como castigo destructor, sino como corrección que restaura. Su deseo no es alejarnos, sino acercarnos a Él.
El corazón de Dios está lleno de misericordia. Su propósito no es castigarte, sino sanar lo que el pecado quebró, reconciliarte con Él y mostrarte su perdón.
Dios quiere hablar contigo
Si te sientes culpable o acusado, recuerda que Jesús ya llevó en la cruz el castigo que tú y yo merecíamos. En Él hay perdón, restauración y paz.
Dios no quiere que vivas bajo condenación, sino bajo su gracia.
Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.
— 1 Juan 1:9 (RVR1960)
Cuando confiesas tus errores y te acercas al Señor, Él no te rechaza ni te recuerda el pasado: te abraza, te limpia y te llama hijo suyo.
Su perdón no depende de tus méritos, sino del sacrificio de Cristo.
En Él hay libertad y una nueva oportunidad para empezar de nuevo.
Puedes hablar con Dios
Padre, reconozco que muchas veces he dudado de tu amor y he pensado que mi dolor era un castigo.
Hoy comprendo que tu corazón es lleno de misericordia, que no me rechazas, sino que me llamas a volver a ti.
Confieso mis pecados y te pido perdón.
Gracias por Jesús, que tomó mi culpa y me dio una nueva vida.
Ayúdame a vivir bajo tu gracia, sin miedo, con la paz de saber que soy amado y perdonado.
En el nombre de Jesús, amén.
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