Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro?
Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra.
No dará tu pie al resbaladero, ni se dormirá el que te guarda.— Salmo 121:1-3 (RVR1960)
Cuando enfrentamos el sufrimiento, recibimos consejos de muchas personas, pero hay un solo consejero verdaderamente digno de confianza: Dios. Sin embargo, para confiar en Él, necesitamos saber quién es realmente. Muchas veces tenemos una idea distorsionada de Dios, construida por nuestras experiencias, temores o expectativas humanas.
Algunos lo imaginan como un dios “Papá Noel”: un anciano amable y condescendiente que solo existe para darnos regalos y complacernos. Es un dios dulce, pero impotente, incapaz de consolar en medio del dolor.
Otros piensan en un dios castigador: un juez severo que vigila cada paso esperando la mínima falta para condenarnos. Este concepto también es falso, porque desfigura su carácter de amor y misericordia.
El Dios verdadero no se parece a ninguno de esos retratos.
Es el Creador del cielo y de la tierra, el que nos conoció incluso antes de que naciéramos. Es todopoderoso, pero también cercano. Tiene la autoridad para sostener el universo y, al mismo tiempo, el amor para sostenernos en sus brazos en medio del dolor.
El salmista, al mirar las montañas y sentir el peso de la incertidumbre, se hizo la misma pregunta que todos hacemos en los momentos difíciles: “¿De dónde vendrá mi socorro?”.
Y encontró la respuesta en la fidelidad de Dios: “Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra.”
Dios quiere hablar contigo
Cuando te sientas abrumado, recuerda que tu ayuda no viene de las circunstancias, ni de tu fuerza interior, ni siquiera de los médicos —por más sabios que sean—, sino de Dios mismo.
Él es tu guardián, tu sombra protectora y tu refugio constante.
Jehová te guardará de todo mal; él guardará tu alma.
Jehová guardará tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre.— Salmo 121:7-8 (RVR1960)
Este es el Dios que te invita a confiar, no con temor, sino con descanso. Él no se cansa, no se duerme, no se olvida. En cada paso, en cada tratamiento, en cada noche sin dormir, Él está contigo.
Puedes hablar con Dios
Señor, quiero conocerte tal como eres.
A veces he tenido una imagen equivocada de ti, pensando que eras lejano o indiferente, o esperando de ti solo respuestas a mis deseos.
Pero hoy entiendo que eres mi Creador, mi Protector y mi Padre amoroso.
Enséñame a confiar en tu poder y en tu amor, a descansar en tu voluntad y a reconocer tu mano en medio de todo.
Tú eres mi socorro, el que no me deja caer.
Gracias por tu presencia constante.
En el nombre de Jesús, amén.
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