Capítulo 16. El Médico de los médicos

He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios.
Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.
Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas.
Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.
Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida.
El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo.

— Apocalipsis 21:3-7 (RVR1960)

Tener fe no significa que siempre recibiremos la curación física.
A veces, Dios sana el cuerpo; otras veces, sana el alma.
Pero en todos los casos, Su voluntad es buena, perfecta y agradable (Romanos 12:2).
Cuando depositamos nuestra confianza en Él, aprendemos a ver más allá del resultado médico y descubrimos al Dios que cuida de nosotros con ternura y sabiduría.

Él es el Médico de los médicos.
Conoce cada célula de nuestro cuerpo y cada pensamiento de nuestro corazón.
Puede restaurar el tejido físico, pero también puede sanar las heridas invisibles: el miedo, la culpa, la soledad y la angustia.
Su medicina es Su presencia; Su cura es Su paz.

A veces, los médicos dicen: “Ya no hay nada que hacer.”
Pero para Dios, siempre hay algo que hacer: consolar, sostener, acompañar, dar sentido y prepararnos para la vida eterna.
Aun cuando el cuerpo se debilita, el espíritu puede fortalecerse en Su gracia.

Dios quiere hablar contigo

Dios no te ha olvidado.
Él escucha tus oraciones y comprende tus lágrimas.
Puedes pedirle que te sane, que te restaure y que te dé una nueva oportunidad de vivir.
Pero, sobre todo, puedes pedirle que te dé Su paz, la que permanece incluso cuando las circunstancias no cambian.

Él sana a los quebrantados de corazón,
y venda sus heridas.

— Salmo 147:3 (RVR1960)

El Señor promete una sanidad completa en Su presencia, donde no habrá más dolor ni lágrimas.
Hasta entonces, puedes descansar sabiendo que estás en manos del mejor Médico, el que nunca pierde un caso y cuyo amor es eterno.

Puedes hablar con Dios

Padre, gracias porque tú eres el Médico de mi cuerpo, de mi mente y de mi alma.
Tú conoces cada detalle de mi vida y sabes lo que necesito mucho antes de que lo pida.
Hoy me pongo en tus manos con confianza y esperanza.

Si es tu voluntad, sana mi cuerpo; pero, sobre todo, sana mi corazón.
Renuévame con tu paz y hazme sentir tu presencia en cada momento.
Gracias porque, en Jesús, tengo la promesa de una vida eterna sin dolor ni lágrimas.

En el nombre de Jesús, amén.

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