Capítulo 9. Perdí a alguien a quien amo

Tú has contado mis pasos; pon mis lágrimas en tu redoma; ¿no están ellas en tu libro?

— Salmo 56:8 (RVR1960)

Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu.

— Salmo 34:18 (RVR1960)

Era difícil para José volver a su casa después del funeral de su amada esposa, su compañera de toda la vida, su novia durante más de cincuenta años.
Cada rincón le recordaba su presencia: el aroma de su ropa, sus pequeños hábitos, los objetos que ella usaba cada día, las fotos enmarcadas en la sala que contaban la historia de una vida compartida. Todo hablaba de ella, y ahora todo parecía vacío.

Quizás tú también estás atravesando el dolor de haber perdido a alguien muy querido.
Tu corazón parece desgarrado, como si faltara una parte de ti.
Aunque otras personas te acompañen o intenten consolarte, sabes que ese vacío es único, porque nadie puede ocupar el lugar que esa persona tenía en tu vida.

Pero hay alguien que comprende ese dolor: Dios mismo.
Él conoce tus lágrimas, escucha tus silencios y está cerca del que sufre.
El Señor entiende lo que significa perder a un ser amado, porque también experimentó el dolor de la muerte de su propio Hijo.
Jesús lloró ante la tumba de su amigo Lázaro y entiende cada lágrima que derramas.
En sus brazos puedes descansar y hallar consuelo verdadero.

Dios quiere hablar contigo

Raquel era una mujer hermosa y de gran corazón. Su carácter servicial y su fe atrajeron el amor de Jacob, quien trabajó catorce años para poder casarse con ella.
Sin embargo, su vida también estuvo marcada por el sufrimiento. Durante años fue estéril, y su corazón se llenó de tristeza y rivalidad con su hermana Lea.
Finalmente, Dios escuchó su oración y le concedió dos hijos: José y Benjamín.
Pero el segundo parto fue difícil, y Raquel murió al dar a luz a Benjamín.
Jacob lloró profundamente la pérdida de su amada y levantó una piedra en su sepultura, como un testimonio de su amor y dolor.

Y partieron de Betel; y había aún como media legua de tierra para llegar a Efrata, cuando dio a luz Raquel, y hubo trabajo en su parto.
Y aconteció, como había trabajo en su parto, que le dijo la partera: No temas, que también tendrás este hijo.
Y aconteció que al salírsele el alma (pues murió), llamó su nombre Benoni; mas su padre lo llamó Benjamín.
Así murió Raquel, y fue sepultada en el camino de Efrata, la cual es Belén.
Y levantó Jacob un pilar sobre su sepultura; esta es la señal de la sepultura de Raquel hasta hoy.

— Génesis 35:16-20 (RVR1960)

Jacob, como muchos otros hombres y mujeres de Dios, conoció el dolor de la pérdida.
David también lloró la muerte de sus seres queridos, pero halló fortaleza en la presencia del Señor.
El dolor no desaparece de un día para otro, pero Dios promete acompañarnos en medio de él, dándonos consuelo, esperanza y propósito.

Guárdame, oh Dios, porque en ti he confiado.
Oh alma mía, dijiste a Jehová: Tú eres mi Señor; no hay para mí bien fuera de ti.
Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa; tú sustentas mi suerte.
Bendeciré a Jehová que me aconseja; aun en las noches me enseña mi conciencia.
A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido.
Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre.

— Salmo 16:1-2, 5, 7-8, 11 (RVR1960)

El Señor es “Dios de toda consolación” (2 Corintios 1:3).
Él no promete que no llorarás, pero sí promete secar tus lágrimas y darte esperanza.
El mismo que acompañó a Jacob, David y a tantos otros también te acompañará a ti.
Y cuando tu corazón se vuelve hacia Él, poco a poco el dolor se transforma en gratitud por el tiempo compartido y por el amor que dejó huella.

Puedes hablar con Dios

Padre, tú conoces mi dolor y ves cada una de mis lágrimas.
Gracias porque no me dejas solo en mi tristeza, sino que me sostienes con tu amor.

Te entrego el vacío que hay en mi corazón.
Sana mis heridas, fortalece mi fe y ayúdame a seguir adelante con esperanza.
Gracias porque prometes ser esposo de las viudas, padre de los huérfanos y amigo fiel de los que están solos.
Enséñame a apoyarme en ti cada día y a recordar que, aunque haya perdido a alguien amado, nunca he perdido tu presencia.

En el nombre de Jesús, amén.

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