Capítulo 8. Soledad

Oh Jehová, Dios de mi salvación, día y noche clamo delante de ti.
Soy contado entre los que descienden al sepulcro; soy como hombre sin fuerzas.
Has alejado de mí mis amigos, me has puesto por abominación a ellos; encerrado estoy, y no puedo salir.
Mis ojos enferman a causa de mi aflicción; te he llamado, oh Jehová, cada día; he extendido a ti mis manos.
Has alejado de mí al amigo y al compañero, y a mis conocidos has puesto en tinieblas.

— Salmo 88:1, 4, 8-9, 18 (RVR1960)

La anciana acababa de ser trasladada a una nueva sala del hospital. Su rostro era el retrato del abandono. Dependiente, había sido cuidada por un sobrino de trece años. Hacía mucho que nadie se sentaba a escucharla. Al principio desconfiaba; pero poco a poco levantó la mirada, buscó mis ojos y abrió el corazón. Nuestra presencia, el tiempo y la atención le devolvían algo de calor a sus días.

Uno de nuestros mayores temores es el del abandono y la soledad. Tememos perder a quienes amamos, ya sea por la muerte, por el rechazo o por el olvido. Sin embargo, a veces nadie necesita dejarnos físicamente: nosotros mismos podemos encerrarnos por dentro, aislándonos en medio de una multitud.

Sea por amargura, miedo, sensación de poco valor, depresión u orgullo, la soledad también puede convertirse en una postura del corazón. Esperamos que los demás vengan a buscarnos, que hijos y amigos llamen o visiten; cuando no lo hacen con la frecuencia que deseamos, reaccionamos con enojo, nos cerramos como en venganza y destilamos tanto resentimiento que la gente pierde el deseo de acercarse.

Hay muchos mayores que se sienten solos. Pero si cada uno decide dar el primer paso —llamar, orar uno por otro, escuchar, compartir historias y hasta reír juntos—, la alegría vuelve. La buena compañía se convierte en medicina, y la soledad pierde su dominio.

Dios quiere hablar contigo

Cuando nos sentimos solos y abandonados, podemos almacenar sentimientos amargos contra las personas… y también contra Dios. Parecería que Él se hubiera olvidado de nosotros. Pero nuestras emociones son engañosas. La Palabra de Dios nos recuerda quién es Él y cómo actúa a favor de los que acuden a Él.

Mas tú has visto, porque miras el trabajo y la vejación, para dar la recompensa con tu mano; a ti se acoge el desvalido; tú eres el amparo del huérfano.

— Salmo 10:14 (RVR1960)

Cercano estás tú, oh Jehová, y todos tus mandamientos son verdad.

— Salmo 119:151 (RVR1960)

Fiel es Jehová en todas sus palabras, y santo en todas sus obras.
Jehová sostiene a todos los que caen, y levanta a todos los oprimidos.
Los ojos de todos esperan en ti, y tú les das su comida a su tiempo.
Abres tu mano, y colmas de bendición a todo ser viviente.
Justo es Jehová en todos sus caminos, y misericordioso en todas sus obras.
Cercano está Jehová a todos los que le invocan, a todos los que le invocan de veras.

— Salmo 145:13b-18 (RVR1960)

…y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.

— Mateo 28:20 (RVR1960)

Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré.

— Hebreos 13:5 (RVR1960)

Dios se acerca a los que le buscan con sinceridad. Él ve, Él conoce, Él sostiene, y promete su presencia constante. Si levantamos la vista de nosotros mismos y la fijamos en Él, encontraremos consuelo, dirección y fuerzas para dar pasos concretos hacia los demás.

Puedes hablar con Dios

Padre, perdóname por las veces que he reaccionado con enojo al no recibir la atención que esperaba, encerrándome en mí mismo y alejando a quienes me rodean. He dejado que el miedo y la amargura gobiernen mis palabras y mis actitudes.

Hoy decido confiar en tu fidelidad. Renuevo mi mente con tu Palabra y te pido que sanes mis emociones. Dame valor para dar el primer paso: llamar, escuchar, servir, abrir mi corazón y permitir que otros se acerquen.

Acércame a las personas que necesitan compañía y hazme un canal de tu consuelo. Gracias porque no me abandonas y porque tu presencia llena mi soledad.

En el nombre de Jesús, amén.

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