Se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó.
Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido.
Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies?— Juan 13:4-6 (RVR1960)
Era difícil saber cuántos años llevaban juntos, tal era el cariño y la dedicación que se tenían. El amor entre ellos era evidente, y todos los que los conocían deseaban tener un matrimonio tan sólido y tierno como el suyo.
Sin embargo, la vida nunca fue fácil para esta pareja. Se casaron jóvenes, y pocos años después ella fue diagnosticada con una enfermedad neurológica progresiva e incurable. Poco a poco, su cuerpo fue perdiendo fuerzas; ya no podía limpiar la casa, cocinar ni realizar las tareas que antes hacía con alegría. Incluso tuvieron que renunciar a la posibilidad de tener hijos.
Tras los primeros meses de dolor y preguntas ante Dios, el esposo tomó una decisión firme, recordando la promesa que había hecho el día de su boda: “Prometo serte fiel, amarte y respetarte, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida, hasta que la muerte nos separe.”
Con ternura y paciencia, comenzó a cuidar de ella en todo. Trabajaba desde casa, como contador, para poder estar siempre cerca. Velaba su sueño, le tomaba la mano y acariciaba su rostro hasta que el descanso llegaba. Durante más de cuarenta años, este hombre la sirvió con amor inquebrantable.
Ella, a su vez, tuvo que aprender a dejar atrás el orgullo, la vergüenza y el deseo de independencia, aceptando ser cuidada por aquel que la amaba profundamente. Ambos descubrieron que servir y dejarse servir también es una forma de adorar a Dios.
Dios quiere hablar contigo
Todos somos seres dependientes, aunque a veces nos cueste admitirlo. En un mundo que valora la autosuficiencia, hemos aprendido a pensar: “Puedo hacerlo todo solo”, o “no necesito a nadie”. Pero eso es una ilusión.
Si lo piensas bien, dependemos constantemente de los demás: no hacemos el papel donde escribimos, ni cultivamos los alimentos que comemos, ni fabricamos la electricidad que usamos. Necesitamos del trabajo, el servicio y el amor de otros. Y cuando envejecemos, esa interdependencia se vuelve aún más visible.
Jesús mismo nos dio un ejemplo de humildad y servicio:
Se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó.
Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido.
Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies?— Juan 13:4-6 (RVR1960)
Pedro estaba acostumbrado a servir, a ser el primero en actuar, a liderar. Pero no a ser servido. Por eso se sintió incómodo cuando Jesús, su Maestro, se inclinó a lavar sus pies. No podía aceptar que el Hijo de Dios hiciera eso por él.
Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo.
Le dijo Simón Pedro: Señor, no solo mis pies, sino también las manos y la cabeza.— Juan 13:8-9 (RVR1960)
Cuidar a alguien y dejarse cuidar son expresiones profundas del amor de Dios. A veces, recibir también es un acto de humildad y gratitud. Permitir que otros nos ayuden es reconocer que Dios puede cuidar de nosotros a través de sus manos.
Cuando aceptamos el servicio de otros con gratitud, les damos la oportunidad de experimentar la bendición de servir, y nosotros aprendemos a reflejar el carácter de Cristo, que lavó los pies de sus discípulos.
Puedes hablar con Dios
Padre, perdóname por mi orgullo, por las veces que me he resistido a recibir ayuda.
Siempre quise ser independiente, hacer todo por mí mismo, y ahora me cuesta aceptar que necesito de otros.
Enséñame a reconocer Tu cuidado en las manos de quienes me asisten.
Dame paciencia para esperar, humildad para recibir, y gratitud para agradecer a quienes me aman y me sirven.
Si ya no puedo hacer tanto como antes, recuérdame que aún puedo sonreír, amar, orar y bendecir a los que me rodean.
Gracias, Señor, porque incluso cuando dependo de otros, sigues cuidando de mí.
En el nombre de Jesús, amén.
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