Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
¿Por qué estás tan lejos de mi salvación,
y de las palabras de mi clamor?
Dios mío, clamo de día, y no respondes;
y de noche, y no hay para mí reposo…
En ti esperaron nuestros padres;
esperaron, y tú los libraste…
Mas yo soy gusano, y no hombre;
oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo…
Se encomendó a Jehová; líbrele él;
sálvele, puesto que en él se complacía…
Mas tú, Jehová, no te alejes;
fortaleza mía, apresúrate a socorrerme.
Salmo 22:1-2, 4, 6, 8, 19
Dios está conmigo
La soledad en la enfermedad puede ser devastadora. Las visitas se reducen, las llamadas se apagan y hasta parece que Dios guarda silencio. El corazón se pregunta: ¿A quién le importo de verdad?
El salmista sintió lo mismo. Incluso Jesús en la cruz repitió esas palabras: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Pero la realidad es otra: Dios nunca abandona a sus hijos. Aunque las emociones digan lo contrario, Su promesa es firme: “No te dejaré ni te desampararé.”
Cree en esa verdad más que en tus emociones. Dios camina contigo en cada paso, aún en el silencio. Tu vida importa para Él, y su compañía es la seguridad más grande que puedes tener.
Oración
Señor, cuando la soledad me abrume, ayúdame a recordar que nunca me dejas ni me abandonas. Abre mis ojos para ver tu cuidado en cada detalle y descansar en tu presencia fiel. En el Nombre de Jesús, Amén.
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