Capítulo 5: Me siento tan frágil

Ten misericordia de mí, oh Jehová, porque estoy enfermo;
sáname, oh Jehová, porque mis huesos se estremecen.
Mi alma también está muy turbada;
y tú, Jehová, ¿hasta cuándo?
Vuélvete, oh Jehová, libra mi alma;
sálvame por tu misericordia…
Todas las noches inundo de llanto mi lecho,
riego mi cama con mis lágrimas.

Salmo 6:2-4, 6

Nuestros días son como la hierba;
florecemos como la flor del campo,
que pasó el viento por ella, y pereció,
y su lugar no la conocerá más.

Salmo 103:15-16

He aquí, diste a mis días término corto,
y mi edad es como nada delante de ti;
ciertamente es completa vanidad todo hombre que vive.
Ciertamente como una sombra es el hombre;
ciertamente en vano se afana;
amontona riquezas, y no sabe quién las recogerá.

Salmo 39:5-6

Dios habla en medio de nuestra fragilidad

Nada nos recuerda más nuestra pequeñez que la enfermedad. Cuando la vida se interrumpe y la fuerza nos abandona, la fragilidad se hace evidente.

Sin embargo, la fragilidad puede convertirse en un espacio donde Dios se revela como nuestra roca firme. Como aquel hombre que, tras escuchar un diagnóstico duro, respondió con esperanza: sabía que sus días estaban en las manos de Dios, y que mientras viviera aún tenía propósito.

Así también tú puedes descansar en el amor del Señor. Él conoce tus lágrimas, tu debilidad y tus temores. Él no te pide que seas fuerte, solo que confíes. En medio de tu fragilidad, su poder se perfecciona.

Oración

Señor, gracias porque no tengo que fingir fortaleza. Tú eres mi roca y mi refugio. Te entrego mi fragilidad y mi debilidad, confiando en que en ti encuentro propósito y descanso. En el Nombre de Jesús, Amén.

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