Al entrar en la habitación de Juan aquella mañana, me sorprendió verlo tan alegre. Miré a mi alrededor: todo seguía igual que el día anterior. Nada había cambiado… pero algo había pasado.
Con una sonrisa me dijo:
—¿Viste qué maravilla? ¡Hoy la enfermera pudo poner el suero en el mismo lugar del brazo, sin tener que pincharme otra vez!
A veces olvidamos valorar las pequeñas cosas. Esperamos grandes milagros o noticias espectaculares para agradecer a Dios, pero Él también nos habla en los detalles del día a día.
Si hoy abriste los ojos, fue porque el Señor te sostuvo durante la noche y te regaló un día más de vida. Ese simple hecho ya es un milagro. Dios escuchó el clamor de tu corazón, incluso antes de que tus labios pronunciaran palabra, y respondió con amor.
La eficacia de los medicamentos, la atención médica, la compañía de tu familia y amigos… todo eso son expresiones del cuidado de Dios.
La paz que ahora puedes sentir no viene de las circunstancias, sino del amor del Señor, que te envuelve y te hace descansar en sus brazos. Aunque muchas veces no lo notaste, Él estuvo contigo en cada paso, librándote del peligro, levantándote cuando caías, consolándote en la tristeza y renovando tus fuerzas cuando pensabas rendirte.
Cuando tu corazón se llene de gratitud —por lo grande y también por lo pequeño—, notarás cómo cambia tu ánimo. Abre los ojos del alma y da gracias a Dios, y también a quienes han estado cerca de ti, por el hermoso regalo del cuidado y el amor manifestado en gestos sencillos.
“Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros;
estaremos alegres.”
Salmo 126:3
“Alabad a Jehová, porque él es bueno;
porque para siempre es su misericordia.
Desde la angustia invoqué a JAH,
y me respondió JAH, poniéndome en lugar espacioso.
Jehová está conmigo; no temeré
lo que me pueda hacer el hombre.”
Salmo 118:1, 5–6
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