Capítulo 13: Una fe valiente que no se detiene

Oración inicial
Señor, dame una fe valiente, que no se intimide ante las limitaciones ni se calle frente a las dificultades. Que yo sepa quién eres y lo proclame con audacia. Enséñame a buscarte con todo lo que tengo, aunque me falte algo. Que mi fe te honre y me lleve a seguirte todos los días. Amén.

Pasaje bíblico
«¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de nosotros!». (Mateo 20:30)

Reflexión
Dos ciegos estaban al borde del camino, fuera de la ciudad, cuando Jesús pasaba por Jericó. A pesar de no ver, reconocieron quién era Él y clamaron con fe.

A diferencia de otros relatos, Jesús no tuvo que preguntarles si creían. El grito «Hijo de David» era ya una confesión de fe. Ellos sabían quién era Jesús y creían en su poder. Su fe no fue silenciosa, sino pública, firme y valiente.

La fe que sana no se esconde: clama, insiste, reconoce. Aunque no ve, sabe escuchar, confesar y caminar hacia la dirección correcta. Estos hombres usaron lo que tenían —la voz, los oídos, los pies— para acercarse a Jesús.

Después de recibir la sanidad, no volvieron al mismo lugar. La fe los llevó a seguirlo. Porque la verdadera fe no termina en el milagro: comienza en él y se profundiza en el seguimiento de Cristo.

Principio espiritual
Nunca dejes de caminar hacia Cristo.

Versículo final
«Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo hacia la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús». (Filipenses 3:13-14)

Preguntas para reflexionar

  1. ¿Mi fe ha sido tímida o valiente?
  2. ¿He usado lo que tengo, aunque sea poco, para acercarme a Jesús?
  3. ¿Qué me ha impedido seguir adelante con Cristo, incluso después de recibir algo de Él?

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