Capítulo 10: La Santidad y la fe

Oración inicial
Señor, aumenta mi fe. Que no dependa de lo que veo, sino de quién eres. Líbrame de la duda, de la incredulidad silenciosa, de la fe selectiva. Enséñame a creer no solo por los demás, sino también por mí mismo. Que mi fe te honre y prepare mi corazón para recibir lo que tienes para mí. Amén.

Pasaje bíblico
«Entonces les tocó los ojos, diciendo: “Hágase según vuestra fe”». (Mateo 9:29)

Reflexión
Jesús no preguntó: “¿Tengo poder para hacerlo?”. Eso ya lo sabía. La pregunta fue: “¿Ustedes creen que puedo hacerlo?”.

La sanidad no dependía de la capacidad de Jesús, sino de la fe de quienes lo buscaban. El poder estaba allí, pero la manifestación se activaba por la confianza del que recibía.

Creer no es solo reconocer que Dios puede. Muchas veces decimos “yo creo”, pero solo creemos para otros; cuando se trata de nosotros, la fe tambalea. El dolor, los recuerdos y el miedo a veces se vuelven más reales que la promesa de Dios.

Por eso Jesús fue directo: «Hágase según vuestra fe». Tal vez tu fe también necesita sanidad. Tal vez crees… pero no del todo. Como aquel padre que clamó: «Señor, creo; ayuda mi incredulidad» (Marcos 9:24).

La fe es el canal por donde se mueve el poder de Dios. Cuanto más lo miramos a Él y menos a las circunstancias, más fuerte se vuelve ese canal. Ora, clama y confiesa: «Señor, enséñame a creer como conviene».

Principio espiritual
Tu fe debe estar firme en quién es Dios, no en el tamaño de la tribulación.

Versículo final
«Porque por fe andamos, no por vista». (2 Corintios 5:7)

Preguntas para reflexionar

  1. ¿He tenido más fe en el milagro de otros que en el mío?
  2. ¿Qué ocupa hoy el lugar de la fe en mi corazón?
  3. ¿He confiado más en las circunstancias que en quién es Dios?

 

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