No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová. Levítico 19:18
En condiciones naturales, tendemos a amarnos a nosotros mismos. En lo común, solemos agradarnos. Idealmente, nuestro amor al prójimo debería tener la misma fuerza que nuestro amor propio. Pero la realidad es que, muchas veces, ni siquiera nos amamos a nosotros mismos.
Hay quienes se reprochan continuamente, incluso cuando obran bien. Otros cargan con palabras hirientes del pasado: quizá alguien de la familia les dijo que no valían nada, o alguna voz querida afirmó que jamás tendrían éxito, y esas frases se quedaron grabadas en su interior. Tal vez escucharon que su llegada al mundo trajo dolor, o vivieron bajo estándares imposibles, conviviendo con personas que aparentaban perfección y resaltaban constantemente sus defectos.
A veces, simplemente no fuimos amados, y eso nos marcó. O incluso no sabemos por qué nos cuesta tanto amarnos.
Sea cual sea el motivo, hay una verdad firme: fuimos creados libres para rechazar las mentiras que nos dañan. No tenemos que vivir bajo ellas. Necesitamos mirarnos con valentía para reconocer y superar nuestros defectos, pero también con honestidad para reconocer nuestras virtudes y crecer en ellas.
Cuando Dios envió a su Hijo al mundo y habitó entre nosotros, apostó por cada uno. Eso nos recuerda que, a pesar de lo que pensemos o nos hayan dicho, tenemos un valor inmenso ante sus ojos.
Señor amado, gracias por recordarme que soy obra de tus manos y objeto de tu amor. Libérame de toda mentira que intente destruir mi identidad y enséñame a verme como Tú me ves. Ayúdame a sanar mis heridas, a aceptar mis debilidades y a cultivar mis virtudes con humildad. Que tu amor sea la base de mi amor propio y del amor al prójimo. En el Nombre de Jesús, Amén.
Leave a Reply