En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó; en su amor y en su clemencia los redimió, y los trajo, y los levantó todos los días de la antigüedad. Isaías 63:9
Para quienes nunca han sentido la depresión, puede ser difícil comprender lo que significa estar atrapado en la debilidad y la soledad. A veces, incluso los mejores amigos y seres queridos no logran penetrar la barrera invisible que la depresión construye, y sus palabras parecen rebotar, dejándonos más aislados e incomprendidos.
La depresión a menudo nos hace creer que nadie ve nuestro dolor. A diferencia de las heridas físicas, este sufrimiento es invisible, y a veces ni nosotros mismos podemos expresarlo con palabras. Esa incapacidad de comunicar lo que sentimos profundiza el aislamiento, como si no hubiera a dónde acudir.
Pero Dios sí entiende. Él ve cada lágrima, cada pensamiento y cada gemido que no podemos articular. Romanos 8:26 nos recuerda que cuando nos faltan palabras, el Espíritu Santo intercede por nosotros con gemidos que trascienden todo lenguaje. En nuestro silencio, Dios escucha; en nuestra debilidad, Él nos da fuerzas; cuando no podemos sostenernos, nos levanta y nos acompaña paso a paso.
No estás solo. Incluso en tu silencio y fragilidad, Dios comprende, te sostiene y nunca te abandona.
Señor, gracias porque conoces mi corazón aun cuando no puedo expresarlo con palabras. Cuando la tristeza y la depresión me hagan sentir incomprendido, recuérdame que Tú ves y te importa profundamente. Gracias por el Espíritu Santo, que intercede cuando no puedo orar. Levántame cuando esté débil, llévame cuando no pueda avanzar y dame fuerza para cada paso. Mi esperanza y descanso están solo en Ti. En el nombre de Jesús, Amén.
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